Tengo hormigas en el escritorio. No sé cómo ha pasado, pero ahí están. De esas marrones, pequeñitas, velocísimas. Vale que mi escritorio está pegado a la ventana y que la ventana da directamente a la terraza que es como un patio porque es el techo del garaje y del local de debajo de mi bloque… Pero no soy capaz de seguirlas hasta un punto en concreto por el que entren o salgan. Simplemente corretean por sobre la mesa, sin desvelarme origen o destino. Las veo deambular rápidas, saludarse ante mis ojos con sus antenitas, brevemente, para continuar con sus quehaceres.
Si me siento delante del ordenador, las veo corretear, pero trato de no molestarlas; ellas, sin embargo, sin previo aviso, se me suben a las manos, los brazos, las piernas… Intento no matarlas; simplemente soplo sobre ellas o las arrastro fuera de la mesa. Las hormigas son resistentes. No sé si me vigilan los papeles que desperdigo allí encima o si están ahí para recordarme que hay que ser laboriosos; que perder el tiempo hace que no tengas suficientes víveres para soportar el invierno. Por eso siempre andan veloces de un lado a otro y se saludan rápidamente, lo justo para no parecer maleducadas, y continúan con su labor.
En invierno, tal vez, las echaré de menos.
Fran says:
Mientras no me las encuentre en la tostada de mantequilla…