Jessica llegaba totalmente borracha de alguna fiesta. No parecía la forma adecuada de mostrarse en público para una dama que se dedicaba a solucionar crímenes. El patio estaba vacío, pero había varias personas escrutando desde las sombras. Aún no había amanecido, pero las sombras empezaban a desvanecerse lentamente. Jessica tropezó y cayó dentro de uno de los jardines con césped que había en el centro de la plaza, agarrada a un árbol, riéndose a carcajadas y tratando de no revolcarse demasiado en el suelo.
El amigo con el que venía se apresuró a, también tambaleándose, ayudarla a levantarse. Yo estaba seguro de que aprovecharían sus huellas y la situación para incriminarla cuando descubriesen el cadáver que había enterrado justo allí, bajo el árbol.
Al cabo de unos segundos, tras entrar en casa y recomponerse, ambos salieron de nuevo a la calle, ya completamente sobrios. Jessica dejaba sobre el mueble de la entrada, bajo el espejo, una pistola de agua de plástico verde. «Bien, -dijo- ahora busquemos a Franco» (y supongo que no se refería al dictador). Y salieron, de nuevo elegantes y discretos, a resolver el siguiente crimen.
¿Y cuál es «el misterio de los duplicados»? Pues que este sueño, exactamente igual, ya lo había tenido una vez. Y lo he recordado justo al despertarme. Así funciona mi cerebro.