Zapatos

Zapatos

Ahora que ya puedo correr sin asfixiarme demasiado y que casi ningún caracol consigue adelantarme, he empezado a saludar a los demás corredores cuando me cruzo con ellos. Un «buenos días» escueto, o simplemente un levantar la mano esbozando una leve sonrisa; que tampoco estoy tan en forma como para dar conversación mientras lucho contra mi peso, mi necesidad de oxígeno y mi estarhechopolvismo. Y me siento bien cuando lo hago y no me importa cuando no me corresponden, porque sé lo que cuesta levantar siquiera la mirada cuando vas haciendo un esfuerzo. Lo he sufrido en mis propias carnes…

He aprendido, mientras corría, mientras corro, que es cierto eso que dicen que viene bien ponerse en los zapatos del otro, sobre todo para no juzgar. Primero por esa cita bíblica que dice que «así como juzgues serás juzgado», y después porque, cuando te cruzas con otra persona mientras corres, no sabes cuánto tiempo lleva haciéndolo, de dónde viene, hacia dónde va, si sufre alguna enfermedad o lesión que le impide hacerlo mejor, o si lleva tantísimos años corriendo que es capaz de despeinarte mientras te adelanta…, pero todos hemos empezado caminando lentamente; incluso los campeones olímpicos.

No sabemos cómo se está en los zapatos de los demás, por eso es mejor tratar de ser amables, siempre. La mejor persona que seamos capaces de ser, porque no sabemos si nuestra sonrisa, nuestro saludo, nuestra amabilidad, pueda mejorarle la vida a alguien o, al menos, iluminarle un poco ese túnel que pueda estar atravesando. Si todos nos preocupásemos un poco más de los demás y menos de nuestro ombligo, saldríamos ganando. Eso seguro.

Yo seguiré corriendo mientras pueda y seguiré contando las cosas que, ahora sí, puedo pensar mientras lo hago. Oye, ¡y qué bien se siente uno cuando va superándose a sí mismo aunque sea muy lentamente!

Lo siguiente será el marat… ¡¡jajajaja!! No es verdad.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *