– …y allí estaba yo, terminando de arreglarme para mi cita, nervioso. Siempre había sido muy impuntual, pero esta vez quería llegar a mi hora, a la hora prevista. Aquella dama no estaba acostumbrada a esperar…, o eso me habían contado. Y no quería ser yo el primero en hacerle el feo.

«Reconozco que me empecé a preparar muy pronto, pero parece que algo en mi interior, sin yo querer, siempre me empujaba a distraerme, a retrasar el momento de salir de casa.

«Me puse a regar las plantas de las ventanas, a recoger mi habitación de papeles y ropa, a ordenar los cacharros de la cocina, a terminar de contestar mis correos, a mirarme una y otra vez al espejo cuidando de que mi apariencia fuese lo más presentable posible…

«Cuando quise darme cuenta iba con el tiempo justo…, y salí andando deprisa de casa. Cerré la puerta tras de mí con una sensación extraña, como si no fuese a llegar y eso hiciera que mi vida diera un vuelco infinito que no sabría afrontar.

«Fui lo más aprisa que pude; todo lo aprisa que mis pies de 85 años me permitieron. Cuando llegué al edificio habían pasado diez minutos de la hora prevista. Subí las escaleras, jadeando, con un dolor agudo en el pecho que me nublaba la vista. Al llegar abrí la puerta. Una sala amplia, muy luminosa, se extendía delante. El sol que entraba desde el otro extremo, casi en horizontal, apenas me permitía distinguir las paredes o los límites de la habitación. Todo estaba iluminado con una claridad tan excesiva que pensé que había perdido la vista.

«Traspasé la puerta y me detuve a esperar que mis ojos se acostumbrasen a aquella luz. Y entonces una voz, desde el fondo de la habitación, me dijo: ‘No está. Ha llegado usted tarde. Se ha marchado’.

«Y supe, con toda certeza, que había perdido mi oportunidad. Tendría que esperar a que todos los demás llegasen a sus citas. Sería el último de todos los vivientes a los que La Muerte llevaría consigo. ¿Quién sabe cuánto tendré que esperar ahora para poder reunirme con mi querida esposa en el otro lado?

«No es bueno hacer esperar a La Muerte. Ella debe cumplir sus horarios, su agenda, sus tiempos, y un humano no puede trabar sus planes. No debe.

…y el autobús llegó a su parada. El anciano se bajó y se alejó caminando lentamente, arrastrando sus cansados pies por la acera, cabizbajo, como ensoñado, todo brillo de esperanza borrado de sus ojos. 385 años dijo que tenía, y sabía que le quedaban muchos más para poder descansar del todo junto a su amada esposa.

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