Soy miedoso. Confeso e irredento. Desde siempre, creo.
Viendo la peli «Los otros» en el cine, con una amiga, reconozco que ya, en los primeros minutos, me acerqué a ella y le pregunté: «¿Nos vamos?», totalmente en serio. Me podía la tensión.
Tal vez tener una imaginación despierta y que va a su bola no es bueno para un miedoso. Porque lo paso mal y a mi corazón no le gustan los respingos, los sustos, la tensión, el suspense…
Por eso, cuando mi cerebro mezcla cosas al azar, sin sentido alguno, y conociéndome como me conoce, pienso que me quiere decir algo o avisarme de alguna cosa. Pero claro, si le pregunto, no suele responderme.

Esta noche he soñado que estaba en una casa. Una casa de paredes blancas y encaladas, como de pueblo. Sólo una pared y una ventana con una cortina que revoloteaba, pesada, con el viento. Era de noche y había fantasmas. Yo lo sabía pero, en el sueño, pensaba que no tendría miedo, porque serían fantasmas buenos.
Tras algún relámpago, el cámara que rodaba mi sueño se centraba en la ventana. Un primer plano, esperando que apareciese alguna sombra repentina para asustarme. Había silencio, pero en mi mente yo escuchaba acercarse al fantasma, y mi mente lo intuía como algo maléfico. Y mi corazón se aceleraba, y quería huir de ese sueño, pero sabía que seguía durmiendo y tendría que enfrentarme al espectro tarde o temprano. Y esa espera me estaba matando. Me aceleraba el corazón. Miedo. Puro y duro.
…y notaba que empezaba a salir del sueño para huir de la aparición, pero en ese instante de duermevela seguía con el corazón golpeándome el pecho, con fuerza, acelerado. Pero se alejaba la ventana, un poco y, para tranquilizarme, mi cerebro canturreaba una canción:
«Para dormir a un elefante,
se necesita un chupete gigante,
un sonajero de coco
y saber cantar un poco…» (Sé que alguna de las dos o tres personas que me leen, la habrán cantado en su cabeza).
Luego, la duermevela se iba disipando y volvía al sueño. Con la ventana, y la espera del espectro que cayese sobre mí para llevarme con él. Y la angustia, y el corazón a mil por hora… Y el nuevo intento de despertarme para huir de aquella habitación de paredes blancas y ventana con cortina flotando. Y otra vez la canción… «Para dormir a un elefante, se necesita un chupete gigante…» Y cuando acababa la estrofa, otra vez a la pared blanca, y la cortina, y el miedo…
Así hasta tres veces.
Cuando ha sonado el despertador y por fin he vuelto al reino de lo real, mi corazón seguía latiendo rápido. Tenía esa sensación agobiante de cuando lo estás pasando mal, ese peso en el pecho. Y mi cerebro cantaba de fondo «Para dormir a un elefante, se necesita un chupete…»
Y la ducha me rescató definitivamente de la pared blanca, la ventana abierta y la cortina flotando a la espera del espectro. Pero llevo todo el día cantando en mi cabeza:
«Para dormir a un elefante,
se necesita un chupete gigante,
un sonajero de coco
y saber cantar un poco…»
(Y si eres de las dos o tres personas que me lee y conoce la canción, sé que ahora la estarás canturreando tú, al menos un rato, en tu cabeza).
¡Ah, por cierto! Acabé viendo la película entera. Y volví al cine a verla de nuevo, por supuesto, apartando un poco la vista cuando sabía que llegaban los sustos.



Carmen says:
Seguramente esa canción te la cantaba tu mamá, y el repetirla te produce bienestar .
Si se despierta de noche, sácalo a pasear en coche,
Si se despierta de madrugada, acomódale bien la almohada.
Juanma Suárez says:
Jajajaja. Qué va, es mucho más fácil y actual que eso: mi sobrina.