Pues ya tenemos aquí el día que tantos esparábamos: 24 de mayo, el día en el que, por fin, se acaba la campaña electoral.
Porque no sé vosotros, pero yo estaba ya cansado de tanto mensaje político, tanta discusión de bar para ver quién es más corrupto o quién será el siguiente que nos meterá la mano en el bolsillo…
Tenemos en España tan poca cultura democrática y tantas particiones dentro de nosotros mismos, que confundimos las elecciones autonómicas y las municipales con las generales. Se nos olvida que cuantas más elecciones tengamos para participar, a más gente tendremos que pagar luego con nuestros impuestos y nuestros escuchimizados sueldos. Y luego quieren que los jóvenes se independicen, que se formen, que las familias levanten el consumo del país…
Y encima le llaman «la fiesta de la democracia». Por supuesto que es una fiesta, pero para los que salen elegidos, porque ya tienen su «sueldecillo» (todavía hay majaderos por ahí que dicen que nuestros políticos cobran poco. Claro que los que dicen eso, por lo general, son gente que tienen su vida resuelta o un sueldo que no ganaría ninguno de nosotros en treinta años trabajando), ya tienen su «sueldecillo», decía, asegurado.
La fiesta de la democracia será cuando en España no haya personas pasando hambre, no haya gente que no tenga cubiertas sus necesidades básicas, tengamos una educación digna y a la altura de nuestro talento, no tengamos gente muriéndose en los hospitales por falta de recursos o en la calle por falta de techo… Cuando eso ocurra, entonces las elecciones sí serán una fiesta, porque podremos ir a las urnas contentos de premiar a quien lo ha hecho bien, no para castigar a quien nos ha engañado.