Desde que el mundo es mundo, es posible que el hombre no haya inventado nada que odie más que el despertador… Tal vez en Francia, durante una época determinada, algunos votarían por la guillotina, pero fue un odio pasajero. El del despertador se mantiene en nuestros días, y me atrevería a pronosticar que seguirá así por mucho tiempo.
Ya la misma palabra tiene todas las papeletas para que no nos caiga nada bien: «Des-«, sacar de, expulsar, arrancar…; y «pertare», placidez, lugar tranquilo, momento de felicidad y paz. ¡No es cierto. Me lo acabo de inventar! Si quieres saber la etimología de «despertador», búscala y así te distraes un poco de tanto fútbol, tanta política y tanta polémica prefabricada.
El caso es que nos caen mal los despertadores, pero se nos olvida que simplemente hacen lo que les pedimos que hagan: despertarnos, advertirnos en un momento determinado… En realidad, si lo piensas, son los que nos avisan para que no se nos olvide vivir. Ellos no tienen la culpa de que seamos desorganizados y durmamos poco. Si hablaran nos dirían: «¿Recuerdas que me dijiste que te avisara a esta hora? Pues ya ha llegado.»
En el fondo no hacen más que recordarnos que tenemos obligaciones que cumplir y sueños que tratar de alcanzar; citas a las que llegar, recados que hacer, viajes que empezar… Nos avisan de que el tiempo pasa y que el nuestro no es infinito. Nos empujan a ponernos en movimiento, a dejar de sestear y seguir avanzando.
Tal vez los odiaríamos menos si les pidiéramos que nos recordasen también situaciones agradables: el final de la jornada laboral, la hora de quedar con los amigos, el momento de ver la peli que esperábamos, el tiempo del descanso o de la lectura… Todo puede asociarse, si queremos, a instantes agradables o positivos. ¿Por qué no el despertador? Ese pequeño que nos saca de quicio por las mañanas pero que es el primero en empujarnos a salir de la oscuridad y a adentrarnos en la luz de un nuevo día; ese invento que nos recuerda que el tiempo no se detiene y que lo más importante que tenemos que hacer es vivir.