2023

Intromisiones

No siempre

Hola, soy Bug… Billy Buganvilla, Billybug, Bill, Billy…, yo qué sé. Juanma me llama de muchas formas dependiendo de cómo le pille. Vamos, ese niño de doce años que corretea por su cabeza desde hace mucho. No veas cómo tiene la cabeza, por cierto… Soy el que se cuela en sus entradas de vez en cuando porque si no se olvida de mí. Yo debería estar luchando contra el pirata Coq en la isla de Lula, viviendo aventuras con Sallie la salamandra y con Florinda Melodías en su emisora de radio, pero no… El señor no es capaz de sentarse a escribir la historia en serio y ahora anda con Ben y Molly, que son sus favoritos, con la historia esa de la Luna y el pueblo que nadie conoce. Lo mío, parece, que puede esp…

– ¿Billy? ¿Bill Buganvilla? ¿Se puede saber qué haces escribiendo en mi página sin permiso? ¿Cómo has entrado aquí?

Pues… te habías dejado ésto encendido. Tenía que contar una cosa que lo mismo ibas a contar tú, en algún momento, pero creo que yo soy el más adecuado para hacerlo.

– ¿En serio? ¿Y no podrías habérmelo dicho antes?

…estabas en la ducha y como nunca se sabe cuánto vas a tardar, pues…

– A ver qué ibas a decir tan importante…

Bueno, déjame que lo escriba, porfa. Si no te gusta, lo borras luego. Además, ¿por qué tienes que cambiar el formato de la letra cuando hablo yo?

– Pues para que la gente…

– … sí, ya sé: los dos o tres que me leen… (¡mira que puedes ser insoportable, ¿eh?), pues para que ellos sepan cuándo hablas tú y cuándo hablo yo.

Como si no se notara.

– Bueno, lo que tú digas. Pero acaba rápido y cierra aquí, ¿vale?

Vaaaaaaaale. Ahora tengo que retomar, que no sé por dónde iba…
¡¡¡Ah, sí!!! Ayer, Isa, esa amiga de Juanma con cáncer, la valiente, le dijo una frase que siempre me ha sonado rara: «los locos, los borrachos y los niños siempre dicen la verdad»… y, oye, que no siempre. Los niños también mentimos. Lo mismo sí decimos las cosas sin tantos filtros como los adultos; las decimos tal y como las pensamos y sin pensar mucho cómo las decimos. Pero de ahí a decir siempre la verdad va mucho. Si vosotros, los adultos, nos enseñáis a ser sinceros, lo seremos cuando crezcamos. Pero somos mucho de imitar lo que vemos, así que a ver si tenéis cuidado de lo que hacéis y lo que decís cuando estemos delante.
Y eso es todo lo que tenía que decir sobre esto. Si Juanma no me hubiese interrumpido, habría sido mucho más corto.

– Claro, ahora la culpa es mía. Que tú te hayas apropiado de mi página para decir tus cosas no tiene nada que ver.

Bueeeeeeeno, vaaaaaale. Lo mismo tenía que haberte pedido permiso, pero es que tenía ganas de explicar eso.

– Bueno, de momento lo dejaré. Pero que no se vuelva a repetir, ¿eh?

…no prometo nada.

– Ya me lo temía. En fin…

Como he empezado yo, acabaré yo, ahora que se ha ido el pesao… Los niños no somos más que el reflejo de los adultos que nos rodean así que, si ves a un niño siendo un mal educado, mira a los adultos de su alrededor. Y no, no siempre decimos la verdad, aunque cuando la decimos, la decimos en serio.
Gracias por leerme. Ojalá pueda colarme más veces aquí, aunque sólo lo haré cuando hable de cosas de las que Juanma no tenga ni idea…, que son más de las que él se cree.

2023

Imperdibles

¿Quién le puso el nombre? No, en serio. Adán no fue, porque en su época no se estilaba eso de tener que sujetarse cosas con alfileres, y no me imagino un elemento menos apropiado para agarrarse una hoja de parra, la verdad.

Imperdibles, ¿de verdad? Y no, no he buscado el origen de la palabra, ni la etimología porque no he querido hacerlo, pero debe ser curioso… Algo francés, probablemente…

– ¿Ya estás inventando cosas?
– Hola, Bug, ¿qué tal estás?
– No lo sé, dímelo tú.
– Espero que bien.
– Bueno, ¿y qué haces hablando de una cosa sobre la que no has pensado?
– No lo sé. Me pareció gracioso empezar jugando con el nombre…
– …y no sabes cómo seguir. ¿Qué pasó con los pestillos, esa entrada que ibas a escribir hace días?
– Pues que se me han cruzado los imperdibles. Tal vez porque este viernes corro la Carrera Nocturna del Guadalquivir y he andado buscando imperdibles para el dorsal.
– ¿Y ya los tienes?
– Sí, totalmente localizados.
– Mira, algo que tienes más o menos controlado en tu vida. Vas progresando.
– Vaya, gracias por la confianza.
– Nos vamos conociendo ya. Ahora a ver cómo acabas la entrada o qué eres capaz de aprender de esos malditos cacharros…
– Ya veo que tú también tienes problemas con ellos.
– Imagina mis manos tratando de cerrar uno de esos, y encima sujetando lo que tengan que sujetar. Siempre termino pinchándome en algún sitio…
– Eso es cierto; los más pequeñitos son complicados de manejar.
– Bueno, te dejo que termines…, a ver cómo lo haces.
– Qué malvado…

Está claro que son pequeñitos, se pierden casi siempre, pero… ¿de cuántos apuros nos han sacado más de una vez? Nunca nos acordamos de ellos hasta que nos hacen falta, y ahí están cuando los buscamos: para cerrarnos esa cremallera que se ha roto, enganchar la rosa en el ojal, sustituir botones que nos abandonan sin previo aviso, ayudarnos a sacar la cuerdecita del chándal cuando se pierde por la cintura, agarrarnos dorsales en las camisetas durante las carreras populares o sujetarnos adornos encima de la ropa… Ahí están los imperdibles, dispuestos a sacarnos de los problemas aunque no no acordemos de ellos generalmente.

Qué bonito sería si fuéramos un poco como ellos: estar siempre cuando nos necesiten, sin más, para un roto o un descosido, sin llamar la atención, sin ser protagonistas, dejando que luzca el adorno sin tener que mostrar que lo sujetamos… los imperdibles. Tal vez sea ese el matiz de su nombre: lo que no puede o debe perderse porque siempre está dispuesto a ayudarnos.

– Vale, no está mal del todo.
– ¿Ves? Siempre hay algo provechoso que se puede sacar de cualquier cosa.
– No has patinado mucho al final, aunque sí que parece estar un poco… cogido con alfileres.
– ¿Ahora quién eres, Matías Prats?
– Reconoce que lo has escrito imaginándotelo con su voz. Por eso los puntos suspensivos.
– Sí, lo reconozco. Me ha sonado su voz en la cabeza.
– Es que estás fatal de lo tuyo.
– ¿Qué le vamos a hacer? Bueno, deja de decir cosas ya, que luego se alargan las entradas y me dices que no es por tu culpa.
– Bueno, vale, ya te dejo. Nos mantenemos en contacto.
– Prometido.

2023

Derretirse en silencio. Hielo

Me he empeñado en sacar mensajes o aprendizajes de cosas pequeñas, diarias, usuales… Y en verano todos tiramos de los cubitos de hielo…, y hasta en invierno si sales de copas con los amigos. ¡¡Y qué bien hacen su trabajo!!

Ellos están ahí, silenciosos, sin protestar… o tal vez un poco, al principio, cuando empiezan su labor callada y se resquebrajan porque los introducimos en un ambiente distinto al suyo, a su ecosistema. Pero crujen unas pocas veces y se acabó.

Los hielos se desgastan por enfriar nuestras bebidas, van consumiéndose, poco a poco, mezclándose con lo que les rodea…

– ¿En serio estás dedicando una entrada a los cubitos de hielo?
– ¿Bug? ¿Billybug? ¿Qué haces aquí, interrumpiéndome? Iba lanzado con la idea.
– Ya, pero me apetecía salir.
– Vale, ahora nadie sabrá de qué va esto…
– ¿Hablas de los tres o cuatro que te leen y porque les pasas el enlace?
– ¿Qué más te da? A ver, creo que os he hablado de Billy Buganvilla…, un momento, que lo busco… Aquí, creo que por primera vez; aquí, sobre todo y también aquí, veo que por última vez. ¡¡¡Hace más de siete años!!!
– ¿Lo ves? Es que me tienes arrinconado y no te acuerdas de mí.
– Sí que me acuerdo, más de lo que crees, pero ando en mil cosas distintas…
– Ya, como siempre. Pero una de esas mil nunca soy yo.
-Vale, haremos una cosa: mientras no tenga nada para ti, si quieres, te dejo que te vengas por aquí de vez en cuando. ¿Te parece?
– Bueno, algo es algo.
– Pero no seas, tampoco, pesao, ¿eh? No vayas a interrumpirme cada entrada, que luego se hacen muy largas y la gente se cansa de leer.
– ¿Quiénes? ¿Los tres o cuatro que te leen?
– Vaaaale, sí. Los tres o cuatro que me leen. Pero también habrá que cuidarlos, ¿no?
– Pues espero que los cuides mejor que a mí.
– ¿Quieres dejarme terminar la entrada, que ya se nos está yendo de las manos?
– Bueno, pero…
– Shhhhhhh. No digas nada más. Volveremos a hablar. Prometido.
– Está bien, pero…
– Shhhhh. Chitón.

… vale, ¿qué te iba diciendo? Sí, que los hielos se van deshaciendo en silencio, enfriando nuestras bebidas. Y es cierto que también van formando parte de ella. Tal vez ese sea nuestro cometido: estar en medio de nuestros quehaceres, de nuestra vida, ayudando a mejorar la de los demás, sin que se note. Desgastarnos por hacer que quienes nos rodean estén mejor, y siendo parte de ese todo en el que nos mezclamos con ellos.

Tal vez no se trate de «be water, my friend» sino de «be hielo, my friend». Podríamos intentarlo, ¿no?

– Vaya forma de acabar una entrada. Si Bruce levantara la cabeza…
– Le ofrecería una bebida con hielo. ¿Y quieres dejar de meterte en mis entradas sin previo aviso?
– No prometo nada.
– (…)

2016

Casting

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En busca de protagonista

Llevo casi veinte años conviviendo con un niño de 12 con el que, a veces, hablo o discuto, según la circunstancia. Lo conocí estando en el instituto, pero en aquella época nuestra relación era más fluída y constante. Él solía echarme en cara mi cobardía amorosa, mi dejadez literaria, mi pereza académica… Vamos, era mi Pepito Grillo particular. Yo le dejaba regañarme porque, en el fondo, sabía que tenía razón a pesar de su corta edad.

Hoy en día sigue estando conmigo, sigue teniendo sus insultantes 12 años y yo, sin embargo, sigo cumpliendo más cada vez que al calendario le da por dejar caer todas sus hojas.

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Ilustración de Christof Stanits. (Este no es Billy)

Bill Buganvilla, Billybug para los amigos, o sea para mí, la tía Lula, Sallie la salamandra y algunos más, es uno de esos personajes que creas en alguna época de tu vida y del que te quedas enganchado porque sabes que tarde o temprano escribirás una buena historia con él como protagonista. Pero mientras tanto, él pulula por tu cabeza. Te recuerda que está ahí. Conversa contigo o tú con él…

Y ahora surge otra historia en la que Billy no tiene papel. Sé que lo entiende, pero no deja de remorderme un poco la conciencia porque, teniéndole a él, en estos momentos ando inmerso en un proceso de casting para encontrar a otro niño que acompañe a Molly y sus padres en algo que aún no sé qué será.

Hay una voz allá en el mar
donde las olas rugen…

…y sigo con esa melodía en la cabeza.

¿Dónde rugen las olas? ¿En qué lugar remoto del mar? Tendré que averiguarlo.

2011

Billy Buganvilla

– ¿Qué tal estás, Billy?

– Teniendo en cuenta que hace años que no hablamos, muy bien.

– Lo sé. Te he tenido algo abandonado, pero esta tarde he vuelto a acordarme de ti.

– Esas cosas se tienen que demostrar.

– También lo sé, y tú sabes que soy un desastre para esas cosas.

– ¿Para qué cosas?

– Para estar pendiente de la gente; para que sepan que me preocupan aunque no lo aparente, aunque a veces desaparezca y no de señales de vida…

– Ya sabes que no sólo hay que ser bueno, sino parecerlo. Como decía alguien «si eres bueno y no lo pareces, eres tonto».

– Vale, lo acepto. Pero, ¿vas a echarme la bronca después de todo este tiempo?

– Precisamente por todo este tiempo. Pero bueno, ya lo hablaremos más tranquilamente. ¿Cómo te va a ti?

– Bueno, ya ves, cumpliendo años, cosa que, por cierto, tú no haces. Sigues teniendo 12 años, como la primera vez que hablamos.

– Algo que nunca entenderé, ¿porqué hablas con un niño de 12 años?

– Porque te tengo a mano siempre que lo necesito. Además, me gusta tu punto de vista.

– Recuerda que es el tuyo…

– Sí, pero visto desde fuera. El caso es que quería decirte que deberías ir preparándote para irte de aventura.

– Ya. ¿Cuántas veces me has dicho eso mismo? Hasta que no me vea dentro, no me lo creeré. Sólo hiciste una vez que jugase a indios y vaqueros en un tren… y, creo recordar, que hablase con la ropa algún momento. Pero poco más. En cuanto empieces a perder la memoria desapareceré de tu vida.

– Bueno, espero que eso no pase nunca. Pero si pasa, intentaré que otros te recuerden por mí.

A ver si es verdad, que un niño de 12 años necesita moverse un poco y no estar dando vueltas por tus paranoias cerebrales cada vez que te aburres. No me molan tus últimas comeduras de cabeza. Demasiado serias y, a la vez, intrascendentes. Tienes que arreglar eso.

– Lo haré, no te preocupes. Y ya lo sabes: vete preparando.

– Siempre estoy preparado, y lo sabes.

– Lo sé. En fin, Billy, como siempre, un gusto.

– Igualmente. A ver si te aplicas y me sacas de paseo.

– Prometido. Hasta otra.

– Adiós.

2011

Defectos, disculpas y Lula

Últimamente me veo exaltarme demasiado a menudo con cosas tontas. Creo que me estoy haciendo mayor. Hasta hace poco tenía las espaldas mucho más anchas para aguantar bromas. Ahora, a la mínima, parece que algo salta en mi interior y hace que me rebele y diga cosas sin pensarlo antes.

¿Consecuencias? Metidas de pata contínuas, malentendidos, «discusiones»… Y no me gusta nada. Intentaré reconducirme de nuevo, lo prometo. Eso sí, no aseguro nada, jejeje…

A partir de ya voy a tratar de arrojar luz, cambiando radicalmente de tema, a mi historia sobre la tía Lula y su isla. Quiero intentar hacer bocetos sobre los personajes. Recuerdo que cuando tenía pelo no se me daba mal del todo dibujar, aunque nunca lo he intentado teniendo como simple base lo que tengo en mi cabeza. Ahora voy a tratar de averiguar qué tal me funciona esa faceta que nunca he explotado.

Voy a rescatar a Bill Buganvilla, un niño regordete y simpático que me acompaña desde mi época del instituto y que ha sido mi Pepito Grillo durante algún tramo de mi vida; a la tía Lula, por supuesto, mi hada con pinta de abuelita; a Sallie, la salamandra; a Florinda Melodías y su emisora de radio en la isla Lula; al General de la plaza central de la isla, al pirata Coq… y a algún que otro personaje que ya irá surgiendo.

De momento el barco está listo para zarpar. Sólo hay que soltar amarras y esperar a ver dónde nos lleva el viento. Espero que el viaje sea, al menos, entretenido, y que haya amigos que vengan conmigo, por supuesto, en camarote de lujo.

Para acabar como empecé, decir que si durante estos últimos meses he podido decir algo que haya sentado mal, lastimado o cabreado a alguien, desde aquí, pido disculpas. Trataré de que no vuelva a suceder.