Pues sí, he decidido rescatar esta palabra que me inventé aquí hace la friolera de cinco años y que, lo mismo, he vuelto a usar pero no lo recuerdo. Porque ha llegado diciembre y…
Diciembre
…y me ha atropellado a base de bien. Yo lo esperaba con tranquilidad, con ganas, es verdad, pero me ha caído encima sin casi darme cuenta. De repente, un día era uno de diciembre y ahora ya es tres y no he empezado a hacer aún lo que pretendía, porque eso: ha llegado casi sin llamar a la puerta y entrando hasta la cocina. A ver si consigo irlo domesticando con un poco de paciencia.
Reto García-Rojo
Es una de las cosas en las que me he embarcado, como en casi todas las cosas en las que me embarco: por puro arrebato.
Patricia García-Rojo es una escritora de literatura infantil y juvenil de la que yo mantengo que es tanto o más prolífica que el mismísimo Stephen King. Es una de las personas fantásticas a las que sigo en redes y un día se le ocurrió lanzar esta propuesta:
…y claro, yo no pude resistirme al reto… y a la excusa perfecta para comprarme una libreta Paperblank, que me encantan pero que son tan caras que necesitas eso, una excusa para hacerte con una de ellas sin que te remuerda la conciencia.
Así que aquí andamos, con varias ideas dándome vueltas en la cabeza, estudiando cómo ponerlas en pie y que se adecúen al reto García-Rojo. A ver en qué queda todo.
Mi tatuaje natural
Ayer puse una foto en mi estado de Guasap (sí, me gusta españolizar los nombres de estas cosas: Guasap, Tuiter – aunque ahora sea Equis…-) diciendo que explicaría el motivo de la aparición de una especie de tatuaje en mi gemelo derecho, ese de la foto.
No es complicado de explicar, y aunque a los dos o tres que me leéis tal vez os pueda sorprender, os aseguro que quienes me conocen bien lo comprenderán perfectamente: estoy corriendo de vez en cuando porque le he cogido el gustillo a machacarme un poco y estar en forma pero sin exagerar; vamos, poco a poco.
Pues en una de estas, de repente, se me empezó a cargar el gemelo, pero como soy así (aquí podéis poner la palabra que queráis. Casi todas encajarán bien), seguí corriendo hasta acabar con lo que tenía previsto. Por supuesto, al día siguiente apenas podía poner el pie en el suelo sin sentir como si me estuvieran arrancando las fibras del gemelo una a una. ¿Qué hice? Cremas y vendas. Una cosa cada vez…, salvo una noche que me dio por unir las dos cosas y dormir con ellas para que hiciesen su efecto sin estar andando. No lo hagáis. Se ve que crema (Trombocid, en este caso) y venda apretada, queman la piel.
En mi descargo diré que, al día siguiente, cuando me lo vi en la ducha, pensé que eran las señales normales de haber tenido la venda puesta toda la noche; parece que no. Es verdad que no me duele, no me molesta y ni siquiera lo noto, pero ahí está. Yo, que soy alérgico a los tatuajes (sobre mi piel, no sobre la de los demás)…
Blasfemias
…y ahora me pongo un poco serio. No soporto las blasfemias. Me molestan. Los dos o tres que me leéis sabéis que soy una persona creyente (como dice el poeta Enrique García-Máiquez, católico a marcha martillo), y cada vez que oigo una blasfemia es como si estuvieran escupiéndole a la cara a mi padre. Sé que la mayoría las usa como simple interjección, sin ningún ánimo de ofender, pero no quita para que a mis oídos suene como un desprecio a algo (Alguien) en lo que creo.
Lo peor es la normalización. Hasta hace poco se mantenía una mínima cortesía en los medios, en las películas, en la radio…, pero de un tiempo a esta parte, y eso creo que sí está hecho aposta, porque a la sociedad se le ha estado inculcando durante décadas un sibilino odio y desprecio hacia toda espiritualidad y, sobre todo, cualquier cosa católica… de un tiempo a esta parte, decía, no hay pudor alguno en usar blasfemias en los doblajes, en los podcasts, en la tele… Y me parece, simplemente, falta de respeto de quienes, como siempre, exigen respeto a lo suyo.
¡¡¡Y de repente, esta noche, alguien ha soltado una blasfemia delante mía, en mi sueño!!! Nunca había pasado, jamás. Por supuesto, sé que en el sueño estaba pensando en afearle la palabra a la camarera que la había dicho, pero me he despertado antes y me ha quedado esa espinita dándome vueltas en la cabeza, así que me la saco aquí: «Un poco de respeto, señorita».
Mi cerebro
Por acabar con algo más ligero, y por cerrar el círculo, os decía que diciembre me ha atropellado, me ha pasado por encima sin siquiera frenar, y mi cerebro lo sabe: sabe que había previsto hacer muchas cosas, o preparar otras, ¿y qué hace? No parar. Llevo tres noches despertándome a las cinco y media de la mañana, con el cerebro enchufadísimo, pergeñando planes, dictándome cosas por hacer o escribir… Y yo quiero seguir durmiendo porque, ¿qué hora es esa de ponerse a hacer nada, con el frío que hace fuera de la cama? Porque estamos en invierno, sí. Que había gente que pensaba que jamás tendríamos ya invierno hasta que se derritiese el planeta poco a poco en sus propios jugos.
…y yo me intento convencer de que estoy entrando, lentamente, en esa edad en la que cada vez necesitas dormir menos. Luego, a las siete de la tarde me doy cuenta de que no, porque me duermo por las esquinas…, que lo mismo también es un síntoma de entrar en esa edad que… Noooooooo.
…aunque, lo mismo… Bueno, mejor no le doy vueltas, porque además esto no está siendo tan «breve» como baticinaba al principio, en el título. ¿Veis? Echadle la culpa a mi cerebro, y a diciembre.