Depende de quién sea, cómo se comporte o creamos que lo hace, de lo cercano o lejano que parezca, a veces tendemos a pensar que los famosos, la gente conocida, los actores, los cómicos, los cantantes, los escritores, los deportistas… nos deben algo. Y, oye, no. No nos deben nada ni tenemos derecho a exigirles nada.
Ellos hacen su trabajo, por el que cobran, igual que cualquiera de nosotros. Que el suyo sea de cara al público y que necesite de ese público para existir no añade ni resta nada de obligación para con quienes les siguen. Al igual que a cualquiera de nosotros, se le podrá exigir que su trabajo sea honesto, respetuoso, esté bien hecho o se intente hacer lo mejor posible… Pero poco más.
Un músico no tiene que componer la canción que tú quieres porque le estás comprando su música. Un deportista no tiene que marcarse tal o cual meta porque tú creas que debe hacerlo. Un escritor no tiene que escribir tal historia o tratar de un tema determinado porque a ti te hubiese gustado que lo hiciera.
Escucho mucho eso de «es que estoy pagando por su obra, o por su espectáculo, o por su película…» Pero eso ya es cosa tuya y de tu libertad de elección; al igual que es cosa suya y de esa misma libertad la de hacer el artista o cualquier otra persona lo que crea, usando la misma libertad de elección que tú usas.
Ayer vi el último «Nadie sabe nada» de la temporada pasada y a alguien, con toda su buena intención, desde luego, se le ocurrió regalarles a Berto y a Andreu, unas bragas para sus mujeres. Andreu ya está de vuelta de todo, y cuenta con que su mujer se dedica también al espectáculo y no le dio demasiada importancia al tema; es más, le hizo gracia. Pero a Berto le molestó…, y con razón. Su mujer no se expone públicamente porque no es del mundillo; simplemente está con él como podría estar con un oficinista o un maquinista de tren. Pero cuando un famoso se muestra cercano, tendemos a concedernos ciertas libertades con ellos como si fuesen personas con las que nos tomamos cafés todas las mañanas. ¡¡Pero no son amigos nuestros por más que nos lo queramos creer!!
No deja de ser una intrusión en su intimidad el regalarles cosas para sus familiares (por muy buena intención que llevemos), o molestarles cuando están con su familia almorzando o disfrutando de sus vacaciones. Se nos olvida que son personas como cualquiera de nosotros, que tienen su vida y sus propios problemas fuera de los focos de su trabajo. Y nos tiene que quedar claro: no nos deben nada por más que paguemos por ver sus shows, o sus partidos, o por oír sus discos o leer sus libros. Si deja de gustarnos lo que hacen, dejamos de seguirlos, sin más.
Dejemos de ser tan egocéntricos y pensar que todo gira en torno a nuestro ombligo, y que la gente está en este mundo para bailarnos el agua, hacernos felices o trabajar para saciar nuestros gustos. Pongámonos siempre, antes, en la piel de la otra persona. Tal vez nos iría mejor si aprendiésemos a hacerlo en todas y cada una de las circunstancias de la vida.