El símbolo de la paz.

Desde hace cienes y cienes de años, todos hemos aceptado que el símbolo por antonomasia de la paz era la paloma, y yo me pregunto: ¿quién habrá sido la mente pensante que lo ha decidido? Seguro que cuando ese buen hombre bautizó a la paloma como el pájaro de la paz, no tenía un coche al que hay que pintarle el techo cada dos por tres porque «el pájaro de la paz», pacíficamente, va dejando su tarjeta de visitas por allí por donde pasa.

Todos tenemos una experiencia desagradable con alguna paloma, seguro. Por ejemplo, ese día que estrenas traje para la boda de tu primo, y resulta que cuando está ya todo el mundo en la calle, dispuesto a acribillar con arroz a la feliz pareja, ves a lo lejos, flotando torpemente en el cielo, una paloma que viene hacia ti muy despacio, mirándote a los ojos, como sonriéndote para que te confíes.

Entonces, cuando pasa sobre ti… ¡CHOF! Un adorno nuevo para tu flamante traje; lo malo es que ni el color ni esa peste a huevo caducado van a juego con el color gris marengo de tu chaqueta. Y en ese momento, que es cuando debería reinar la paz más absoluta, con una paloma surcando el aire, es cuando empiezas a ponerte colorado, se te hincha la vena de la frente, coges el paquete de arroz que tienes en la mano y, soltando exhabruptos que no estoy autorizado a reproducir aquí,se lo lanzas al pájaro con todas tus fuerzas.

Debe ser muy estresante asistir a uno de estos actos simbólicos de sueltas de miles de palomas: porque si una sola es capaz de estropearte un traje de Armani, ¿qué no serán capaces de hacer 500 juntas, cubriéndose las espaldas unas a otras?

¿Y qué hay de su voracidad asesina? ¿Habéis probado alguna vez a ir al parque un día entre semana y darle de comer a las palomas? ¡¡Se te tiran a los ojos!! ¿El pájaro de la paz? ¡¡¡Y una mierda!!! El pájaro caníbal…

Yo, desde aquí, propondría un nuevo símbolo para la paz. Un símbolo que todos aceptáramos; que no jodiera nuestros coches, nuestros trajes o nuestros monumentos; un símbolo que nos uniese de verdad, con una sonrisa en el rostro y el corazón alegre: el GAMBRINUS.