Érase un niño gordito al que los profesores habían encargado el balón de la clase durante los recreos.
Una mañana, cuando salieron todos al patio para jugar el habitual partidillo, los cabecillas ya se habían repartido, antes de salir, a la mayoría de los que sabían jugar al fútbol, y solo quedaban los lentos, los torpes y el gordito encargado del balón (vamos, los de siempre). Ninguno de los dos quería tenerlo en su equipo porque pensaban que perderían el partido con él en sus filas, y todos sabemos lo importante que es ganar el partidillo de los veinte minutos de recreo, porque eso te da la posibilidad de meterte con los perdedores hasta el final de las clases de ese día. (Y yo que siempre he pensado que los gorditos son los que mejor toque de balón y visión del juego tienen…, pero eso no forma parte de la parábola).
Los cabecillas de la clase se peleaban entre ellos por ver quién tenía que elegir al gordito.
– Tienes que elegirlo tú. Te toca a ti.
– No, te toca a ti, que tienes uno menos porque se te ha ido alguien al servicio.
– Pero te toca elegir a ti. ¿No ves que si no lo eliges no podemos jugar?
– Tú tienes uno menos. Es tuyo.
– Yo no lo quiero. Es tuyo.
Y mientras, el gordito, pacientemente, se comía su bocata de Nocilla, sabiendo que él tenía el balón y que, lo eligiera quien lo eligiera, apenas iba a tocarlo, porque ya sabemos que los buenos son bastante chupones y casi nunca centran el balón a nadie, a menos que sea otro bueno, cuando juegan en el recreo.
Poco a poco todos se iban cansando, pensando que los cabecillas eran idiotas porque parecía que no querían jugar al fútbol y solo se preocupaban por quién de los dos tendría más posibilidades de ganar quitándose de en medio al gordito.
…y entonces sonó la campana: se acabó el recreo. Había que volver a clase y ni siquiera habían dado una pequeñita carrera detrás de la pelota. Conforme iban pasando cerca de los cabecillas, los integrantes de sus propios equipos les recriminaban la pérdida de tiempo:
– Sois idiotas.
– Hemos perdido otra vez el recreo por vuestra culpa.
– A la próxima elegimos nosotros y os quedáis fuera, porque sois tontos.
Los cabecillas se miraban, sonriendo: ninguno de los dos había perdido el partido. Habían conseguido dejar sin diversión a todos los demás, pero su ego estaba a salvo. Y entraron de nuevo en clase, sin haber sudado un milígramo, pero habiendo sido el centro de atención de todos durante un buen rato.
…y así, queridos amigos, es como veo yo el actual estado de la situación en la que nos tienen nuestros políticos, y el sinsentido de que quienes no son capaces, por egocéntricos y cabezones, de sacarnos de este embrollo, sigan cobrando de nuestros impuestos. Que cada cual asigne el personaje que quiera al político que mejor le plazca. Yo, por mi parte, tengo claro los roles.