Siempre me ha hecho gracia la expresión «darle la vuelta al jamón» para indicar que uno ha llegado ya a esa edad donde deja de ser un jovenzuelo (aunque aún se lo considere pero, ¡ay!, el cuerpo dice otra cosa) y entra en eso que llaman la madurez.
Me temo que yo ya llevo algunos años con el jamón dado la vuelta y navegando por esa etapa de la vida en la que empieza a tratarte de usted hasta la gente mayor (mayor que tú, quiero decir).
Y me doy cuenta de que hay cosas aparentemente contradictorias que añades a tu vida o que has ido asentando con el paso de las hojas de los calendarios:
Me da muy igual lo que la gente pueda opinar de mí; pero, a la vez, me gusta que opinen bien. Incluso intento, con mi comportamiento, que sea así.
No soporto la hipocresía, el doble rasero, la gente que siempre está enfadada con el mundo, a los odiadores profesionales… Por contra, pienso que mi criterio es el correcto, casi siempre. Si no es el mismo que el tuyo, estás equivocado, pero no voy a atacarte por ello. Remedando al doctor Ian Malcolm «la verdad se abre camino». También soy consciente de que me equivoco muchas veces.
Prefiero una reunión tranquila a una fiesta multitudinaria. Pero echo de menos cuando en Garufa nos recogíamos a las tantas.
Si fuera árbitro de fútbol, la mayoría de los partidos se acabarían antes de tiempo por falta de jugadores; iría echando a los tramposos, los simuladores, los que pierden tiempo, los que intentan engañar (si los pillo, claro), los que faltan al respeto, los que insultan… También echaría a los porteros que pierden tiempo por doble tarjeta amarilla (porque ningún árbitro se atreve a sacarle una segunda tarjeta amarilla a un portero que sigue perdiendo tiempo tras haberle sacado la primera).
Sí, me gusta el fútbol, pero no lo que se mueve alrededor (pero como este es el «Ocurriario de verano», no voy a ahondar sobre el tema. Tal vez más adelante).
Si fuera presidente del gobierno eliminaría todas las pagas vitalicias de los políticos (que las tengan). Si un trabajador tiene que trabajar X años para que le quede una pensión, un político, igual.
No me gustan las peleas ni las discusiones. Huyo de ellas. No soy Groucho Marx: «mis ideas son mis ideas; si no te gustan, no tengo otras. Busca las tuyas».
A estas alturas de la película en que he tenido muchas palabras favoritas, las que han ganado a todas son papá, mamá, tito y padrino. Les siguen muy de cerca, cerquísima, abuela y abuelo.
Rezo. Mucho. Más por mis amigos que no creen y por esos que hablan de «muñequitos», «fantasías», «gente imaginaria»... Mis experiencias son mías y sé que no les van a servir. A mí sí, y con eso me basta.
No juzgo (o lo intento, aunque a veces es muy complicado) a nadie. He aprendido a tratar con gente totalmente contraria a mi filosofía de vida porque, al final, siempre, siempre, siempre, hay muchas más cosas que nos unen que cosas que nos «separan» (sí, entrecomillado). En el fondo todos buscamos ser felices con nuestros errores y nuestros defectos…, y nuestras limitaciones.
Creo que mis amigos tienen de mí una imagen mucho más luminosa de lo que realmente es. Está claro que su mirada es la que irradia esa luz, no yo. Y no me lleves la contraria, porque me conozco lo suficiente como para saber de qué hablo.
Ahora lloro más fácilmente. Con películas, con vídeos, con lecturas, con canciones… También me enfado más fácilmente, con casi todo. Por suerte, el enfado suele durarme poco. No tendría momentos de paz a lo largo del día…
Sigo siendo un curioso empedernido. Pero también un perezoso pertinaz.
Reconozco que la timidez me ha salvado de hacer muchas tonterías. Bastantes.
Confieso que, mi parte malévola, a veces, se encuentra alegrándose de algunos fracasos de ciertas personas que se dibujaban como triunfadores cuando era joven (y ellos también). Y sí, sé que no es bonito, pero…
Me gusta presumir de mis amigos.
Mis logros siempre me parecen menores, tal vez por pudor, por timidez…, o porque los vea objetivamente.
Me enamoran las sonrisas.
Sé que tengo gente en el Cielo que me quiere (tal vez más de lo que merezco), me protege y me lleva de la mano. Gente con la que hablo a diario y continuamente, y a la que pido favores.
También son cosas de la edad el ser consciente de que sería capaz de estar pensando durante horas qué seguir escribiendo aquí y saber que seguiría habiendo muchas cosas para añadir. Pero voy a parar. De momento…
Tal vez a ti, que eres de las tres o cuatro personas que me lee aún, te haya defraudado algo de lo escrito. Me remitiré a la primera frase del cuarto párrafo.
Ojalá aún quede mucho jamón por comer en esta segunda vuelta. Yo lo espero porque ¡¡qué rico está!!


