18 de mayo. Hace más de cinco meses que ni siquiera abro esta web, pero hoy tocaba.
Hoy Vero debería haber cumplido 41 años; o sea, que deberíamos haber quedado para ponernos guarros de pasteles sin lactosa con sus padres y su hermano, cantarle cumpleaños feliz, hacerle regalos y, tal vez, jugar a algún juego de mesa todos juntos. Por contra, me he comido un tocino de cielo (que era de los pocos pasteles que su cuerpo toleraba) en su piso, he cantado «cumpleaños feliz» mirando una foto nuestra y le he pedido que siga vigilándome.
Delibes, en su novela «Señora de rojo sobre fondo gris», escribe una frase sobre la protagonista: «Las mujeres como Ana no tienen derecho a envejecer.» Supongo que a Vero le ocurría lo mismo.
Nosotros esperábamos lo contrario, para ser sinceros: envejecer, mucho, los dos juntos; adoptar unos cuantos gitanitos (eso me lo decía muy a menudo); y yo tenía la esperanza de que fuese ella la que me cuidase cuando empezase a perder la memoria y a ser un viejo chocho y decrépito. Porque eso sí sabía hacerlo perfectamente: cuidar de los demás, estar pendiente de todo el mundo cada momento… Su calendario de Google estaba siempre lleno de colorines; de cumpleaños, santos, nacimientos, visitas médicas, fechas de parto, horario de pastillas de sus padres, las suyas, exámenes de amigos… No nos dio tiempo a que me enseñara a usarlo.
Hace algunos meses, con todo demasiado reciente, descubrí un relato de Pedro Ugarte titulado «Verónica y los dones». Una de las cosas que Pedro escribía era esto:
…¡¡y es exacto!! Así era Vero, incluso en lo de pintarse las uñas de los pies.
Uno suele buscar una mujer para compartir su vida, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad… Yo tuve el privilegio de dar con una mujer con la que compartir la eternidad, porque sé que nos volveremos a encontrar allí: ella me espera con un trineo azul, me lo ha dicho. Porque la riqueza, la pobreza, la salud, la enfermedad… ya los hemos compartido aquí abajo.
Supongo que, mientras tanto, me quedan algunas lágrimas que derramar, mensajes de guasap que querré y no podré mandar, cumpleaños que celebrar mirando una foto…
«Estás serio, mi amor. No estés serio. Te lo tengo prohibido» fueron algunas de las últimas palabras que me mandó por audio desde el hospital. (Las últimas las guardo para siempre en mi memoria, y ahí se quedarán, para mí.) Y prometo que intento hacerle caso, aunque a veces no me sale del todo. De los dos, siempre me decía que yo era el listo, y yo pensaba que la sabia era ella.
Nos han quedado muchas cosas pendientes, pero sé que me está vigilando para que cumpla todo lo que le dije que haría. Ahora las supervisará de otra forma, pero estoy seguro de que estará ahí, siempre. Ella, con sus cuarenta maravillosos años, y yo haciéndome viejo bajo sus ojos. (Esa ha sido la única cosa en la que me ha engañado: prometimos hacernos viejos juntos, pero ahora seré yo el único que envejezca). «Las mujeres como Vero no tienen derecho a envejecer».
En fin, Vero, feliz cumpleaños. Sigue cuidando de mí y no me dejes hacer mucho el tonto. Sigamos sumando.