Dicen que cuando muramos Dios nos llamará a cada uno por nuestro nombre, el verdadero, ese que sólo Él conoce y que es únicamente nuestro. Piensa en la imaginación de Dios para ponerle un nombre distinto a todas las personas que ha habido, hay y habrá en la Tierra durante todo el tiempo que esta siga girando y soportándonos. A mí me cuesta encontrar nombres chulos para un relato con más de dos personajes, así que…
El caso es que uno va delimitando cómo quiere o permite que le llamen sus amigos, conocidos, compañeros… Porque la familia, ya se sabe, te va a llamar como le dé la gana.
El mío, Juan Manuel: Juan por mi padre y Manuel por mi abuelo (el padre de mi padre). Alguna vez me ha confesado mi madre que, de haber sido niña, me habría llamado Clara María; doy gracias al Cielo por haber nacido varón.
Siempre he sido Juanma para mi familia, pero he ido pasando por distintas fases en la forma en que me han ido llamando las personas con las que me he cruzado a lo largo de los años (de los míos, claro).
De pequeño recuerdo ser Juanmita para mis vecinas, mis profesores… No recuerdo en qué momento empecé a ser «Suárez», sobre todo en el colegio, y no me gustaba en absoluto. Nunca he entendido por qué hay lugares en los que los compañeros de trabajo se llaman por los apellidos.
Y estuve bastante tiempo siendo «Suárez»… hasta que llegué al instituto y mi primera tutora, Beli, aún la recuerdo, el primer día de clases nos dijo que pusiésemos un papel sobre nuestra mesa con el nombre con el que queríamos que se dirigiera a nosotros. Ni qué decir tiene que a todos se nos pasaron ideas locas por la cabeza del tipo «Conde Drácula», «Maese Pérez», «Luke Skywalker»…, pero se impuso la cordura y sobre mi mesa, en letras grandes, escribí «Juanma». Y Beli se fue aprendiendo nuestros nombres durante la primera semana, y yo fui Juanma durante todos los años del instituto, para todos los profesores y todos mis compañeros. Qué fantásticos años aquellos…
Ahora, a la vejez, sigo siendo Juanma para todo el mundo, aunque reconozco que soy Juanmita para un par de personas que me quieren, y he tenido algunos apelativos que sólo le he permitido a según qué personas porque las quiero.
Recuerdo que alguien en el trabajo, hace algunos años, me llamaba Manuel, pero como no me caía muy bien sólo intenté sacarle del error la primera vez, sin éxito por cierto; luego dejé de verle.
No sé si los nombres nos configuran de alguna forma, si prefijan lo que podremos llegar a ser o, simplemente, es una matrícula que nos identifica y nos diferencia, pero a mí, sinceramente, me intriga muchísimo cuál será mi «nombre verdadero». Aunque también tengo claro que espero llegar a escucharlo lo más tarde posible. Mientras tanto, seguiré siendo Juanma.