Como por lo general escribo las entradas sin apenas repasarlas salvo antes de colgarlas, cuando les doy un par de repasos, nunca sé si , en casos como esta, será realmente la definitiva o me liaré tanto que necesitaré otra más para finiquitarla. Por eso la interrogación.
—Aparte, te enrollas explicando cosas que a la gente…, bueno, los dos o tres que te leen, no les importa.
—…y además, tengo a un pepito grillo de marca blanca que me interrumpe cada vez que puede, con lo cual, si le sumamos a mis disquisiciones sus acotaciones, tenemos entradas larguísimas.
—Pero muy dinámicas. Que si es por ti, todas serían un rollazo de tomo y lomo.
—Bueno, ¿me vas a dejar que siga o no?
—Mejor empieza, porque aún no has dicho nada de este culebrón que te has montado para enseñar dibujitos.
—En fin…
…el caso es que, tras el último dibujo que ChatGi me generó, sentía que íbamos acercándonos, pero había cosas que no terminaban de cuadrarme, así que le hice una nueva acotación para ver qué sacaba de ella.
¿Y una mezcla entre «Chico bajo la luna llena» y «El niño y el mapa del tesoro»?
(ChatGi le pone títulos a las imágenes que genera, no sé por qué, pero es una buena forma de distinguirlas. «Chico bajo la luna llena» fue la primera imagen que generó, la que está en la primera de estas entradas; «El niño y el mapa del tesoro» fue la última de la anterior entrada). Me dio esta:

—¡Anda ya! Este es Peter Pan sin mallas.
—¿Verdad? Eso es más o menos lo que me pareció a mí. De todas formas tenía algo que se acercaba a mi imagen mental…, aunque sólo rozándola.
—Ya estás hablando en un código que sólo entiendes tú.
—Lo entenderás cuando sepas las siguientes indicaciones que le di a ChatGi para que siguiese afinando.
—A ver…
Este último se acerca bastante a mi Billy. ¿Podrías ahora quitarle el gorro, vestirlo con ropa normal de niño (pantalón corto, camiseta, zapatos deportivos, calcetines caídos…) pero manteniendo el pelo enmarañado, la mirada suspicaz, la media sonrisa y, tal vez, la libreta en la mano, la pluma que no escribe bien… ?
…¿y qué me hizo? Un dibujo de un niño que se acercaba mucho, muchísimo, a la primera imagen de Billy Buganvilla que yo había tenido en mi cabeza.
—Me das un poco de miedo.
—¿Sabes una cosa, Billy? Tú sabes desde hace tiempo cómo eres. Este teatrillo que estás montando no tiene mucho sentido, la verdad.
—¿Sabes tú otra cosa? Que si no hago yo este teatrillo, las dos o tres personas que te leen sólo hubieran visto los dibujos. Porque tardas un siglo en contar cualquier cosa. Lo que no entiendo es cómo tienes escritas tantas historias cortas y no has sido capaz de escribir nunca una novela. Aunque sea mala.
—¿Sabes tú otra cosa distinta? (O dos). Una, que eres un impertinente; y dos, que yo tampoco lo sé. Es posible que me pueda la pereza.
—¡Vaya! Ya salió aquello.
—Bueno, sigamos con la cosa, que ahora nos estamos perdiendo los dos.
—Tienes razón. A ver, ¿cuál era esa imagen que se acercaba tanto?
Esta:

Y tengo que reconocer que esta imagen era muy parecida a la que yo me hacía de Bug en mi cabeza, sólo que el mío era algo más regordete. ¿Por qué?
—Eso, ¿por qué? Es algo que nunca me has explicado y, de poder haber sido un tío guapo, atlético y listo, a ser lo que soy…
—¿Qué eres?
—No quiero destriparte el relato de la entrada; que las dos o tres personas que te leen no tienen la culpa de lo que hay en tu cabeza.
—Pues, si te soy sincero, nunca lo he pensado en profundidad. ¿Por qué eras (eres) gordito en lugar de atlético? Creo que siempre he sentido cierta simpatía por la gente rellenita, y sé que es una imagen estereotipada propia, no la realidad; porque cada uno es como es, independientemente de su complexión física.
—Ya, ya, ya. Al grano, al grano; que esto se pone interesante.
—Vale. Te va a parecer una tontería, pero oye, es mi tontería y nadie me va a hacer cambiarla. Recuerdo que, en el colegio, cuando tenía más o menos tu edad y jugábamos al fútbol en el patio del cole, los gorditos eran los últimos a los que siempre elegían para hacer los equipos. ¡Y luego resultaba que eran los que mejor movían la pelota y repartían el juego! (Es un recuerdo que tengo en mi cabeza; cierto, sólo de un par de ellos, pero lo tengo tan fijado en la memoria que siempre aflora cuando lo pienso). Después, siempre los he tenido como personas buenas, agradables, sonrientes, simpáticas…, y muy listas. Tal vez no sean rápidos, pero eso les ayuda a ser cautelosos y reflexivos, que me parecen cualidades mucho más interesantes.
—…y porque tú también has sido gordito (y sigues siéndolo, un poco).
—Mira, no. Me conoces de sobra como para saber que jamás me pondría de ejemplo o de modelo para nada (o casi nada). Es cierto que alguno de mis protagonistas (alguno en concreto) tiene muchas «cosas» mías; de mi forma de ser o de la forma en la que realmente me gustaría ser. Pero no me verás como protagonista de ninguna de mis historias.
—Sí, eso lo sé.
—Pues eso. Y ya he hablado demasiado sobre cosas que tengo en mi cabeza. No me tires de la lengua.
—Como si eso fuera complicado.
—Por eso.
El caso es que después de este boceto, que me encantó, empecé a pedirle a ChatGi que lo usara de base sobre la que pedirle algunos cambios. (Ahora que lo pienso, creo que no llegué a pedirle que me generara una imagen de un niño real a partir de esta. Lo haré).
—¿Ves? Me da que voy a tener que hacer otra entrada más. O sea, que esta no será la última.
—Es que no tienes remedio.
—Lo sé. ¿Qué le vamos a hacer?
El caso es que le fui pidiendo a Chatgi varias cosas que fue generando en otros tantos dibujos. Pero se ve que no llegó a entenderme del todo bien. Primero le pedí que le añadiera algunos kilos de más:

Tras esta, le pedí esto otro:
Le has puesto demasiados kilos de más, y la cara es más de malvado que de pillo. ¿Puedes quitarle algún kilo y mantenerle una cara como de inocente pero travieso?
Pero lo interpretó de forma extraña:

Y viendo que no me había entendido en absoluto, intenté el más difícil todavía: pedirle que me mezclase esta última imagen con la del boceto que me había gustado tanto. Pero siguió sin dar en el clavo.

Es cierto que los tres tenían un algo de Billy, pero había otro algo que no me terminaba de convencer aunque no sabía qué podía ser.
—Que no era yo.
—Eso está claro. Pero no era capaz de explicarlo. Aunque es cierto que, en el fondo, las tres imágenes tenían algo tuyo.
—Muy en el fondo.
Por cierto, sí. Hay una silueta de un gran danés de fondo en los tres dibujos. Es Gandalf (mi Gandalf. Si me leyeras más, sabrías de qué hablo. Pero bueno, ya lo contaré algún día. Cuando toque). No sé por qué a ChatGi le pareció buena idea mezclarlo con los dibujos de Billy, aunque no tengan nada que ver uno con otro.
—Claro. Es la mascota de esos otros niños que tienes en la cabeza.
—No te pongas celoso. Que tú tienes a Sallie, la salamandra, a Florinda Melodías, al General… si no recuerdo mal, hasta llegaste a escuchar una reunión de palomas en el alféizar de tu ventana una vez.
—No me lo recuerdes. Que eso empezaba bien y se quedó ahí, como casi todo lo tuyo.
—El caso es que dejaré para mañana tu imagen. La imagen del verdadero Bill Buganvilla. Así podremos hacer como un pequeño álbum de fotos de varias perspectivas tuyas según le he ido pidiendo cosas a ChatGi, por ver cómo quedabas, una vez que dimos con tu rostro.
—Mira que te cuesta cerrar las cosas, ¿eh?
—Y si, encima, tú no dejas de meter coletillas…
—Claro, ahora la culpa la voy a tener yo. Que tú no sepas terminar no tiene nada que ver.
—Si no siguieras hablando, ya habría acabado varias frases más arriba.
—Claro, claro. ¿Ves? La culpa siempre es de otro.
—¡¡Billy!!
—Vaaaaale, ya me callo.

