De repente me doy cuenta de que hace casi un mes que no escribo aquí…
—Si es que estás muy disperso.
—Ya lo sé, pero es que ya sabes que soy como los gatos: están tranquilos, a sus cosas, de repente ven un punto en el suelo que se mueve, y ya les da igual todo lo demás…
—¿Y cuál es ese punto ahora?
—Muchos. Pero, sobre todo…, no me preguntes cómo llegué a ellos, ¿vale? Porque ya sabes que doy muchos rodeos en todo y, a veces, acabo en sitios que me llaman la atención y me pregunto ¿y por qué no?
—Vale, ¿pero qué ha sido esta vez?
—Tres palabras: «diario de escritura».
—¿En serio?
—En serio. Quise leer algo sobre cómo conseguir un hábito de escritura y..
—¡¡¡…pues escribiendo!!! ¿Cómo se consiguen los hábitos? ¡¡Con repeticiones!!
—Claro. La teoría es muy fácil, pero ya me conoces: como los gatos.
—Me voy dando cuenta.
—El caso es que me he comprado una libreta (cara) para ver si soy capaz de anotar, aunque sea una línea, cada día, sobre lo que escribo, lo que leo, lo que pienso, lo que me inspira… Las cosas que me pueden llevar a algún relato o alguna historia, qué pienso sobre lo que ande escribiendo o lo que no… Ya sabes, como un examen propio de esas cosas que pululan por mi imaginación.
—Sabes que te durará, como mucho, una semana o dos, ¿verdad?
—Eres buenísimo dándome ánimos, ¿eh?
—Tengo que mantenerte los pies en el suelo, porque ya ves que, enseguida, te hinchas como los globos de helio, te pones a flotar y luego… Luego ya sabes que esos globos acaban siempre arrugados, olvidados y atropellados por algún camión en alguna carretera perdida de no se sabe dónde, sin apenas hacer ruido.
—Te agradezco la imagen. A veces ni siquiera sé por qué te escucho.
—Porque sabes que te conozco de sobra y sé cómo funcionas.
—Vale. Pero voy a empezar con esto. No me voy a preocupar de dónde o cuándo me cansaré. Igual empiezo a escribir de forma asidua, aunque sólo sea por llevarte la contraria.
—Ojalá. A ver si así me das la historia que me debes. Que ya he visto que andas rondando una de Navidad con dos personajes, y ninguno de los dos soy yo.
—Billy, la tuya tiene que ser buena.
—¿Esta de Navidad no será, si la llevas a término, buena o qué?
—Ya me entiendes. Los perros de la Morrigan. Ese es el reto con tu historia.
—Como a ti te gusta decir: «cuán largo me lo fiais».
—Lo sé, pero… déjame soñar un poco, ¿no?
—Siempre que no conviertas ese sueño en pesadilla…
—Es la idea. De momento, sólo quiero ver si consigo crearme un hábito. Luego, ya iremos dando pasitos.
—Es que andas muy disperso siempre. Tienes mil cosas empezadas o en proceso y claro, es normal que no consigas centrarte en ninguna, porque ninguna realmente avanza hasta el punto en el que pienses que tienes que continuar avanzando. Siempre lo interrumpes todo en un punto en el que no te supone nada volver atrás para empezar otra cosa.
—Lo sé. Y eso es lo que quiero ver si empiezo a ordenar un poco. ¿Lo conseguiré con esto? Pues no lo sé. Nunca lo sé, y me conozco casi tan bien como tú para estar casi de acuerdo contigo en todo lo que dices. Pero siempre me doy una oportunidad más.
—No, si eso te lo concedo: paciencia contigo mismo tienes como para reflotar el Titanic a pulso.
—Si no me la tengo yo…
—Está claro. En fin, a ver dónde llegas con este nuevo juguete que te has comprado. Ya me irás contando.
—Claro. Y gracias por ayudarme a escribir esta entrada. No sabía sobre qué hacerlo, la verdad.
—Como fuiste capaz de hacer eso de poner en la cabecera de esta web lo que dijiste que ibas a hacer…, eso de decir que era de los dos…
—Bueno, realmente es mía, pero tú eres…, digamos que la estrella invitada.
—Mejor. Así no tengo ninguna responsabilidad, salvo la de venir de vez en cuando.
—Sí. A servirme de excusa para escribir algo.
—A ver si, alguna vez, ese algo, es una historia para mí.
—Llegará.
—La de años que llevas diciéndome eso. A ver cuándo se hace realidad.
—Se hará.
—Cada vez te creo menos.
—¡¡¡Billy!!!
—Vaaaaale, ya me callo.

