Al final nos la hemos tragado entera. Tanto criticar a los americanos, y nos dedicamos a copiar sus fiestas, como si no tuviésemos fiestas propias. Da pena.
Por otro lado resulta curioso las ganas que tenemos los adultos de disfrazar a los niños. Con cualquier motivo les plantamos el disfraz y los llevamos a corretear por las calles para poder presumir de ellos delante de los vecinos; de ellos y, por supuesto, de nuestra pericia para maquillarlos. En fin, es lo que hay, y esto es de lo más amable sobre lo que se puede hablar a estas alturas de la película.