A alguien que disfruta tanto como yo de comer tonterías, de andar picoteando a cada momento, de las chucherías, pasteles, caramelos, etc. no se le puede obligar a hacer dieta. Bueno, sí que se puede, pero yo me niego en redondo (literalmente hablando). Así que, por lo general, el sedentarismo se convierte en un enemigo a las puertas, o a la línea, más propiamente dicho.
Yo, que hace años era un tirillas, me encontré, de la noche a la mañana, con que mi metabolismo antes perfecto, se fue de vacaciones perpetuas, y ahora me engorda hasta oler el papel de los churros. Reconozco que también puse de mi parte, y mucho. Dejé de hacer deporte, de ir andando a todos sitios, de, en definitiva, moverme. Y así ando, o me siento, mejor dicho: cada dos por tres tengo que embarcarme en una nueva «operación bikini» porque no me aguanto ni yo cuando me miro al espejo.
Y ahora que me querida ex empresa ha decidido darme tiempo, pues me he vuelto a lanzar, por enésima vez, al intento de ponerme un poco en forma. ¿En forma de qué? Pues eso lo dirán los meses conforme vayan pasando. De momento me calzo los botines, cargo la batería del móvil y los cascos, enchufo el Endomondo y mi musiquita, y a hacer deporte.
¿Y si llego hecho un pincel al verano y teniéndome que comprar ropa porque la de ahora se me queda ancha? Pues lo celebraré con un serranito, helado y muchas chucherías.