Soy un obseso de la ortografía. No es que no cometa errores ortográficos ni tenga dudas, es que me molestan cuando las cometo y me doy cuenta tarde.
A menudo me distraigo releyendo entradas antiguas de esta página, y, si descubro alguna incorrección, inmediatamente tengo que subsanarla.
No soy académico de la lengua ni creo que llegue a serlo nunca, pero hace tiempo que me gusta mi idioma y que me gusta usarlo todo lo correctamente que me es posible. Por eso reconozco que, a veces, puedo llegar a darle mucha importancia a la ortografía.
No soporto, por ejemplo, entrar en un chat y ver cómo escribe la gente ahora, como si no le importase nada la forma en que lo hace; como si no hubiesen leído un libro en la vida (cosa que, por desgracia, es cada vez más común). La excusa de la velocidad es algo que me repatea sobre todas las cosas. Es como si nos hubiésemos acostumbrado tanto a la inmediatez, que ya no nos importe nada más. Todo debe ser rápido, urgente, dinámico… y en esa tesitura, la corrección no tiene cabida.
…y esa rapidez nos está robando muchísimas cosas, sensaciones, experiencias, momentos… la vida, en definitiva. Yo, por mi parte, sigo corrigiendo eternamente mis textos, qué le vamos a hacer.
Cuando estás sin inspiración es difícil sentarse delante de la pantalla, o delante de una hoja en blanco, a escribir algo. No hay ganas, no hay fuerzas, cualquier cosa te parece tonta, y dejas pasar el tiempo esperando que a las musas les de por volver de las vacaciones de una vez por todas. Pero no vuelven cuando tú quieres. Las musas son caprichosas…
Así llevo bastantes semanas: queriendo actualizar la página sin saber cómo hacerlo.
Es verdad que parte de la culpa la tiene Twitter; es más fácil escribir de vez en cuando una frase corta con alguna tontería, un pensamiento o una ocurrencia que un par de párrafos con algún sentido.
Estos últimos días, en Twitter, he criticado cosas (soy muy criticón, pero la mayoría de las veces me muerdo la lengua, por eso no se nota mucho) que algunos amigos han interpretado como dirigidas a ellos; supongo que lo dejé aclarado, pero a veces hay cosas que no puedo callarme. Y cuando no puedo callarme es porque antes he aguantado mucho tiempo en silencio.
Es verdad que he escrito esto:
Lo siento, pero no entiendo cómo alguien que escribe con faltas de ortografía se atreve a decir que escribe poemas. ¿Y si lees un poquito?
…y sigo pensándolo. Yo, que soy un poeta frustrado, igual que otras muchas cosas frustradas que sigo siendo y seré en el fututo, quiero pensar que alguien que escribe poesía es alguien que ama el idioma y, sobre todo, las palabras. Y me niego rotundamente a pensar que alguien así pueda maltratar tantísimo el lenguaje como para escribir cosas como esta, por ejemplo: «Un mundo donde las palabras liVertad y amor han perdido todo su valor (…) ahora A llegado la hora de luchar»…
Y alguien me ha dicho que la poesía nace, no se hace; sale, no se aprende… Y estoy de acuerdo si eso no encerrara una trampa. Porque yo, de niño, puedo jugar muy bien al fútbol en el patio del colegio, porque tengo el don de descubrir el pase perfecto, la jugada adecuada en cada momento, el movimiento exacto que facilite a otro la maniobra correcta para llegar a la portería…, pero si no aprendo a jugar al fútbol de forma ordenada, táctica y conociendo sus reglas en la adolescencia o siendo adulto, jamás me podré dedicar a ello de forma seria; porque siempre habrá gente mejor preparada física y tácticamente que yo. Y yo puedo llevar el fútbol dentro, pero si me presento en un terreno de juego con los botines, unas espinilleras hechas de cartón y una camiseta de las carreras populares, los demás que se lo toman en serio se reirán de mí y me dirán que me vaya a casa. A eso me refiero. Y sí, soy muy cerrado en este tema.
Me gusta mi idioma. Lo llamo español, no castellano (otra de mis manías), y me gusta cuando se usa bien, porque yo no sé y me dan envidia los que sí que saben. Por eso a veces me exalto cuando leo ciertas cosas. Y voy a dar un aviso para navegantes: seguiré siendo así.