43


Feliz 43 cumpleaños. Sigamos sumando.

12 de agosto

Nos íbamos alejando de la ciudad para evitar eso que llaman «contaminación lumínica». Era la primera vez que quedábamos tras muchos días de hablar a través de internet. La oscuridad iba engulléndonos a medida que hacíamos kilómetros sin rumbo fijo, sólo huyendo de la luz.

Charlábamos, reíamos, gastábamos bromas… Recuerdo que llegué a decirle que se arriesgaba mucho al montarse en el coche con un desconocido, porque podría abandonarla en cualquiera de aquellas curvas solitarias y negras de la carretera, pero ella se divertía.

Por supuesto, como cualquier 12 de agosto, la música que sonaba en el coche era Mark Knopfler. Así celebraba su cumpleaños, sigo celebrándolo, desde hace décadas: oyendo su música durante todo el día. Ella no parecía darle importancia y sonreía, sentada tranquila en el asiento del copiloto. Pasó su brazo tras mi asiento y eso me hizo sentir más nervioso pero, a la vez, extrañamente en casa. El cielo estaba medio encapotado de modo que teníamos pocas esperanzas de ver estrella fugaz alguna; aún así, seguíamos alejándonos.

Tras muchos kilómetros, y sin saber exactamente dónde estábamos, decidimos detenernos junto a una especie de nave o almacén apagado, una estación de servicio cerrada y algo parecido a un pequeño hostal con un pequeño espacio de aparcamiento en uno de los laterales. Había silencio…, y nubes. Salimos del coche y nos quedamos en pie, espalda contra espalda, mirando al cielo. «El que vea algo, que avise rápido», dijimos. Y seguimos bastante rato así, escrutando la oscuridad, tratando de atravesar las nubes o pidiendo que se fueran para permitirnos ver alguna Perseida. Pero no hubo manera. El cielo no nos quiso regalar ninguna estrella fugaz aquel primer 12 de agosto.

Al pasar de los años, ocho en concreto hoy, entiendo que para ver a mi estrella aquella noche no tenía que mirar al cielo, sino a mi espalda. Ella guardó ese día en su interior, y cada año lo celebrábamos: me regalaba una pareja de Playmobils, se quedaba con uno y yo con el otro. Ahora están todos juntos. Estos dos últimos años sigo haciéndolo, y los coloco junto a una foto nuestra, cada año la pareja de Playmobil correspondiente.

Así que, desde hace ocho años, el maestro Knopfler ha sido relegado a un segundo plano el día de su cumpleaños, porque siempre es más importante celebrar que el Cielo decida regalarte una estrella que te ilumine y te guíe. Eso sí, la música de fondo la pone él. Y así seguirá siendo.

Vero, felicidades. Sigamos sumando.

Sueños

¿Quién elegirá los tipos de sueños que tenemos?

Cuando Vero decidió irse (sí, voy a hablar mucho de Vero siempre. Para eso esta es mi web y, aparte, la echo de menos) empecé a estar más pendiente de mis sueños, porque pensaba que ella podía querer decirme algo por ese medio. De hecho así ha sido y algún día, tal vez, lo cuente, aunque algo por aquí sí he dejado caer… No suelo soñar con la gente que quiero salvo en contadas ocasiones y, a veces, sobre cosas premonitorias que ya conté en otra entrada.., creo recordar.

Vero, lo he dicho alguna vez, tenía sueños maravillosos, llenos de tramas, personajes, situaciones… Alguno de mis relatos nació de uno de sus sueños, y tal vez un día me atreva a abrir el archivo que guardo en mi ordenador con el nombre de «Los sueños de Vero».

Los sueños de Vero

Pero de un tiempo a esta parte, por culpa de Berto Romero y un «Nadie sabe nada», ando tratando de descubrir si mis sueños son en color o en blanco y negro; en 3D o en 2D. Los de Vero eran en un multicolor maravilloso; ni siquiera en eso le llego a la altura del talón. Sí es verdad que mi cerebro es un cachondo y, a veces, le gusta hacerme soñar conmigo mismo y una hermosa mata de pelo negro adornando mi cráneo. Ha pasado esta última noche, por cierto; pero sigo sin poder discernir si ha sido en color o en blanco y negro. Lo seguiré intentando.

40 + 1

18 de mayo. Hace más de cinco meses que ni siquiera abro esta web, pero hoy tocaba.

Hoy Vero debería haber cumplido 41 años; o sea, que deberíamos haber quedado para ponernos guarros de pasteles sin lactosa con sus padres y su hermano, cantarle cumpleaños feliz, hacerle regalos y, tal vez, jugar a algún juego de mesa todos juntos. Por contra, me he comido un tocino de cielo (que era de los pocos pasteles que su cuerpo toleraba) en su piso, he cantado «cumpleaños feliz» mirando una foto nuestra y le he pedido que siga vigilándome.

Delibes, en su novela «Señora de rojo sobre fondo gris», escribe una frase sobre la protagonista: «Las mujeres como Ana no tienen derecho a envejecer.» Supongo que a Vero le ocurría lo mismo.

Nosotros esperábamos lo contrario, para ser sinceros: envejecer, mucho, los dos juntos; adoptar unos cuantos gitanitos (eso me lo decía muy a menudo); y yo tenía la esperanza de que fuese ella la que me cuidase cuando empezase a perder la memoria y a ser un viejo chocho y decrépito. Porque eso sí sabía hacerlo perfectamente: cuidar de los demás, estar pendiente de todo el mundo cada momento… Su calendario de Google estaba siempre lleno de colorines; de cumpleaños, santos, nacimientos, visitas médicas, fechas de parto, horario de pastillas de sus padres, las suyas, exámenes de amigos… No nos dio tiempo a que me enseñara a usarlo.

Hace algunos meses, con todo demasiado reciente, descubrí un relato de Pedro Ugarte titulado «Verónica y los dones». Una de las cosas que Pedro escribía era esto:

Imagen

…¡¡y es exacto!! Así era Vero, incluso en lo de pintarse las uñas de los pies.

Uno suele buscar una mujer para compartir su vida, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad… Yo tuve el privilegio de dar con una mujer con la que compartir la eternidad, porque sé que nos volveremos a encontrar allí: ella me espera con un trineo azul, me lo ha dicho. Porque la riqueza, la pobreza, la salud, la enfermedad… ya los hemos compartido aquí abajo.

Supongo que, mientras tanto, me quedan algunas lágrimas que derramar, mensajes de guasap que querré y no podré mandar, cumpleaños que celebrar mirando una foto…

«Estás serio, mi amor. No estés serio. Te lo tengo prohibido» fueron algunas de las últimas palabras que me mandó por audio desde el hospital. (Las últimas las guardo para siempre en mi memoria, y ahí se quedarán, para mí.) Y prometo que intento hacerle caso, aunque a veces no me sale del todo. De los dos, siempre me decía que yo era el listo, y yo pensaba que la sabia era ella.

Nos han quedado muchas cosas pendientes, pero sé que me está vigilando para que cumpla todo lo que le dije que haría. Ahora las supervisará de otra forma, pero estoy seguro de que estará ahí, siempre. Ella, con sus cuarenta maravillosos años, y yo haciéndome viejo bajo sus ojos. (Esa ha sido la única cosa en la que me ha engañado: prometimos hacernos viejos juntos, pero ahora seré yo el único que envejezca). «Las mujeres como Vero no tienen derecho a envejecer».

En fin, Vero, feliz cumpleaños. Sigue cuidando de mí y no me dejes hacer mucho el tonto. Sigamos sumando.