Cerrar el círculo… por ahora (, y III)

…y llegó el día. 30 de abril, Lisboa.

Tras Córdoba, el viaje a Portugal fue largo, pero la música de Mark me iba acompañando todo el camino. Pasaba de su discografía en solitario a sus discos con Dire Straits. Era consciente de que una vez llegado a Lisboa y acabado el concierto, según el mismo Knopfler iba anunciando en todos los precedentes, se cerraría esa parte de mi relación con él. Esa parte de esperar cada nuevo disco re escuchando mientras todos los anteriores, la de comprarlo el mismo día de su salida, oírlo cada día durante un mes entero y esperar al anuncio de la siguiente gira para elegir el lugar dónde ir a verlo en directo. Cabía la posibilidad de que esta fuera la última vez. ¿Y qué mejor que cerrar el círculo viéndolo en el mismo lugar en el que lo vi por primera vez?

Al fondo, el Altice Arena

Lisboa es una ciudad que me encanta. Luminosa, con gente agradable, con miles de colores y matices en sus calles, alegre… Esta vez iba con el tiempo justo para llegar al apartamento que había alquilado para dormir, darme una ducha, comer algo, y dirigirme al que ahora se denomina Altice Arena; o sea, el «pabellón Atlántico» de 2005.

El escenario desde la zona VIP

Por suerte las entradas eran, esta vez, en asiento y numeradas, con lo que no había colas. Cuatro días antes había conseguido hacerme con una entrada en «zona VIP«, o sea, bastante cerca del escenario, así que podría volver a disfrutar del mismo concierto que el día anterior en Córdoba, pero esta vez cómodamente sentado.

Y así sentado, a solas, como la primera vez, disfruté como aquella noche de 1 de abril de 2005, casi 14 años antes. Mark salió al escenario, hizo su magia con las seis cuerdas y yo, de nuevo, me emocioné, vibré, tarareé, me volví a emocionar…

Rodeado siempre de buenos músicos

Siempre me ha gustado ver en sus conciertos los gestos que tiene con todos y cada uno de los componentes de su banda. Es posible que Mark Knopfler no sea alguien que hace guiños a los espectadores, que habla con ellos desde el escenario, que rompe demasiado esa «cuarta pared» con el público, pero yo voy a oír su música, no a que me cuente chistes.

Prefiero ver cómo interactúa con la gente con la que trabaja cada noche; y, personalmente, ahí veo respeto, cariño, admiración y, sobre todo, muy buen rollo: músicos enormes que disfrutan con lo que hacen, que se engrasan un poco más cada noche que actúan, que funcionan como uno solo. Y se nota.

…y al terminar el concierto, la misma sensación de siempre: la de no haber estado allí. La de haberlo soñado. Y ese sentimiento de ir caminando por encima del suelo, y de que nadie ni nada alrededor es capaz de alcanzar, siquiera, a atisbar una mínima pizca de la felicidad que en ese momento me llena.

Había vuelto a disfrutar de mi músico de cabecera. De ese que me lleva acompañando casi 35 años. Y eso nadie lo podría eliminar de mi memoria.

El Altice Arena, vacío, justo después del concierto

…y el Altice Arena se quedaba vacío y en silencio, con miles de recuerdos y notas suspendidos en el aire. Ahí había estado Mark Knopfler, el hombre que sabe hacer hablar a las seis cuerdas como nadie.

Al día siguiente, antes de volver a casa, me quedaban un par de cosas que hacer: la primera, hacerme una foto con el cartel del concierto en las paredes del pabellón.

Frente al cartel del concierto, en el pabellón

La segunda, cerrar definitivamente el círculo. Repetir la foto que me hice en 2005, antes de mi primer concierto. Si 14 años después Mark actuaba con gafas, yo decidí hacerme la foto igual, con mis gafas de leer, esas que, 14 años atrás, no necesitaba. Eso también es algo que me recordaba que yo también he estado envejeciendo junto al maestro Knopfler.

1 de abril de 2005
1 de mayo de 2019

14 años y un mes justo separan estas dos fotos. De momento cierran este círculo pero, en mi fuero interno, hay algo que trata de convencerme de que Mark Knopfler no se va a retirar de los escenarios. Él siempre ha sido un animal de directo. Se siente cómodo tocando sus canciones delante de gente, disfrutando, haciéndolas crecer…

El maestro Mark Knopfler

Algo dentro de mí me dice que solo es un punto y seguido, no un punto y final. Quizás cambien sus giras; serán más pequeñas, más cortas, pero esta no puede ser la última… Eso es de lo que trato de convencerme, y espero no equivocarme demasiado.

Mientras tanto, larga vida al maestro Knopfler. Seguiré disfrutando de su magia, a la espera de su siguiente paso. Como él mismo decía, acompañado de Hank Marvin sobre un escenario, antes de finalizar un concierto con su himno Going Home: «estaremos por aquí. Hasta que nos volvamos a ver».

Cerrar el círculo… por ahora (, II)

…pero antes de cerrar mi círculo con Mark, llegó Córdoba. El cuarto concierto de su gira de 2019 que comenzaba en España.

Cartel de la gira española

Comenzar una gira en nuestro país tendría sus ventajas y sus inconvenientes: por un lado la banda llegaría sin rodar, probablemente con pequeños errores, sin estar totalmente engrasados y sincronizados; por otro, en los primeros conciertos de sus giras Mark suele tocar más canciones, tal vez buscando la lista con la que sentirse más cómodo, o la que le gustase más…

Córdoba está cerca de Sevilla en coche, así que me dispuse a salir a mediodía, llegar, recoger mi entrada de pre-venta comprada en octubre del año pasado, y así poder entrar a la plaza de toros una hora antes que el resto de la gente. Eso quería decir que estaría muy cerca. Salvo las tres veces que lo he visto en el Royal Albert Hall, todas las demás he tenido la suerte de estar muy cerca del escenario, si no delante mismo, y es un gustazo poder ver sus gestos, su concentración, sus miradas cómplices con todos y cada uno de los miembros de la banda, pero, sobre todo, seguir sus dedos deslizándose sobre el mástil de la guitarra.

Los dedos de una leyenda

En el albero de la plaza de toros de Córdoba coincidí con mucha gente de Spanish City, un grupo al que, en silencio, pertenezco prácticamente desde que empecé a escuchar a los Dire Straits y conseguí dominar un poco esto de internet. Con ellos he discutido, he reído, he intercambiado CDs, en la época en la que se hacían lo que llamábamos «árboles», para compartir material inédito de la banda o de Mark…, pero, sobre todo, he podido compartir esta locura en la que se ha ido convirtiendo poco a poco el maestro Knopfler con gente que sabía que me entendía y que estaba, incluso, mucho peor que yo. Porque ya se sabe que, lo mejor para una enfermedad, es compartirla y hablar de ella.

La imagen puede contener: una o varias personas, personas de pie y exterior
Los de la pre-venta preparados

Durante el concierto, a pie de escenario, estuve vibrando junto a, o cerca de, algunos de ellos. Recuerdo a Frank Wong, Fabián y su camiseta rosa, Roberto Sánchez, Víctor y Carmen con su Mark-playmóbil, Alberto, Esteban… Si me hubiese presentado, probablemente me acordaría de más de ellos, pero siempre me ha dado un poco de palo eso de presentarme, así que estuve con ellos como estoy en el grupo de Facebook de Spanish City: comentando de forma «anónima», como desde lejos, pero disfrutando como un enano.

Cerquita del escenario

¿Qué recuerdo del concierto? Pues como me pasa con todos: nada. Quiero decir, recuerdo sensaciones, momentos, sonrisas de Mark, gestos, movimientos, miradas…

Los conciertos de Mark Knopfler tienen tal capacidad de traspasarme, que no hay nada físicamente que pueda describir; solo la sensación de paz, de estar fuera del tiempo y el espacio mientras los músicos están sobre el escenario. Luego, cuando acaba, está esa sensación de ingravidez, de caminar como sin tocar el suelo mientras la realidad va cayendo sobre mí lentamente y me devuelve a la tierra. Tal vez por eso hago fotos. Para recordarme que estuve ahí.

Luego, de camino a casa, oyendo a Mark en el coche. Al día siguiente tenía que salir rumbo a Lisboa para, esta vez sí, cerrar el círculo…

Cerrar el círculo… por ahora (I, )

Frente al Pabellón Atlántico (1-4-2005). Mi rutina antes de los conciertos

Corría el 30 de marzo de 2005 y me disponía a hacer una escapada en solitario a Lisboa para ver, por primera vez, al músico que me ha estado acompañando durante los últimos 35 años, poniéndole banda sonora a mi vida.

Ahora mismo ya solo recuerdo cosas sueltas de aquel viaje, flashes, sensaciones. El encontrarme con lo que bauticé desde aquel entonces como el cielo azul más parecido al cielo azul de Sevilla… pero, sobre todo, Mark Knopfler.

Recuerdo esperarle a primera hora de la tarde del día 1 de abril, a la entrada de los aparcamientos del Pabellón Atlántico, donde se iba a celebrar el concierto, y ver acercarse de lejos un par de Mercedes negros que pasaron ante mí, camino de los aparcamientos subterráneos del pabellón. Vi a los coches detenerse en la entrada, allá abajo, al final de la rampa; Guy Fletcher, mano derecha de Mark desde los últimos tiempos de los Dire Straits, se bajó del primero de ellos y miró hacia arriba, donde estaba yo, petrificado. Le saludé con la mano y él me respondió igual, sonriendo. Al instante, por la puerta contraria del coche, se bajó Mark y miró también hacia donde estaba yo, saludó, cogió del maletero una funda de guitarra y entraron hacia el interior del pabellón, a las pruebas de sonido.

Momento Donegan’s Gone.

El estar subido a la acera cuando pasaban sus coches de camino al pabellón ha sido lo más cerca, fuera de un escenario, que he estado nunca de él. Pero había mirado hacia donde yo estaba y había sonreído; y eso me bastaba. Era como si pudiese pensar: «bueno, Mark ya sabe que existo», y con eso me conformaba, siendo consciente de lo complicado que tendría siempre poder acercarme más a él, siquiera para pedirle un autógrafo.

Recuerdo que llevaba unas camisetas con un logo (un logo propio, de algo nuestro) que un amigo y yo habíamos diseñado en el instituto con la intención de regalarle una a Mark y otra a Guy. Por supuesto, las camisetas aún las conservo, nuevas, perfectamente dobladas, en un cajón de mi habitación.

Song For Sony Liston
Telegragh Road

No recuerdo nada de aquel concierto, pero sí mi estado de nervios, mi tensión previos; y mis lágrimas al verle salir al escenario, el tener la sensación de estar en un lugar en el que el tiempo se había detenido… Y ahora, viendo las fotos que conseguí mal-sacar de aquello, descubro que en aquella gira Mark empezaba los conciertos con «Why Aye Man», usaba gafas, y también tocaba «Money For Nothing», como en esta última gira.

Brothers In Arms

Al final del concierto la sensación fue la de no haber estado allí, la de haberlo simplemente soñado; el tiempo se había detenido cuando Mark Knopfler pisaba el escenario y se había reiniciado justo cuando yo salía a la calle, después de todo. Y esa sensación se ha repetido en todos y cada uno de los conciertos a los que, después, he tenido la suerte de asistir.

…y de repente anuncia que esta será su última gira, y me pilla con una entrada para verle en Córdoba, comprada desde el año pasado, y decido que, al menos, tengo que verlo una vez más. Y averiguo que tengo la posibilidad de cerrar el círculo que Mark Knopfler y yo tenemos en este sentido…, pero lo termino de contar en una próxima entrada, porque no quiero que esta sea inmensa; porque podría escribir mucho sobre el maestro Knopfler y yo; porque ya he escrito mucho y muchas veces, y nunca me canso. Por eso y más cosas, cierro el círculo, este círculo, en una entrada distinta. La próxima.

Cuando todo era…

De repente, esta mañana, me encuentro revisando las viejas carpetas que guardo en el armario con antiguos, muy antiguos, escritos propios. Poemas, relatos, artículos, cartas no enviadas nunca, algún boceto de guión de cine…

Incluso he leído cosas que puedo decir que son mías porque reconozco mi letra, pero de las que no recuerdo nada en absoluto, y en las que ni siquiera identifico mi forma de escribir ni de expresarme. Es una sensación extraña.

He recuperado este poema que me gustaba cuando lo escribí y que, aún ahora, me sigue gustando al releerlo, cosa poco habitual, por cierto.

antiguosescritos

RUTINA

Buscar tus ojos
entre mil ojos diferentes
que no son los tuyos.

Gastar la vida
por vidas ajenas
que no son la mía.

Saborear mieles
que se vuelven agrias
en mis propios labios.

Vivir ajeno a mi vida
esperando la tuya,
que se me escapa.