Nico

Cuando ella estaba ingresada fue a casa, cogió aquel peluche y se lo llevó a aquella fría habitación de hospital. Ella lo había comprado en uno de sus viajes, como recuerdo. Le había gustado porque era un pingüino pequeño, regordete, con cara risueña, y la hacía sonreír.

Cuando ella se fue, mientras recogían las cosas de la habitación del hospital, su última habitación, él decidió quedarse con el peluche. Lo llamó Nico y lo convirtió en su copiloto. Siempre lo llevaba en el coche. Lo saludaba, le hablaba y, cada vez que aparcaba o iba a conducir, le explicaba dónde iban, o qué iban a ver, o comprar, o hacer…

Al salir del coche, siempre, le decía «cuida del fuerte», dirigiéndole una última mirada y un pequeño guiño.

Una mañana, cuando salía de casa rumbo al trabajo, descubrió que le habían roto la ventanilla delantera y le habían robado. Nico seguía allí, tirado bajo un asiento, rodeado de trozos de cristales, pero entero. Lo demás no le importó demasiado.

…y estuvo un par de semanas sin dejarlo en el coche durante la noche. Se lo llevaba a casa y dormía con él sobre la mesita junto a la cama.

Después de algún tiempo volvió a convertirlo en el guardián nocturno de su auto. «Bueno Nico, cuida el fuerte… y si entran, escóndete, ¿eh?» era lo que le decía ahora. Pero se levantaba asustado de la cama si, mientras no conseguía quedarse dormido del todo, oía algún ruido extraño fuera. Miraba por la ventana, se aseguraba de que todo estaba bien, y volvía al calor de las sábanas. No tuvo más problemas de ladrones, aunque en los automóviles de su alrededor sí los hubiese.

Un día, sin saber por qué, decidió «bueno, Nico, llevas mucho tiempo aquí, vigilando, solo. ¿Quieres que te suba un rato a estar con tus amigos?» Y en su cabeza creyó oír que el pingüino asentía feliz; así que lo cogió y lo subió a casa, lo colocó sobre la cama entre los demás peluches de ella y «no arméis mucho jaleo, ¿eh?» les dijo a todos. «Y tú, – dijo mirando a Nico –, pórtate bien.» Sonrió y se fue a dormir al sofá.

Así que, aquella noche, todos los peluches volvían a estar juntos de nuevo.

A la mañana siguiente decidió mantenerlos así durante algo más de tiempo y se fue a trabajar, dejando a Nico rodeado de sus amigos.

Cuando llegó al aparcamiento le habían robado el coche…

Envidia

Durante el tramo de mi vida en el que de vez en cuando me subía a un escenario para intentar hacer reír a la gente, tenía un bloque de monólogo sobre la envidia. Hablaba de que cuando te dicen «¡te tengo envidia!…, pero sana» nunca era verdad. Que la envidia no podía ser sana, y que lo que yo, realmente, tenía era «envidia cochina. De la mala…»

Si nos atenemos a la RAE, la segunda acepción de la palabra viene a decir: «Emulación, deseo de algo que no se posee.»

…y de repente mi hermano, el pequeño, el que mordisqueaba las pelucas de mis Playmobil, le rompía las puertas a mis coches en miniatura, destrozaba los castillos que construía con mis bloques de madera, desmontaba los barcos y las naves de Tente que conseguía improvisar…, se casa y se convierte en padre.

Mi hermano pequeño, el sujeto activo de mi respuesta cuando me preguntan si creo en los milagros, de repente… (bueno, no de repente, pero ya me entiendes), es el protagonista, junto con su mujer, Rocío, de uno de los pocos milagros en los que Dios nos hace partícipes necesarios a sus criaturas: este en concreto se llama Lucía y regaló sus primeros lloros al mundo la pasada madrugada del día 24 de enero.

Ahora que ya están en casa, a Lucía le quedará ir pasando por los brazos y las carantoñas de todos sus tíos, por la vigilancia de sus gatos, los regalos de sus abuelos, las miradas curiosas de sus primos y, sobre todo, el amor infinito de sus padres.

Dicen que uno no comprende realmente la capacidad inmensa que tiene de amar hasta que no coge a su hijo en brazos. Yo, que he estado un rato con Lucía en los míos, he podido sentir un mínimo ápice de ese sentimiento. Rocío y Migue ya han llegado al éxtasis. Nadie, salvo ellos, saben lo que han tenido que sufrir para llegar hasta aquí, y eso es lo que les hará seguir adelante a pesar de todos los obstáculos que puedan encontrar, y lo que les ensanchará el corazón hasta límites que ni conocían.

Por mi parte, mientras la he tenido en mis brazos, le he contado algunas cosas que quedarán entre ella y yo (y las personas del Cielo que sé que la están cuidando desde que empezó a ser, hace nueve meses). Me quedaré para mí las dos veces que me ha sonreído, las veces que sus ojitos se han quedado fijos en los míos, su cara de paz y tranquilidad mientras íbamos desde el hospital hasta el coche, acurrucada en mis brazos…

Ahora, a Migue y a Rocío les queda lo emocionante: verla crecer, ver cómo comienza a caminar, escuchar sus primeras palabras, aguantar sus primeros berrinches, perder horas de sueño o despertarse en mitad de la noche con el leve sonido de un mosquito rozando su carita, cuidar sus pasos… vivir, en definitiva, hacia afuera, hacia Lucía. Para ellos ya nada va a volver a ser tal y como lo conocían hasta este momento, porque desde la madrugada del 24 de enero todo será Lucía. Y así debe ser…

…y yo los envidio por eso.

Mi hermana ha titulado esta foto como «Ya está aquí papá». Me encanta.

Y, de nuevo, breverismos. Esta vez sí

De verdad, de verdad, de verdad, que estos van a ser…, o al menos lo voy a intentar. Es más, no voy a cambiar el título de la entrada si sale que no. Al final de ella daré el veredicto. (Iba a preguntarte, a ti, que eres una de las dos o tres personas que aún me lee, si te parecía bien, pero ya sabes que lo voy a hacer tanto si te parece como si no. No es porque tenga nada en contra tuya, sino, más bien, contra mí).

Música mientras corro

Alguna vez he escrito que hablaría de la música que suena en mis cascos mientras corro, pero como eso da para alguna otra entrada, te voy a enumerar algunos de los artistas que hay en esa lista: Van Morrison, Joe Bonamassa, la banda sonora de la peli The greatest show (algunas de sus canciones, no todas), Sheryl Crow, Amy Winehouse, Eric Clapton, Joseph Haydn («La creación»; culpa del maestro Íñigo Pirfano), Robbie Williams, Tommy Emmanuel, Gary Moore, Lynyrd Skynyrd, Crowded House, Counting Crows, Queen, Crash Test Dummies, Elvis Presley, George Harrison, Paul McCartney, Quinn Sullivan… y, por supuesto, Mark Knopfler y Dire Straits. Habrá alguno más, pero así te haces una idea…

¿Más música? 091

Los 091 son un grupo granadino que mi hermano escucha desde hace siglos y que yo he «descubierto» por culpa de mi sobrino . ¿Por qué? Pues porque, de repente, se ha hecho un profesional de los chicos de José Ignacio Lapido y José Antonio García; vamos, que sabe más de ellos que ellos mismos (por cierto, mi sobrino tiene 10 años) y yo, para hacer de tito guay, llevo su discografía en el coche para escuchar, conocer y aprenderme sus canciones. ¿Y a qué viene esto? Pues porque los chicos de 091 (por cierto, son muy buenos) tienen algunas canciones que bien podrían ser relatos cortos y es algo que lleva dándome vueltas en la cabeza y que, en algún momento, probablemente, llevaré a la práctica.

Más cosas de música y…

Otra cosa que llevo en el MP3 del coche y que, precisamente hoy, he estado escuchando, es la banda sonora de la peli «La pequeña tienda de los horrores». Es un musical que me encanta, con una banda sonora de Alan Menken y Howard Ashman. ¿Por qué hablo de ella? Pues porque, desde hace algún tiempo, escuchar esta banda sonora me recuerda a los Todopoderosos o a los «Dragones» y, sobre todo, a Arturo González Campos. Si me conoces, sabes que sigo a estos cuatro locos porque me gustan, me hacen gracia y, a veces, me descubren libros o pelis de los que no sabía de su existencia. Si buscas el podcast «Aquí hay dragones», capítulo 12, a partir del minuto 51, el director de cine (y escritor de cuentos ahora) Rodrigo Cortés, habla sobre esta peli.

…y escribir.

Hablaba antes de los 091 y los relatos que veo en algunas de sus canciones, pero ahora mismo ando inmerso en el «reto García-Rojo» del que te hablé aquí. Pues bien, siendo sinceros, estoy haciendo trampas. Porque no consigo escribir algo todos los días y hay días en los que tengo que recuperar las «páginas atrasadas». También tengo que decir que ando un poco perdido, que no sé si seré capaz de estirar tanto la historia que tengo en la cabeza ni tan siquiera escribirla; pero ahí sigo, tratando de ponerme al día y obligándome a pensar en ella. No sé qué saldrá, pero seguro que algo aprenderé en el camino.

Más sobre escribir

En el último programa de Todopoderosos (sí, de nuevo. En serio, búscalos en internet si tienes curiosidad. Lo mismo hay algo que te guste) hablaron de J. D. Salinger, del que dicen que es uno de esos escritores que empuja a mucha gente a empezar a escribir. Lo mismo dice mi amigo y poeta (entre otras muchas cosas) Jesús Beades de Stefan Zweig, y de él estoy leyendo ahora mismo algunos de sus diarios. Puedo dar fe de que dan ganas de emularle, al menos a mí. ¿Lo he hecho? Aún no, pero estoy seguro de que lo haré…, tarde o temprano.

Corolario

Siempre que hablo de música, de musicales y, por ende, de La pequeña tienda de los horrores, siento la irrefrenable necesidad de presumir de tener mi propia Audrey II, hecha a mano.

¿El artista? Mi hermano, que hace cosas de estas para regalármelas por Reyes o mi cumpleaños y al que puedes seguir la pista en su canal de Youtube: La Colina del Herrero (sí, esto es promoción).

Las fotos no le hacen justicia. Prometo subir en breve alguna un poco… mejor.


Y como diría Porky, «esto es to…, esto es to…, esto es todo, amigos» (reconócelo: has oído su voz en tu cabeza mientras lo leías). Creo que, al final, la entrada sí ha quedado más cerca del espíritu breverista con el que inventé el palabro. Sé que puedo hacerlo mejor, pero será en otro momento porque, como también decía Aragorn en la peli El señor de los anillos, «hoy no es ese día».

No somos nada

Desde ya aviso que esta entrada va a ser larga. Y seria. ¿Por qué? Te preguntarás clavando en mi pupila tu pupila azul… o lo que sea. Pues porque me ha venido así, simplemente. Esta mañana, mientras corría. Y, mira, así cuelo también lo de que sigo corriendo, que no es un dato importante, pero a mí me hace ilusión contarlo.

…y como va a ser una entrada larga, segunda vez que lo aviso, podré poner en práctica eso que veo en muchos ejemplos de entradas en otras webs y que apenas siento la necesidad de hacer en la mía: dividirla en partes con sus respectivos subtítulos o apartados.

Vamos a poner las bases.

Esta mañana he querido estrenar mis nuevos botines (he estado tentado de poner zapatillas, pero oye, yo siempre les he llamado botines… Por la foto sabéis de qué hablo) así que he salido a correr.

Cuando retomé lo de correr más o menos regularmente («regularmente» le llamo a no abandonarlo, y con eso me basta) lo pasaba relativamente mal. No aguantaba demasiado tiempo seguido corriendo, el ritmo iba decayendo prácticamente a cada paso, y terminaba casi para que me recogieran los del Samur.

Reconozco que con el tiempo le he ido cogiendo el gustillo, el ritmo y la zancada, así que me voy proponiendo pequeñas metas a cada kilómetro que recorro. Nada que me vaya a llevar en algún tiempo a quitarle el récord del mundo de maratón a Kelvin Kiptum, entre otras cosas porque el bueno de Kelvin hace un kilómetro en 2:51 y yo me doy por satisfecho si bajo algunos segundos de los 6, literalmente. Y tampoco corro 42 kilómetros, ni de lejos.

Uso para correr una aplicación, Strava, que tengo configurada para que me vaya diciendo el ritmo por kilómetro cada quinientos metros, aparte del tiempo que llevo corriendo y los kilómetros totales. A eso le sumo un poco de música para que todo sea agradable.

Nos acercamos al quid de la cuestión. Donde todo cobra sentido… o no.

Ya he dicho que esta mañana he querido estrenar mis nuevas zapatillas (botines) y me hacía especial ilusión porque son un auto-regalo de Reyes (nunca me había gastado tanto dinero en algo para correr, aunque también he de decir que las adquirí en las rebajas; aún así, sigue siendo un dinero curioso lo que cuestan), porque me parecen muy bonitas y porque, además, son muy cómodas.

Son unas Mizuno (sí, aquí viene la cuña publicitaria, por si alguno de los dos o tres que me lee trabaja para la marca y tiene a bien regalarme otro par, aunque sea de los baratos. No pondré pegas, lo prometo), comodísimas. Para ser la primera vez que me las calzaba, no he sentido ninguna molestia, cero rozaduras, cero dolores, nada. Probablemente vaya a ser mi marca para bastantes años…

Así que me he puesto a correr, especialmente cómodo, con buen ritmo, mi música sonando en los auriculares, y la aplicación Strava cantándome los tiempos medios, buenos para ser sinceros.

Como la aplicación, al acabar la carrera, te resume todos los datos, me he visto, hoy, que estrenaba calzado y que me sentía especialmente inspirado, batiendo varios de mis propios récords, que es algo que no le importa a nadie, pero a mí me cosquillea la vanidad, lo reconozco.

…y llegamos a lo importante.

Suelo correr siempre en el mismo parque. Tengo interiorizadas sus distancias y sus caminos, así que me siento cómodo ahí (alguna vez he hablado de él).

Esta mañana, mientras sonaba Van Morrison, durante el sexto kilómetro de la carrera, noté que la aplicación tardaba más de lo normal en darme los datos de los quinientos metros, pero seguí corriendo, pensando que, quizás, no había escuchado la indicación, concentrado en la música y en mi propio ritmo. Cuando empezó a sonar Queen empecé a sospechar que algo no estaba funcionando, así que dejé de correr (continué andando a un ritmo rápido) y miré el móvil, que es donde llevo la aplicación, sujeto a mi brazo derecho. Efectivamente, algo había fallado en Strava y se había cerrado. Volví a abrirla y me avisó de que había tenido algún problema. Lo reanudé desde donde se había quedado, pero a los pocos metros volvió a fallar…, y no fui capaz de que arrancase de nuevo.

Otras veces, cuando me ha ocurrido algo parecido, he dejado de correr. Quiero mis datos de carrera y, especialmente hoy, tenía la sensación de haber podido superarme a mí mismo en varios parámetros. Pero me quedaban algunos kilómetros por hacer y decidí terminar sin la señorita de Strava cantándome los promedios. Al menos la música seguía sonando. Mi vanidad debería esperar a la siguiente salida.

…y durante esos kilómetros restantes es cuando se me ha venido a la cabeza esta entrada, a vueltas con mi vanidad herida.

(Lo avisé: iba a ser largo y reconozco que me pierdo en los preámbulos. Tal vez porque se me dan mejor que los desarrollos).

A lo que iba.

Resulta que nos viene bien que las circunstancias, las situaciones, alguna persona o la vida nos ponga de vez en cuando en nuestro sitio. A todos nos gusta que nos adulen, que nos digan lo guapos que estamos, lo listos que somos, lo divertidos, lo cabales, lo solidarios, lo simpáticos, lo trabajadores… Pero tenemos que recordar que no somos el centro del universo, que ya nos decían hace años que «es sin duda un lugar maravilloso excavado en la roca llamado Fraggle Rock.» Y nosotros no vivimos en Fraggle Rock.

De las muchísimas cosas que me ha enseñado mi padre, una de ellas es que no podemos presumir «ni de guapura ni de inteligencia», porque no son cosas que hayamos conseguido, sino que se nos han dado. Y si se nos han dado es porque tenemos una obligación para con esos dones y quienes nos rodean.

Porque si los dones que se nos dan fuesen para nosotros, viviríamos aislados, en soledad, mirándonos el ombligo y pensando que todo nos lo merecemos. Pero no. Vivimos en sociedad, y las virtudes que nos adornan deben servir para ponerlas al servicio de quienes nos rodean.

Si lo pensamos, ni siquiera hemos hecho méritos para recibir esas virtudes. Simplemente nos han tocado. Vanagloriarse de ello es como presumir de que el coche anda porque estamos montados en él. Está claro que debemos cultivarlas, hacerlas crecer, mantenerlas… y eso sí será mérito (o demérito) nuestro. Pero hemos de recordar que tenemos unas obligaciones aparejadas a esas virtudes, y son las de ofrecerlas a los demás, compartirlas, usarlas para mejorar la vida de todos y no sólo la nuestra. Qué triste un mundo en el que todos nos mirásemos el ombligo… Y qué aburrido, porque, seamos sinceros, no todos los ombligos son bonitos.

No somos nada, decía un sacerdote amigo mío continuamente. Hoy, ahora, estamos aquí, tú estás leyendo esto pero, ¿quién sabe dónde estaremos en el siguiente minuto?

Sólo el ser conscientes de nuestra pequeñez nos ayudará a ser grandes, porque seremos humildes y no vanidosos; miraremos al infinito y no a nosotros mismos.

Por ir acabando

Dije que sería larga. Lo he repetido un par de veces. Y sí, se ha hecho larga. ¿Podría haberlo escrito en menos líneas? Seguro que en muchísimas menos, pero quería contar cómo y por qué surgió esta entrada.

Ahora, por otro lado, tendré que reinstalar Strava en el móvil para que no vuelva a fallar, y volveré a correr en unos días con las Mizuno. Probablemente no me sienta igual de bien que esta mañana a nivel físico, pero bueno, al menos me ha servido para esta entrada.

Iba a prometer que la próxima será más corta y menos seria, pero he pensado que mejor no prometer algo futuro que depende más de las musas que de mí mismo. Ya se sabe que las musas soplan donde, como y cuando quieren. Y las mías acostumbran a no echarme mucha cuenta cuando las llamo. Dejaremos que soplen libremente.

Empezando

Amanece un nuevo año en los albores de… nooooo. No voy a ponerme estupendo porque clama al cielo que la primera entrada de 2024 sea el día 10 de enero. Pero desde hace bastante tiempo mi año no empieza el día 1 tras las campanadas y esas cosas, sino el 9 o el 10, cuando se van apagando los ecos de la Navidad y los Reyes Magos andan ya volviendo a Oriente, a sus quehaceres habituales, mientras esperan el año siguiente.

Entre hacer de ayudante de los pajes de Sus Majestades, las compras de última hora, las devoluciones posteriores, el volver a la rutina lentamente… no consigo enterarme de que estamos en un nuevo año hasta el primer tercio del primer mes, como poco.

Pero bueno, aquí estamos, calzándonos los zapatos de este 2024 para empezar a caminarlo, expectantes por ver hacia dónde nos lleva. No haré ni lista de deseos, ni de propósitos. Tengo varias cosas por hacer y trataré de llevarlas adelante. Eso sí, estoy leyendo los diarios de Stefan Zweig y reconozco que me han dado ganas de copiarle. Tengo aquí libretas de sobra para ponerme a ello. ¿Lo haré? Pues…

…pues seguro que lo harás tres o cuatro días y te cansarás pronto, y te pondrás la excusa de que no tienes tiempo, que el día es muy corto y todas esas cosas que te inventas.

-¡¡Hombre, Bug!! Feliz año y esas cosas que se dicen, ¿no?

Feliz año, tienes razón. Pero como me tienes un poco abandonado de nuevo…

-Ya, ya. Perdona. Ya sabes que en Navidad no suelo estar para muchas cosas.

Sí, eso lo sé, por eso no te he dicho nada estos días. Pero ya no estamos en Navidad, ¿eh? Por si no te has dado cuenta.

-Pues sí. Por eso estoy escribiendo esto: para inaugurar de alguna forma el año. Así que… ¡¡allá vamos!! ¿Me acompañarás?

Ya sabes que sí.

-Perfecto entonces.