Nos íbamos alejando de la ciudad para evitar eso que llaman «contaminación lumínica». Era la primera vez que quedábamos tras muchos días de hablar a través de internet. La oscuridad iba engulléndonos a medida que hacíamos kilómetros sin rumbo fijo, sólo huyendo de la luz.
Charlábamos, reíamos, gastábamos bromas… Recuerdo que llegué a decirle que se arriesgaba mucho al montarse en el coche con un desconocido, porque podría abandonarla en cualquiera de aquellas curvas solitarias y negras de la carretera, pero ella se divertía.
Por supuesto, como cualquier 12 de agosto, la música que sonaba en el coche era Mark Knopfler. Así celebraba su cumpleaños, sigo celebrándolo, desde hace décadas: oyendo su música durante todo el día. Ella no parecía darle importancia y sonreía, sentada tranquila en el asiento del copiloto. Pasó su brazo tras mi asiento y eso me hizo sentir más nervioso pero, a la vez, extrañamente en casa. El cielo estaba medio encapotado de modo que teníamos pocas esperanzas de ver estrella fugaz alguna; aún así, seguíamos alejándonos.
Tras muchos kilómetros, y sin saber exactamente dónde estábamos, decidimos detenernos junto a una especie de nave o almacén apagado, una estación de servicio cerrada y algo parecido a un pequeño hostal con un pequeño espacio de aparcamiento en uno de los laterales. Había silencio…, y nubes. Salimos del coche y nos quedamos en pie, espalda contra espalda, mirando al cielo. «El que vea algo, que avise rápido», dijimos. Y seguimos bastante rato así, escrutando la oscuridad, tratando de atravesar las nubes o pidiendo que se fueran para permitirnos ver alguna Perseida. Pero no hubo manera. El cielo no nos quiso regalar ninguna estrella fugaz aquel primer 12 de agosto.
Al pasar de los años, ocho en concreto hoy, entiendo que para ver a mi estrella aquella noche no tenía que mirar al cielo, sino a mi espalda. Ella guardó ese día en su interior, y cada año lo celebrábamos: me regalaba una pareja de Playmobils, se quedaba con uno y yo con el otro. Ahora están todos juntos. Estos dos últimos años sigo haciéndolo, y los coloco junto a una foto nuestra, cada año la pareja de Playmobil correspondiente.
Así que, desde hace ocho años, el maestro Knopfler ha sido relegado a un segundo plano el día de su cumpleaños, porque siempre es más importante celebrar que el Cielo decida regalarte una estrella que te ilumine y te guíe. Eso sí, la música de fondo la pone él. Y así seguirá siendo.
Vero, felicidades. Sigamos sumando.