Revisando antiguos enlaces en mi ordenador he encontrado algunos a una web que tuve hace varios años y en la que escribía cosas serias; más serias que las que escribo aquí. Creo que puedo retomarlas e irlas rescatando para ésta. Con algunas soy consciente de que me tacaharéis de muchas cosas (y ninguna agradable, seguramente), pero os lo he dicho siempre a muchos de vosotros: con la edad he aprendido a hacer que no me importe en absoluto lo que la gente piense de mí si yo creo que estoy en lo cierto. Que lo esté o no ya es otra cosa. La primera entrada, después de la de presentación, fue ésta:
Hace bastante tiempo alguien me contó una historia sobre una mujer mayor que se me quedó grabada a fuego.
Contaban que aquella señora nunca hablaba mal de nadie. Era capaz de ver sólo sus virtudes hasta al más ruin de los humanos. En la ciudad había un hombre al que todos temían y odiaban a la vez. Un hombre sin escrúpulos, mezquino, avaro, que no dudaba en destruír a cualquiera para su propio beneficio. Sin familia, sin amigos, nadie parecía albergar un mínimo buen sentimiento hacia él. Vivía solo. Cuando murió todos respiraron, nadie le lloró. Eran conscientes de que la mayoría de sus problemas desaparecían con él.
Cuando fueron a dar la noticia a aquella señora, sabían que ni siquiera ella sería capaz de ver algo bueno en la vida de aquel hombre. Pero cuando se lo dijeron, ella exclamó: «Es una pena. Pasaba todas las mañanas por debajo de mi ventana de camino hacia su despacho, paseando. ¡Y silbaba tan bien…!»