Cuando Vero decidió irse (sí, voy a hablar mucho de Vero siempre. Para eso esta es mi web y, aparte, la echo de menos) empecé a estar más pendiente de mis sueños, porque pensaba que ella podía querer decirme algo por ese medio. De hecho así ha sido y algún día, tal vez, lo cuente, aunque algo por aquí sí he dejado caer… No suelo soñar con la gente que quiero salvo en contadas ocasiones y, a veces, sobre cosas premonitorias que ya conté en otra entrada.., creo recordar.
Vero, lo he dicho alguna vez, tenía sueños maravillosos, llenos de tramas, personajes, situaciones… Alguno de mis relatos nació de uno de sus sueños, y tal vez un día me atreva a abrir el archivo que guardo en mi ordenador con el nombre de «Los sueños de Vero».
Los sueños de Vero
Pero de un tiempo a esta parte, por culpa de Berto Romero y un «Nadie sabe nada», ando tratando de descubrir si mis sueños son en color o en blanco y negro; en 3D o en 2D. Los de Vero eran en un multicolor maravilloso; ni siquiera en eso le llego a la altura del talón. Sí es verdad que mi cerebro es un cachondo y, a veces, le gusta hacerme soñar conmigo mismo y una hermosa mata de pelo negro adornando mi cráneo. Ha pasado esta última noche, por cierto; pero sigo sin poder discernir si ha sido en color o en blanco y negro. Lo seguiré intentando.
Llevo casi veinte años conviviendo con un niño de 12 con el que, a veces, hablo o discuto, según la circunstancia. Lo conocí estando en el instituto, pero en aquella época nuestra relación era más fluída y constante. Él solía echarme en cara mi cobardía amorosa, mi dejadez literaria, mi pereza académica… Vamos, era mi Pepito Grillo particular. Yo le dejaba regañarme porque, en el fondo, sabía que tenía razón a pesar de su corta edad.
Hoy en día sigue estando conmigo, sigue teniendo sus insultantes 12 años y yo, sin embargo, sigo cumpliendo más cada vez que al calendario le da por dejar caer todas sus hojas.
Ilustración de Christof Stanits. (Este no es Billy)
Bill Buganvilla, Billybug para los amigos, o sea para mí, la tía Lula, Sallie la salamandra y algunos más, es uno de esos personajes que creas en alguna época de tu vida y del que te quedas enganchado porque sabes que tarde o temprano escribirás una buena historia con él como protagonista. Pero mientras tanto, él pulula por tu cabeza. Te recuerda que está ahí. Conversa contigo o tú con él…
Y ahora surge otra historia en la que Billy no tiene papel. Sé que lo entiende, pero no deja de remorderme un poco la conciencia porque, teniéndole a él, en estos momentos ando inmerso en un proceso de casting para encontrar a otro niño que acompañe a Molly y sus padres en algo que aún no sé qué será.
Hay una voz allá en el mar
donde las olas rugen…
…y sigo con esa melodía en la cabeza.
¿Dónde rugen las olas? ¿En qué lugar remoto del mar? Tendré que averiguarlo.
Llevo mucho tiempo quejándome de que las musas, mis musas, me habían abandonado. Se habían ido de vacaciones y no se habían dignado a visitarme en todo este tiempo. Ni una señal, ni un leve susurro, nada. Silencio absoluto.
Años tratando de escribir cosas sin ni una buena idea. Tirando de «oficio» (o sea, de decir: ‘voy a escribir lo que sea por ver si me desoxido‘). Hasta esta noche.
De repente me encuentro soñando retazos de una historia. Imágenes, escenas, ideas, paisajes, circunstancias, de un cuento. Un cuento de los que me gustan: con misterio, muebles que hablan, cuevas que se enfadan, lugares mágicos, mares embravecidos que tratan de tragarse a la tierra, niños tratando de arreglarlo todo…
Mi despertador sonaba a las 7’30 de la mañana, pero a las 7 ya estaba en ese estado de ensoñación en el que sabes que estás despierto pero aún no has salido del todo de los brazos de Morfeo…, y puedes controlarlo. Necesitaba tiempo para que las escenas se quedasen grabadas en mi cerebro antes de que el día, la realidad, me las arrebatasen para no devolvérmelas.
7’30. Sonaba el despertador y lo apagaba con los ojos cerrados, encogido bajo las sábanas. Necesitaba más tiempo; un poco más para grabarlo todo en la memoria. Quince minutos más tarde sonaba de nuevo, pero ya lo había conseguido. Lo tenía todo aprisionado en algún sitio de mi cerebro, bien resguardado.
Las 9 musas de la mitología
Temía que la ducha, el camino al trabajo y la rutina diaria me fuesen diluyendo con el tiempo todas las imágenes que había conseguido retener. Antes de salir de casa cogí una libreta. Me subí al coche y quité la radio. Nada de actualidad, ni de noticias matinales, ni de música. Nada de realidad. Conducía como en una nube, absorto en mi sueño, recreando paisajes y sensaciones.
En un semáforo, fuera, oí a alguien en bici silbar un par de notas. Cogí el móvil y las repetí para grabarlas. Al instante surgieron un par de versos para una canción:
Versos de una canción
Hay una voz allá en el mar, donde las olas rugen…
Necesitaba recordar esos versos, así que los canté también en el grabador de voz del móvil.
Al llegar al trabajo seguía como ensimismado. Mascando cada emoción, cada color, cada escena de mi sueño. Cogí la libreta y me dispuse a trasladar al papel ideas sueltas, frases, imágenes… Tenía que sacar afuera todo aquello para que no muriese de realidad en mi rutina. Dos horas me costó hacerlo, pero conforme el papel iba recogiendo las palabras y los garabatos que se iban desprendiendo de mi cerebro y posándose sobre él, iba volviendo a la realidad. Mi compañera me preguntaba si me pasaba algo porque me veía muy callado y absorto. Le contesté escuetamente que necesitaba escribir algo. Al final lo conseguí.
Plasmando un sueño en papel
Hubiera sido perfecto saber dibujar. Con unos cuantos trazos habría conseguido estrujar algo más algún detalle de lo que viví anoche en ese otro mundo en el que, a veces, se te dictan cosas maravillosas. Pero tengo mis notas, mis recuerdos… y esa cancioncilla que me resuena como un eco lejano en la cabeza, todavía:
Estábamos en mi habitación y él entrevistaba a alguien para su programa. Hablaban en español, pero en un momento dado empezaban a hacerlo en catalán. Andreu, entonces, me miró como pidiéndome perdón, pero yo pensaba decirle que era normal; que a mí también me encantaría tener esa facilidad que tienen la mayoría de los catalanes para usar dos idiomas.
Luego, sin ánimo de continuidad, sacaba del cajón de su mesa un montón de discos antiguos, de flamenco. Algunos de los que tenía me sonaban a algunos de los que tengo en casa, heredados de mi abuelo, y cuando estaba apunto de ir a por ellos para sorprenderle, mi habitación empezó a inundarse, así que cambiamos los discos por un par de fregonas.
Andreu me dijo: «Esta noche va a ser divertida»..., y empezamos a recoger agua.
¿Por qué lo cuento? Porque esta web es mía y cuento lo que quiera fundamentalmente, y porque me hace gracia cuando sueño con alguien conocido. Es como tener mi propio programa de televisión por el que algunos personajes que me caen bien van apareciendo como invitados. Y ya han pasado por este programa gente tan dispar como Chenoa, Peret, Diana Palazón, Mark Knopfler, Denzel Washington, Bisbal…, y ahora se une a la nómina Andreu Buenafuente. No me digáis que no es un buen programa. Y habrá más, seguro.
A veces sueño cosas extrañas que permanecen en mi cerebro sólo unos pocos minutos después de despertarme; luego desaparecen y no soy capaz de volver a recordarlos por mucho que me empeño.
Otras veces los sueños son nítidos, claros, concisos, sobre cosas o personas que conozco; a veces consigo recordarlos, pero mi escasa capacidad retentiva me hace que se pierdan en algún recoveco de mi mente hasta otro momento en el que vuelven a aflorar…
Pero algunas veces sueño cosas que, al despertarme, toman una forma distinta a cuando las soñé. Es como si soñara bocetos de algo a lo que yo mismo tengo que darle cuerpo. Es lo que me ha pasado esta noche: cuando me he despertado sólo tenía un nombre en la cabeza, que se repetía una y otra vez: Silas; y un par de ideas: dar el estirón y gente diminuta que se hace gigante.
A menudo estas ideas suelo olvidarlas conforme transcurre el día, pero esta ha permanecido toda la mañana dándome vueltas en la imaginación, hasta que he llegado a casa y he conseguido darle alguna forma que, más o menos, creo que se acerca a la idea que estos «conceptos» querían transmitirme esta noche mientras dormía. Al final ha surgido esto.
Acababa de escribir una entrada bastante larga contando mi sueño de esta noche, pero no me ha convencido nada, así que la he borrado.
En realidad la excusa del sueño era simplemente la que había buscado para escribir algo aquí, porque sé que tengo que escribir más y nunca encuentro nada lo suficientemente ineteresante como para escribirlo en la web. Intentaré (por enésima vez) subsanarlo.
Por cierto, he soñado esta noche con Iñaki Urrutia, el gran Iñaki Urrutia, y mi admirado Mark Knopfler, al que estoy deseando volver a ver en directo, ya veremos dónde, aunque espero que muy pronto.
Tengo pendiente de grabar un par de canciones para mi amigo Tappy, así que ando haciendo experimentos con mis guitarras y el programa de edición musical Pro Tools. Siempre que trato de hacer algo que parezca música me doy cuenta de que mi imaginación va mucho más allá de lo que van mi pericia, mis conocimientos y mi constancia. Es algo contra lo que llevo toda mi vida luchando, aunque soy consciente de que nunca con suficiente convicción ni entrega.
Pero bueno, espero alguna vez ganar esa batalla contra mí mismo.
Me chiva Tappy que podría escribir sobre lo bien que me cae, pero lo voy a dejar para una entrada aparte sólo para éso. Tal vez consiga hacer algo que parezca sincero… pero sólo tal vez. Ya veremos.
No suelo meterme en cosas de cotilleo, ni del corazón (vísceras, más bien, las llamaría yo), pero tengo una primicia sobre Bisbal que me ha comentado él mismo: le encanta desayunar pan con mantequilla y azúcar.
¿Por qué lo digo aquí? Pues porque coincidimos plenamente, y además me ha dado permiso para que lo diga.
Sí, ha estado conmigo esta mañana, en el salón de mi casa, sentado en mi sofá. Hemos estado hablando un rato como dos colegas.
Vale, luego me he despertado, pero la conversación está ahí.
...pues eso: mi sala de estar; el lugar donde, de vez en cuando, me relajo, me divierto, me enfado, me cuento cosas... Si quieres, siempre habrá una silla libre para ti.