Obsolescencia

obsolescenciaMe he dado cuenta de que me gusta la palabra. Me gusta cómo suena, con ese aire de importancia, como de ser un vocablo superior, con abolengo, con caché.

Pero es solo eso: la palabra. No me gusta su significado…, o no el que le hemos dado en esta época en la que vaciamos de sentido las palabras para retorcerlas a nuestro antojo y conveniencia.

Nos estamos acostumbrando, peligrosamente, a la obsolescencia. Compramos objetos sabiendo que se van a terminar estropeando en poco tiempo y aceptando que tendremos que tirarlo o cambiarlo para comprar otro que será, prácticamente, igual que éste pero con unos pequeños cambios cosméticos que nos den la sensación de estar a la última. Y eso nos hace sentirnos bien, integrados: estar a la última.

Aceptamos que las cosas, cuando se rompen, se tiran y se sustituyen por otras. Es fácil, cómodo, rápido…

Cuando yo era pequeño, recuerdo que en casa no se daba nada por estropeado sin antes haber intentado arreglarlo de mil formas distintas. Aún tengo en mi cabeza la imagen de mi madre asomada al balcón de nuestro piso, ¡en la cuarta planta!, tratando de arreglar las persianas, con medio cuerpo suspendido en el vacío mientras afirmaba: «ésta no va a poder más que yo». No tengo en mi memoria ninguna visita de un persianero a casa, nunca.

Y ahora todo es obsolescente. Y la maldita obsolescencia llega hasta nuestras vidas.

No sé vosotros, pero yo tengo la sensación de que también estamos aplicando el concepto a nuestras relaciones personales. Últimamente tengo la impresión de que vivo rodeado de parejas rotas, de relaciones estropeadas, de diferencias infranqueables… obsolescencia2Hemos interiorizado tanto eso de la caducidad de las cosas, que tiramos relaciones a la basura simplemente porque nos da la sensación de que ya no sirven o se han roto, sin tratar de poner los medios necesarios para repararlas. Y tal vez, en muchas ocasiones, no baste más que una pequeña mano de pintura.

Tendríamos que aprender, de nuevo, a luchar por ciertas cosas y no dejar que la fría tecnología, que nos está lobotomizando, marque cómo deben ser nuestras relaciones. Probablemente los antiguos móviles, los ladrillos, que todos guardamos en los cajones, sigan funcionando para aquello para lo que fueron creados: hacer y recibir llamadas. Pero nos hemos dejado engañar por éstos nuevos, de bonita apariencia, elegantes, hermosos, que nos esclavizan con sus colores y sus mil y un hechizos. Y olvidamos que, también éstos, serán, en un futuro más cercano de lo que creemos, víctimas de la obsolescencia.

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