¿No os pasa a veces que, en una discusión, las mejores respuestas se os ocurren cuando ya no las puede oír nadie? Hay una palabra, creo, para eso pero, probablemente, la recuerde cuando ya haya acabado de escribir esta entrada.
El caso es que yo soy mucho de discursos internos. De discutir conmigo mismo como si estuviese discutiendo con otro para intentar convencerle de que está equivocado y yo en lo cierto. Y son argumentos con mucho sentido común, su pizca de pedagogía, sus dosis de ejemplos, todos buenísimos y bien traídos… Vamos, que suele convencerme a mí mismo.
Estas últimas mañanas, yendo al trabajo, no he estado escuchando música, pero sí he estado conversando conmigo mismo, sobre muchas cosas. Por supuesto, sé que siempre llevo razón. Eso sí, llegados a un punto, siempre dejo de lado mis discursos y rezo. Rezo por todos los míos, que son muchas personas, y por todas esas personas por las que piden en redes que recemos. No está mal empezar el día pensando en otros que no seamos nosotros mismos. Luego ya nos queda todo el día para volver a las conversaciones y los discursos internos.