*Ya me gustaría saber quién es el autor de esta pintura maravillosa.
Me siento un momento delante de mi abandonada página simplemente para desearos a todos los que podáis caer por aquí, aunque sea de rebote o por equivocación, una muy feliz Navidad. Que la Familia de Belén os guíe, os ayude y os proteja en todos vuestros proyectos e ilusiones. Que su luz os ilumine el camino que os lleve a la Felicidad y que brille siempre sobre todos vosotros.
Hace un par de sábados mi amiga Marta G. Navarro me invitó a su programa de radio «El desguace», en Neo FM, porque tenemos un amigo común, David J. Calzado, poeta, que presentaba su nuevo poemario, «Malas artes».
Definición visual de nostalgia
Como hacía tiempo que no veía a David, le pregunté a Marta si podía auto invitarme a escuchar el programa en directo, a lo que ella me contestó con un «vente y hablamos de la época del instituto», que fue donde los tres coincidimos. Y allí que me fui, con algunos recuerdos y los nervios de quien respeta mucho a la gente que hace radio.
…y allí surgió el concepto de nostalgia. Y acordamos que la nostalgia era como ese mueble con muchos cajones del que, de vez en cuando, sacamos cosas de nuestro pasado. Cajones con papeles, muñecos, fotos, escritos, carpetas… Cajones que a veces nos sorprenden a nosotros mismos, y nos transportan a otros momentos de nuestras vidas, a otras circunstancias, a otros lugares.
También convenimos que, conforme cumplimos años, aprendemos a diferenciar qué cajones preferimos o no abrir, y a seleccionar los momentos que nos apetece o no sacar de ellos. Esos momentos en los que los recuerdos son suaves, agradables, sencillos, divertidos…, o simplemente nos recuerdan que en algún instante fuimos otros, de camino a lo que somos hoy. En palabras de David: «cuando fuimos orilla».
Tal vez sea eso la nostalgia: la orilla del mar de cada uno, donde las olas van depositando los restos de los distintos naufragios de nuestra vida. Los restos de naufragios incruentos.
Ya casi tengo edad para contar historias de mi juventud empezándolas con la frase: «recuerdo que en mis tiempos…»
Y recuerdo que en mis tiempos, cuando iba a la feria, solía volver a casa a la hora en la que el sol ya se había despertado, con esa luz tan azul y brillante que tiene Sevilla cuando amanece.
Solíamos pararnos en cualquiera de esos camiones de fritanga salvadora, donde te servían pan con algo que ellos llamaban cochinillo, adornado con toda la guarnición que podías admitir… Y ese desayuno te sabía a gloria, y te ayudaba a seguir caminando hasta casa, para dormir un poco antes de volver a las andadas. Recuerdo que nos daba un poco igual lo que pudiese pensar la gente con la que nos cruzábamos, recién levantados, duchados y listos para entrar en sus trabajos. Para nosotros eran apenas unas sombras sin importancia.
La feria también descansa
Y ahora, al cabo de los años, soy yo una de esas sombras que se cruza con gente trajeada que va de vuelta a casa. Soy una de esas personas recién duchada que va al trabajo, en la dirección contraria a la de los rezagados que apuran hasta el amanecer sus horas de feria. Y mis primeros pensamientos, al verlos, son de desaprobación…, hasta que recuerdo que, no hace aún muchos años, yo era uno de ellos; estaba en su lado. Es algo que tendríamos que recordar más a menudo: en algún momento de nuestras vidas, nosotros, hemos sido como ellos; hemos sido ellos.
Yo, ahora, disfruto paseando por la feria cuando está amaneciendo. Cuando las calles están vacías y las casetas guardan silencio. Cuando los cacharritos no tienen música y los elefantes del circo aún duermen. Cuando, como dice una canción de los Dire Straits, «prehistoric garbage trucks have the city to themselves». Las calles del Real descansan durante esas horas, y ahí es cuando me gusta ahora visitarlas, y me hago a la idea de que están solas para mí. Y me desperezo caminando por ellas, y así llego al trabajo.
Siempre voy con retraso. Dicen que los que tenemos problemas de puntualidad solemos ser más inteligentes. Yo me lo creo simplemente porque me conviene, no porque realmente esté de acuerdo con esa teoría. Hoy, de hecho, 9 de enero del nuevo año 2017, escribo la primera entrada.
Hace tiempo que no hago propósitos después de comerme las uvas porque he descubierto que ni los cumplo ni los suelo recordar al cabo de unos días, así que prefiero irlos haciendo conforme voy quemando etapas. Y las mías son etapas muy largas…
***
Esta Navidad he descubierto que me gusta más andar sin música, oyendo lo que ocurre alrededor.
Sí, soy un cotilla. Suelo estar pendiente, en mis paseos, de las cosas que hablan las personas con las que me cruzo.
Sevilla sigue siendo una ciudad de tradiciones, por más que muchos quieran eliminar cualquier cosa que pueda, remotamente, parecerlo.
Conversación oída entre un padre y su hija de no más de seis años, ella de pie en un banco, frente a él; sus narices pegadas:
– Papá, así tan cerca das miedo.
– ¿En serio?
– Sí. Pero de lejos pareces buena gente.
– Gracias.
Y continuaron su paseo, cogidos de la mano, la madre delante con otro pequeño.
Me doy cuenta de que me atraen muchos libros simplemente por sus portadas. A veces me compraría muchos por ella, aunque luego ni los abriera.
DIOS.
Sí, lo anterior no dice nada, pero como lo moderno es tratar de borrarlo de cualquier sitio, simplemente me apetecía ser un poco rebelde.
Lo he leído en algún sitio: «estáis haciendo del feminismo algo cool, y lo cool pasa de moda».
El sectarismo está matando la objetividad.
El fútbol es el deporte menos deportivo que existe. Lo dice mi padre y estoy totalmente de acuerdo con él.
También dice mi padre que España ya no existe. Empiezo a pensar que tiene razón.