Ahora compongo musicales

Ahora compongo musicales

La música

Ya he hablado alguna vez de la lista de músicas que suenan en mis auriculares cuando salgo a correr. Todo muy normalito; música que me gusta de bandas sonoras, grupos, cantantes… Pero hay algo que no cuadra: «La Creación» de Joseph Haydn. El maestro y director de música Íñigo Pirfano habló de esta obra en una entrevista que le leí y la recomendaba, así que, como yo no tengo ni idea de música clásica, me dejé llevar por su consejo, lo metí en el móvil, y ahí suena, de forma aleatoria junto con todo el resto de canciones, mezclada entre ellas, mientras corro.

El escenario

Corriendo con música

Ahora que ya llevo un tiempo corriendo, al fin, he conseguido mantener el ritmo, -uno de no asfixiarme, más o menos constante y sin pararme a andar algunos tramos-, así que soy capaz de ir pensando en otras cosas que no sean inspirar el oxígeno necesario para no caerme redondo en mitad del camino mientras corro. Tarareo algunas de las canciones que suenan en los auriculares, presto atención a las letras, pienso en entradas para esta y alguna que otra web… Digamos que aprovecho un poco la mínima capacidad que el cerebro me permite usar fuera de las tareas, cantidad de tareas si lo pienso, de la carrera en sí.

El nudo de todo

Sentadas estas dos bases, vamos al turrón, que dirían en el «Humor Amarillo» de verdad; el de los 80, no el de Dani Rovira y compañía.

El escenario de los monólogos

El pasado domingo, mientras corría, en el aleatorio de mis auriculares, empezó a sonar alguna parte, no tengo ni idea de cuál, de «La Creación» de Haydn, y me descubrí tratando de entender el alemán de los coros. Por supuesto, nada que hacer. De repente mi cerebro empezó a pensar en un monólogo sobre idiomas y lo equivocados que estamos con el alemán al pensar que es esa lengua tan hosca, tan ruda, tan grave de las pelis de nazis… Colegí que era así dependiendo de quién lo hablase: oyendo a aquel tenor, lo era; porque las erres estaban muy marcadas, y parecía estar enfadado al cantar. Luego recordé a algunos de mis compañeros en el trabajo, hablando el mismo idioma, y cómo en ellos suena más suave, más melodioso. (Tal vez ayude el que sea un alemán tamizado por el acento andaluz, es cierto).

El desenlace

Cuando había abandonado la idea del monólogo sobre el alemán, – no había conseguido encontrar ni un momento divertido-, de repente, en alguna de las frases de los coros, creí entender la palabra «tinto» (por supuesto, no sonaba esa palabra ni de lejos, pero mi cerebro estaba funcionando a su aire), y entonces me sorprendí tratando de ponerle una letra a aquellos coros hablando sobre el tinto de verano. Con limón, con naranja, con «blanca», con una rodaja de naranja o de limón, uno o dos hielos…, y mi cabeza se desplazó a un chiringuito de playa. Y ahí ya fue todo cuesta abajo.

¿Cuál es nuestra sombrilla?

Con cada nuevo movimiento de los coros o los cantantes principales, había un nuevo tema, pero ya todos estaban relacionados con la playa. Intentaba improvisar una letra que entrara en aquello que cantaban del bueno de Haydn, pero en español y con la temática de un domingo familiar junto a las olas del mar y su chiringuito.

…y así estuve corriendo unos seis kilómetros, componiendo en mi cabeza canciones sobre un domingo familiar en la playa, usando «La creación» de Joseph Hydn con mis letras improvisadas. Todo un musical veraniego del que, por supuesto, no queda registro alguno, ni siquiera en mi cabeza; salvo algunos títulos y, por supuesto, la temática.

Coda final

Quiero tinto de verano, Un domingo junto al mar, ¿Cuál es nuestra sombrilla?, Matando al niño que corretea salpicando por la orilla, No cojas las palas, Terraza chillout, Despistando a la mujer y a la suegra, Una copa tranquila… Estos fueron algunos de los títulos que desfilaron por mi cabeza dependiendo del movimiento de la obra clásica y cómo sonase. Quizás haya perdido una oportunidad perfecta de forrarme. No lo sabremos nunca, y es seguro que la próxima vez que Haydn suene en mis auriculares ya no habrá chiringuito, ni playa, ni tinto de verano… Tampoco queremos que se nos aparezca desde su tumba para maldecirnos; nunca me he fiado mucho de tipos con leotardos y pelucas empolvadas.

El chiringuito. El paraíso

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