A la frase de Vero «ahora hazlo de manera profesional» se unió mi tiquismiquismo y mi manía por que las cosas que hago queden lo más parecidas posibles a cómo las imagino en mi cabeza. Por eso me pasé varias semanas leyendo sobre maquetación, edición y cosas anejas. Algo aprendí, quiero creer, pero no conseguí que mi cerebro aceptase el uso de programas profesionales (eso dicen) de edición, del tipo AdobeIndesign. Lo intenté, pero soy cabezón y, a la vez, muy impaciente. Así que no me veía aprendiendo a manejar un programa tan complicado desde cero. (Tal vez algún día me siente con tranquilidad delante de algunos videotutoriales a ver dónde llego).
El caso es que me encontré con bastantes webs y vídeos sobre cómo maquetar con Word, que es el programa con el que escribo, y me tiré de cabeza a ello. Registré algunos relatos más en SafeCreative y los usé para componer un libro con más páginas y algo más de sentido de la edición y la maquetación. En total dieciséis historias y ciento sesenta y dos páginas.
Decidí mantener las explicaciones antes de los relatos, pero eliminé los dibujos de cada uno de ellos. Por contra, los dividí en dos partes: la primera serían relatos antiguos, y la segunda los relatos que usé para la primera edición de prueba.
Por supuesto, hubo «consideraciones finales«, «prólogo» y «agradecimientos«, porque esta vez quería imprimir más ejemplares y regalárselos a familiares y amigos. Claro que hubo un agradecimiento especial y exclusivo para Vero: aparte de las palabras en ese apartado del libro, su ejemplar sí que estaba firmado (es el único que lo está, y el único que lo estará), y la tarjeta con la que enviaba el libro a familiares y amigos con una explicación y un agradecimiento, en su caso, iba con un poema. Me parecía, y aún me lo sigue pareciendo, justo.
En cuanto a la cubierta, la portada, seguí barajando usar alguna de las que ya había estado diseñando para la primera versión, hasta que me topé con un fotomontaje del usuario @drexll77 en la web PicsArt que, a primera vista, simplemente eran colores. Una imagen en tono amarillo y muchas manchas que, acercándote y mirando detenidamente, eran distintas figuras y elementos: edificios, alguien paseando, un tranvía, cables eléctricos, un paraguas… Me pareció, aparte de un fotomontaje muy original, algo bastante metafórico; lo que había dentro del libro no eran más que eso: instantáneas tomadas en distintos momentos de mi vida y unidas en aquellas páginas formando una unidad.
El logo de Ártax ediciones fue por culpa de una conversación matinal con mi amigo Tappy. Mientras «salíamos mejores» (sic) de lo del Covid, desayunando juntos, hablamos de que podríamos montar una editorial (incluso decidimos poner allí mismo, sobre la mesa, la primera aportación capital: pusimos veinte euros cada uno) y, buscando nombres que tuvieran opción de salir en los primeros puestos de los buscadores de internet, intuimos (probablemente de forma equivocada) que, por orden alfabético, un nombre que empezara por A estaría muy arriba. Tirando de nuestra vena friki, el primer nombre que se nos vino a la cabeza con la primera letra de nuestro alfabeto fue «Ártax». Si no sabes quién se llamaba así es que no eres demasiado friki. Si lo sabes, entenderás, además, el por qué del caballo. Por supuesto, eso se quedó ahí: en un desayuno hablando de nuestras cosas.
…y aprovechando estos relatos maquetados y editados más o menos bien, decidí hacer una versión Kindle, para probar el mundo e-book. Pero eso es otra historia que te contaré en la próxima entrega (que tal vez sea la final; tampoco es plan de alargar esto hasta el infinito, ¿no? Que no es una telenovela…)
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