2022

Usa las gafas

Cuando aún era joven…; sí, admitámoslo ya, uno va llegando a una edad en la que nadie le considera joven, aunque puedan suavizar la cosa con un «te conservas bastante bien» o el no menos socorrido «pues estás igual que siempre», a pesar de que seamos conscientes de que no es cierto, pero se agradece la caridad y el cariño…

Cuando aún era joven, decía, había pocas cosas de las que solía presumir (y de las que podía, para qué vamos a engañarnos). Una de ellas, de la que me pavoneaba a menudo, era mi vista aguda de elfo. Mis amigos acostumbraban a sorprenderse cuando era capaz de ver, en lontananza, «¿qué ven tus ojos de elfo, Legolas?», el número del autobús cuando aún apenas se vislumbraba el vehículo a lo lejos más que como una visión de un oasis en el desierto. Sí, así de bien veía. Y me gustaba alardear de ello, seamos sinceros.

Pero entonces la edad se encargó de ponerme en mi sitio y, en un momento determinado de mi existencia, las páginas de los libros empezaron a hacérseme neblinosas. Sin haber bebido, las letras se emborronaban en mis narices, se volvían apenas trazos indistinguibles que me obligaban a achinar los ojos para distinguirlas. Se hizo irremediable la visita al oculista, del que salí, por supuesto, con un par de gafas para leer. «Vista cansada; lo normal de la edad», me dijeron.

De forma suave y elegante me avisaron de que había salido de la juventud por la puerta de atrás…, o sea, que la juventud me había expulsado de la sala en la que yo creía poder estar hasta los setenta, por lo menos. Pero yo, que siempre he presumido, otra de las cosas de las que sigo haciéndolo sin rubor, de ser un buen perdedor y un magnífico contrincante, acepté el tanto y elegí dos pares de gafas para leer con los que me veía hasta interesante. De hecho, aquí ando escribiendo esta entrada con mis gafas de montura metálica negra y un gintónic para refrescar la tarde (probablemente una bebida de persona mayor, qué le vamos a hacer…).

¿Y a qué viene este preámbulo? Pues voy al desenlace, sin más dilación (sí, quería usar la expresión):

Otra de las cosas que el tiempo ha tenido a bien regalarme, desde hace ya alguna década que otra, es mi alopecia.

Tengo la suerte de que la gran mayoría de mis amigos, ahora mismo, ya me conocieron siendo un trasunto del teniente Kojak que, cada semana más o menos, acostumbra a pasarse la maquinilla eléctrica por el cráneo para que mi cabeza luzca siempre con su debido brillo y los milímetros de cabello adecuados e igualados a la baja. Y aquí llegamos al meollo de la cuestión: siempre he presumido (sí, ya van varias circunstancias de las que suelo alardear, parece increíble) de dejar el baño como una patena después de llevar a cabo mis rutinas capilares: ni una micra de pelo perdido podrá ver jamás quien entre después de mí en el baño… o eso creía, hasta que me dio por afeitarme con las gafas puestas (porque sí, mi vista empezaba a engañarme también en ese menester, la maldita. Con lo que ella y yo habíamos sido…).

Y quise hacer la prueba: una mañana llevé a cabo todos los rituales sin las gafas, incluso el de limpieza posterior. Al acabar, posé sobre mi nariz los anteojos y, ¡¡oh, fatalidad!! Allí quedaban restos minúsculos de mis maniobras capilares por todas partes, ocultos a mi mirada présbita, saliendo a relucir ante mis ojos, cual prueba incriminatoria ante las luces azules del CSI, cuando los armé con las maravillosas gafas que me ayudan a leer. ¡¡Qué engañado estaba, y qué paciencia infinita la de los que viven conmigo, que jamás me han echado en cara que dejase el lavabo como una peluquería de barrio tras la visita de un motero!!

Así que, lo que está claro y yo he aprendido para siempre, es que jamás hay que fiarse del criterio propio que no esté apoyado en bases fiables. Es posible que creamos algo sólo basado en nuestras percepciones que, a veces, pueden no ser completas. Habrá que ser humildes y aceptar que la realidad, de vez en cuando, pueda darnos lecciones que desmonten nuestra propia visión de las cosas, ¿o no?

Y, por favor, si usáis gafas, afeitaos con ellas puestas o, por lo menos, usadlas para dejar el baño, después, en perfecto orden.

2022

Volver a las rutinas

Andaba dándole vueltas a qué escribir para volver a obligarme un poco a actualizar esto de vez en cuando, pensando en lo necesarias que son las rutinas para anclarnos a la realidad; para ayudarnos a avanzar, sin perdernos, sobre caminos conocidos que nos lleven a vislumbrar, aunque sea de lejos, alguna meta…, y de repente me encuentro con este artículo de Enrique García-Máiquez, en el que habla sobre el poemario «Galgos«, de María Martínez Bautista, y del que destaca, entre otros, este verso:

«Hay algo ritual en la rutina».

Y he recordado una conversación con mi padre de hace algunos días, a colación de los fastos multitudinarios y pomposos en commemoración del setenta aniversario de reinado de Isabel II. A él le parecía todo un despilfarro tanta ostentación , tantos actos cargados de boato y lujo, y tenía razón. Pero le argumenté que una sociedad necesita de sus ritos para recordar quiénes son, de dónde vienen y cuál es su historia, aunque sea de vez en cuando. Igual que los ritos católicos, que nos recuerdan que lo que allí se está produciendo es algo importante, que nos supera a nosotros como meros espectadores pero que nos ayuda, de alguna forma, a ser partícipes.

¿Y a qué viene todo este rollo? Pues, simplemente, a que voy a intentar, de nuevo, otra vez, como cada vez desde hace muchos años, volver a esta rutina de la web. Que lo consiga o no, como he escrito siempre que he escrito sobre ésto, ya es algo que nos responderá el futuro, ¿no?

2020

1 de febrero de 2020

"Ahora"... no es demasiado pronto..., ni demasiado tarde.

Ya llevamos un mes del año 2020 y hay tantas cosas por comenzar aún…

Sí, los propósitos de fin de año están bien, pero luego ya viene la vida, y se encarga de ponerte en su sitio y te dice que está bien proponerte cosas, pero que siempre tienes que contar con ella para todo.

…y ahí andamos: cogiéndole el pulso a este año 2020 todavía, ¡y mira que lo está poniendo difícil el puñetero! Porque 2019 no estaba terminando muy bien cuando lo hacía, y estuvo apunto de acabar bastante mal. Pero los milagros, sigo diciéndolo, existen. Y si antes siempre decía que vivía con dos, ahora ya puedo decir que vivo con tres.

Esperando a ver qué trae el 2020

Ahora es tiempo de nuevos proyectos, nuevas metas, nuevos horizontes, nuevas (y antiguas) luchas… Habría muchas cosas que contar desde la última entrada de agosto del año pasado hasta hoy, pero me las guardo. Tal vez, algún día, las cuente. De momento, bienvenido, aunque sea tarde, 2020. A ver qué hacemos contigo.

2019

Entrevistas ficticias

Entrevistas ficticias

Como uno no es famoso y va a a tardar, presumiblemente, mucho en serlo, me hace ilusión pillar una entrevista que alguien le hace a otro, robar las preguntas, y contestarlas yo mismo. Un divertimento, sin más, hoy domingo. No me lo tengáis en cuenta…, o sí, me da igual.

 

P: ¿Cuál es su primer recuerdo?

R: Por favor, tutéame. No somos tan mayores…, ¿no? Primero, primero, es complicado. Sí tengo uno de muy pequeño: ir en brazos de mi madre, medio dormido, caminando por un camino de albero (estaba en construcción entonces la carretera por esa zona) de camino a ver nuestro piso nuevo.

P: ¿Qué imagen usas como fondo de pantalla del móvil?

R: Ahora mismo una de la Giralda iluminada, de noche, recortada sobre un cielo negro, fotografiada por mi hermano pequeño.

P: ¿Qué superpoder te gustaría tener?

R: El de poder convencer a la gente de que lo que yo opino sobre la mayoría de los temas es lo correcto.

P: ¿Qué rasgo te irrita más de ti?

R: La pereza.

P: ¿Qué rasgo te irrita más de otras personas?

R: La hipocresía. El que usen una doble vara de medir para la gente dependiendo de si son de “los míos” o no. La falta de empatía.

P: ¿Cuál es tu mayor miedo?

R: El mayor supongo que aún no lo he vivido, pero probablemente sea el que, al final de mi vida, no me haya, siquiera, acercado a lo que creo debería ser.

P: ¿Cuál es el momento más embarazoso que has vivido?

R: Por suerte mi timidez me evita hacer muchas cosas que podrían ser embarazosas, pero recuerdo una vez en que le di la enhorabuena a una compañera del trabajo por su embarazo… sin estar embarazada.

P: ¿Qué es lo que menos te gusta de tu aspecto?

R: Mis dientes.

P: ¿Qué es lo más caro que has comprado?

R: Mi coche.

P: ¿Cuál es tu costumbre menos confesable?

R: A ti te lo voy a contar; pero una que sea… extravagante: tengo peluches en mi cama. Cuando los quito para acostarme, me gusta dejarlos correctamente sentados en otros sitios. A menudo les digo que se sienten bien para que no les duela luego la espalda. Sí, hablo con mis peluches. Y sí, tengo peluches.

P: ¿Cuál es tu olor favorito?

R: Me gusta mucho el olor a tierra mojada cuando llueve.

P: ¿Cuándo ha sido la última vez que has llorado?

R: Pues, aunque parezca un poco egocéntrico, ayer, leyendo uno de mis relatos sobre una niña que sufre un bombardeo habitual en la guerra en la que crece.

entrevistas ficticias

P: ¿Qué libro te cambió la vida?

R: No soy consciente de que algún libro me haya cambiado tanto, pero “El señor de los anillos” fue mi libro de lectura durante varios veranos seguidos. Tolkien me condujo hacia la filología.

P: ¿Qué es lo peor que te han dicho?

R: ¿Sin contar los insultos que han podido dedicarme algunos conductores en algún momento y que no he oído pero sí intuido o leído en sus labios? No guardo recuerdos de ese tipo de cosas. Mi cerebro, si los hay, sabe eliminarlos.

P: ¿Cuál es tu bien más preciado?

R: Mi familia. La carnal y la que he ido eligiendo a lo largo de los años.

P: ¿Cuál es el primer deseo de tu lista?

R: Convertirme en escritor, pero de éxito.

P: ¿Cuál es tu mayor placer culpable?

R: Quedarme, a veces, en la cama hasta muy entrada la mañana.

P: ¿Qué le debes a tus padres?

R: ¿Aparte de la vida misma? Pues todo lo bueno que soy. Lo malo es cosecha propia.

P: ¿Cuál ha sido tu mayor decepción?

R: Me decepciono mucho a mí mismo. Y fíjate que trato de arreglarlo, pero no lo hago. Y eso me decepciona más aún.

P: ¿A quién te gustaría pedir perdón y por qué?

R: Soy una persona que cree en el Cielo y en el Infierno. A menudo me gustaría poder pedirle perdón a todas esas personas que han sido parte de mi vida y a las que nunca les hablé, al menos, de ello.

P: ¿Qué te despierta por las noches?

R: La maldita llamada de la naturaleza. Creo que con la edad mi vejiga se debe estar reduciendo a pasos agigantados y son pocas las noches en que no tengo que levantarme alguna vez a pesar de intentar no hacerlo. Pero la naturaleza siempre gana.

P: ¿Cómo vives el amor?

R: ¿Vivirlo? Es complicado. Tratando de ser la mejor persona posible. Entiendo el amor como un sacrificio desinteresado hacia el otro. Todo lo que salga de ahí no es amor, es conveniencia.

P: ¿A quién invitarías a la cena de tus sueños?

R: A mi abuela. Me encantaría que me contase cómo es el “otro lado”. Porque que me está cuidando desde allí lo sé de sobra.

P: ¿Qué palabra o latiguillo usas con más frecuencia?

R: “Ten cuidao por ahí”.

P: ¿Cuál es el peor trabajo que has hecho?

R: No sé si el peor, pero el que menos me gustó fue repartir publicidad un verano para un amigo que me hizo el favor de darme algo de trabajo.

P: ¿Qué te ayudaría a mejorar tu nivel de vida?

R: Tener un sueldo con cuatro cifras, que mi empresa cuidara más de su gente y menos de sus números (supongo que como todas las empresas), tener más espacio para poder tener todos mis discos, mis películas, mis libros y mis guitarras sin necesidad de apilarlos para que entren.

P: ¿En qué momento has estado más cerca de la muerte?

R: Supongo que cuando nací. De momento, y cruzo los dedos para que no pase nunca, no he vivido ninguna situación límite…, al menos que recuerde.

Entrevistas ficticias

P: ¿Cómo sueles relajarte?

R: Últimamente delante del ordenador, cascos, asiento cómodo y podcasts. Ahora mismo me muevo entre el “Nadie sabe nada” de Buenafuente y Berto y el “Todopoderosos” de Arturo González Campos, Rodrigo Cortés, Juan Gómez-Jurado y Javier Cansado.

P: ¿Con qué frecuencia practicas sexo?

R: ¿En mis sueños?

P: ¿Qué canción te gustaría que sonase en tu entierro?

R: No sé si me gustaría que sonase alguna. El sonido de las oraciones tal vez sea más efectivo. Pero si tuviera que elegir, por supuesto, alguna de Mark Knopfler; por ejemplo el “Going home” que es un título muy apropiado para el momento.

P: ¿Cuál es la mayor lección que te ha enseñado la vida?

R: Que si no vives como piensas, al final terminas pensando como vives; y que el “espíritu sopla donde quiere”.

P: ¿Dónde te gustaría estar en este momento?

R: En algún lugar tranquilo, rodeado de naturaleza, sin tener que levantarme mañana lunes para ir a trabajar.

2019

Cosas de la edad

Cuántas veces no habremos dicho eso de «me encantaría tener diez años menos pero sabiendo lo que sé ahora». Es verdad que, cuando llegas a una edad, lo de cumplir años te va dando un poquitito de vértigo. Sobre todo porque te da por mirar los sueños que tenías cuando eras joven, y te das cuenta de que la mayoría no eran más que luces brillantes que se han ido apagando.

Pero ahora, con la edad, con el poso (y el paso) del tiempo, es cuando te vas percatando de lo que te rodea, de cómo funciona casi todo, pero, fundamentalmente, cómo funcionas tú. Y, qué le vamos a hacer, de momento estoy encantado de haberme conocido. Tengo mis manías, mis defectos, mis virtudes… He aprendido a aceptarme, a conocerme, a saber qué soy y qué no. Y me siento cómodo.

…y sí, tuve pelo.

Ahora prefiero estar en casa, tranquilamente; una peli, una serie, un libro… y silencio. Nada de eventos multitudinarios, salvo conciertos de vez en cuando y de personas muy determinadas que, quienes me conocen, identifican perfectamente.

Disfruto cuando me reúno con dos, tres, cuatro personas, para charlar, comer, beber…, pero no soporto, en absoluto, las «reuniones sociales»; siempre me siento fuera de lugar, a pesar de, es una de mis pocas virtudes, ser capaz de integrarme casi en cualquier sitio sin ningún problema.

Ahora tengo mis propias ideas, pocas, pero muy claras; mi forma de ver el mundo, la sociedad, la política, el arte… Me doy cuenta de que soy intransigente con respecto a mis opiniones, pero soy capaz de tolerar la mayoría de las de los demás

Sigo sin soportar la hipocresía, el doble rasero, a la gente que piensa que está por encima de todos. Sigo sintiendo pena por la gente que no tiene fe, porque a mí me llena de tranquilidad y de paz.

Soy capaz de entender y disculpar cualquier comportamiento, siempre que no suponga el dañar a otros, (e incluso, a veces, hasta en esas circunstancias). Intento no juzgar a la gente (lo confieso: no siempre lo consigo), porque sé que ellos también podrían juzgarme a mí, y tal vez no saliera muy bien parado.

Sigo disfrutando de los abrazos fuertes, largos, pegaos…, los que van con beso, sobre todo. Sigo enamorándome de sonrisas, indistintamente de quién sea el dueño. Por contra, me estoy volviendo arisco, cascarrabias, huraño… aunque más cuando estoy a solas o nadie puede ser testigo o sujeto directo.

No sé. Cabrían muchas cosas aquí. El Juanma actual conserva muchos rasgos del adolescente; muchísimos. Pero tal vez ha perdido un poco el brillo de aquel, porque el tiempo se encarga de irte echando capas de realidad encima y eso, quieras que no, va formando una pátina que, al final, no dejas de ser tú, con las luces y las sombras que te tocan.

Al fin y al cabo, lo único que nos queda es esperar que las luces hayan sido siempre un poco más fuertes que las sombras…, a pesar incluso de uno mismo.

2016

Evolucionar

Estoy acostumbrado a que mis amigos me digan que no he cambiado en años; que sigo igual que cuando me conocieron… También es verdad que la mayoría de los que me conocen ahora no han vivido mi época de melenitas y remolinos, así que no tiene mucho misterio la cosa. Pero, de repente, Facebook me propone uno de esos juegos que alguien programa y que todos nos apresuramos a compartir si el resultado nos gusta o habla bien de nosotros, aunque sea mentira: «¿Cómo has evolucionado con los años?» se llama y, en mi caso, es descubrir esa evolución a través de una foto de cada año, desde el 2009 hasta este.

evolucion
Cómo he evolucionado con los años según Facebook

…y es posible que algo de razón tengan mis amigos. ¿Cuál es mi conclusión? Los calvos no podemos evolucionar porque hemos llegado antes que el resto de la humanidad al final evolutivo; a partir de nosotros, ya, es todo retroceder.

2015

Sentido de la orientación

sentidoOrientacionPrometo que, hace algunos años, tenía un sentido de la orientación espectacular. Era aparcar mi padre el coche en cualquier sitio y saber exactamente volver al lugar al cabo de las horas, sin ningún atisbo de dudas.

Podía preguntar por cualquier dirección que, con una solo explicación que me dieran, llegaba a la primera. Miraba mapas y planos para dibujar una ruta en mi cabeza, y luego era capaz de cumplir esa ruta sin mirar de nuevo el plano o el mapa…

Pero se ve que con los años he ido perdiendo algunas facultades, y ahora soy como una barca sin timón en medio de unos rápidos: nunca sé por dónde voy a llegar al sitio al que quiero ir. Doy vueltas, pierdo el camino, me equivoco, confundo las indicaciones…

¿Y el GPS? Pues no me llevo bien con él. Discutimos. Él me habla, yo trato de echarle cuenta, pero sospecho siempre de sus indicaciones. Tengo la sensación de que espera a que me relaje para engañarme, para enviarme a algún otro sitio. Y estoy seguro de que lo hace queriendo. Que disfruta viéndome hacer más kilómetros de los que realmente son necesarios. Si a eso le añadimos que puedo pasar varias veces por el mismo sitio sin que me suene el lugar hasta, al menos, la tercera vez, en el mundo de los GPS, cuando se juntan todos para contar sus anécdotas, el mío debe ser el centro de la fiesta.

El infierno de los GPS debe estar lleno de aparatos mentirosos, de esos que te llevan por caminos que no existen, o los que se pasan la mitad del recorrido «recalculando ruta», o de los que te meten por calles en contra mano o sin salida… Yo estoy seguro de que allí acabará el mío. Y yo, con o sin él, perdido de camino hacia algún sitio.

Dedicada a Cris y Tappy.