Nancy Sinatra cantaba esta canción allá por los años 60 del siglo pasado y a mí se me viene a la cabeza hace un par de semanas cuando me da por mirar las suelas de mis zapatos.
Echando la vista atrás, la primera vez que fui a Londres, hace ya la friolera de… ¡¡¡trece años y medio!!!, el último día de mi viaje, decidí hacerle una foto a mis zapatos, porque me había llevado con ellos cuatro días enteros, andando por y a todas partes, y mis pies no se habían resentido lo más mínimo. Unos zapatos que tuve que tirar, al cabo de los años, porque ya la suela era casi inexistente, pero que, en apariencia, seguían casi como el primer día. Jamás he vuelto a tener unos zapatos como esos.
…y entonces miro los que uso ahora y… mejor pongo las fotos.
¿Qué pasa con los zapatos de ahora? ¿Por qué se rompen todos igual? Sé que alguien puede pensar: «eso no pasaría si te comprases zapatos buenos». Ya, pero los zapatos de los que hablaba al principio de esta entrada, eran más baratos. Y podría pensar que es que tengo mala suerte porque lo que compro está defectuoso, pero… ¿todos los últimos zapatos que me he comprado sufren el mismo defecto? ¿En serio? ¿O es que ando tan mal, mis pasos son tan deficientes, que esa parte es la que más sufre mi incapacidad andarina? ¿Qué tipo de material usan ahora las empresas zapateras para la parte más importante de un calzado? ¿O es que están fabricados con obsolescencia kilométrica programada?
¿Y por qué no avisan los fabricantes: «zapatos para fardar. No caminar demasiado con ellos»; o «no camine más de media hora al día con estos zapatos. Suela quebradiza»; o directamente «estos zapatos no están fabricados para caminar. Si tiene que vestir elegantemente, úselos, pero no se mueva demasiado. Si lo hace, será bajo su responsabilidad»; o mejor aún «el fabricante de este calzado no se hace responsable de las posibles roturas, resquebrajamientos o agujeros que puedan salir en su suela si hace usted un uso indebido de ellos, como por ejemplo andar».
Si no sirven para lo que han sido creados, no merecen la pena. «Es que para caminar, mejor los botines, las zapatillas de deporte, las bambas…» o las mil y una formas en que se les llama dependiendo de la zona. Pero yo uso ese calzado para hacer deporte, que es para lo que ha sido creado. Por cierto, tengo unos botines, unas zapatillas de deporte, desde hace muchos años, y están ya dando sus últimos coletazos, pero después de haber corrido varios cientos de kilómetros con ellos. Y todavía aparentan dignidad, aunque ya la suela empieza a desaparecer, una vez lo han hecho sus dibujos. Esos sí que han cumplido con creces, pero mis últimos zapatos…
Si un zapato, que se supone que está hecho para proteger nuestros pies, a las primeras de cambio se resquebraja, se rompe, y deja pasar la humedad, las piedras, el fango, el frío hacia dentro, no es un buen zapato, por más bonito que parezca. Tal vez a nosotros nos pase igual: por más guays que seamos, si no estamos pendientes de nuestro cometido en la vida, y ahí cada quien tendrá que descubrir el suyo, no somos útiles.