La Nocturna

No soporto a esa gente que corre haciendo zigzag entre los demás porque quieren ir más rápido, exponiendo el equilibrio de las personas delante de la que se cruzan; son un peligro y, por lo general, gente que no quiero tener cerca en la vida diaria: ese tipo de gente que sólo miran por estar ellos delante de quien sea sin importar a cuántos dejan caer en su camino.

Tampoco soporto a esa gente que, en el único avituallamiento de agua de la carrera, se aprovisiona con un montón de botellas y luego, sintiéndose profesionales de algo (por cierto, también muy mal el ejemplo de los profesionales en esto), le dan un buche al agua y la arrojan al suelo, ya no al lado para que nadie tropiece, lo que ya es una guarrería y una falta de educación y urbanidad inmensos, sino en medio de la calle; si alguien pisa una botella y se cae o se tuerce el tobillo, les da igual, porque ya se han refrescado y han dado su sorbito profesional, arrojando la botella al suelo porque ellos lo valen.

Por lo general, y como veo que es algo que no se soluciona (ni se solucionará), esas son las dos cosas de las que abomino de la Carrera Nocturna del Guadalquivir que cada viernes último de septiembre se celebra en Sevilla y que hace ya algunos años que corro. Y he querido decir al principio lo que no me gusta para que eso no empañe el resto.

Porque «la Nocturna» es una carrera que me encanta correr. Porque no es una carrera, es una celebración del deporte y del buen rollo. Porque no hay tiempos cronometrados ni gente que compita, salvo los que salen perfectamente separados de los que vamos a correr para divertirnos. Porque hay gente que corre disfrazada, gente que va en grupos de colegas, familias con sus niños, padres y madres empujando los carritos de sus bebés, gente con música, gente que corea, gente que saluda, gente que pasea…

Es verdad que algunos corremos un poco en serio, con nuestra propia música en los cascos (esta vez mi banda sonora ha sido «La creación» de Joseph Haydn… Sí, música clásica, siguiendo una recomendación del maestro Íñigo Pirfano. Claro que cuando se acabó Haydn sonó Queen y, por supuesto, Mark Knopfler), pero en «la Nocturna» hay, como en el rugby, un tercer tiempo: ese llegar a la meta y acercarte a las barras de Aquarius o cerveza a hablar con quien haya por allí sobre carreras, tiempos, o la vida misma… hasta que te echan los señores que tienen que recoger todo aquello.

No es importante cuánto has corrido o cuánto has tardado, sino que has llegado al final, mejor o peor, pero disfrutando todo lo posible del camino…, y atravesando la meta. Como la vida misma, ¿no?

Pues eso. No voy a decir cuánto tiempo hice yo. El suficiente para llevarme luego mucho tiempo charlando con gente en las barras, haciendo fotos a quienes me lo pedían, tertulieando, compartiendo un rato agradable con personas desconocidas en buen ambiente. Eso es el deporte y de eso debería tratar esto de vivir: llegar a la meta para estar de tertulia.

…y el año que viene otra vez.

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