Odios

Es triste. Mucho. Entras en cualquier red social y hay personas que se dedican a insultar, a humillar o, simplemente, a hablar mal de cualquiera. Da igual que sea una niña pequeña, un chaval que ha decidido compartir un juego con amigos, una pareja cenando, un anciano haciendo deporte… Da lo mismo: siempre hay alguien que, en cualquier vídeo hermoso, pone una pega o le busca un sentido avieso que, probablemente, sólo esté en su cabeza.

Yo reconozco que soy culpable de mi curiosidad y tal vez entre en demasiadas publicaciones en las que sé a ciencia cierta que van a insultar mis creencias, mis valores, mi forma de ver las cosas… Y ya no digo ofrecer un punto de vista diferente; digo insultar, ridiculizar… También reconozco que la mayoría de los días termino bloqueando en Tuiter (sí, yo lo sigo llamando así, además españolizado) a varias personas, simplemente porque no me apetece convertirme en algo parecido a ellos. Prefiero no saber que existen a que crezca en mi interior un mínimo atisbo de odio hacia ellos.

Siempre me he preguntado cómo dormirá alguien cuyo objetivo último en la vida es odiar a quien no piensa como él, insultar a los que no le bailan el agua o, simplemente, desearle el mal a cualquier ser humano que no sea él. La verdad, no querría estar en su piel cada noche, cuando está en soledad y silencio, consigo mismo. Probablemente haya conseguido acallar a su conciencia pero, parafraseando al doctor Ian Malcolm, debería saber que la conciencia «siempre se abre camino». Ojalá la de algunos encuentre pronto cómo salir a la luz.

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