Pues parece que se ha liado parda en Londres porque una cajera de un supermercado se negó a atender a una señora mientras esta estuviera hablando por el móvil.
No sé si se extralimitó en sus funciones la cajera o si hizo lo que tenía que hacer, pero a tenor de los apoyos mostrados en internet a su actitud, supongo que todos estamos de acuerdo en que nos estamos colando con los dichosos aparatitos. Reconozco que yo estoy en el lado diametralmente opuesto de esta situación, y mis amigos sufren en sus carnes (y sus orejas) mi total desapego al móvil, al que apenas presto atención. Pero es igual de malo que el otro extremo: la gente que está tan enganchada a su móvil que parece que ha nacido con él y es un órgano vital imprescindible.
Todos hemos visto escenas parecidas: gente conduciendo con el móvil en la mano, con lo de irresponsabilidad que eso conlleva; amigos que quedan para comer y que consultan su móvil contínuamente o tuitean todo a cada momento; gente que tiene que abandonar su puesto de trabajo cada diez minutos para mirar el móvil, o que lo están vigilando contínuamente mientras trabajan…
Estamos siempre hablando y esgrimiendo nuestras luchas por la independencia y la libertad, y resulta que a cada aparatito tecnológico que aparece, hay más gente enganchada. Nos estamos convirtiendo en esclavos de nuestra propia tecnología, y lo malo es que no nos estamos dando cuenta.
Algún sabio del siglo pasado ya lo advertía pero claro, ya ni a los sabios se les escucha porque no tuitean sus cosas. Así nos va.