«Calla siempre cuando sientas dentro de ti el bullir de la indignación. Y ésto, aunque estés justísimamente airado.
Porque, a pesar de tu discreción, en esos instantes siempre dices más de lo que quisieras.»
Lo decía un gran santo del siglo XX; uno que sabía de lo que hablaba. Y a mí se me olvida muchas veces.
Estos días, después de los execrables hechos de París, he estado leyendo demasiado. Demasiadas opiniones, demasiados comentarios, demasiados sapos y culebras lanzados a diestro y siniestro por odiadores profesionales, demagogos de taberna, gente simplemente cabreada, o asustada, o todo a la vez…
Uno ya tiene una edad (gracias a Dios, porque si tuviera dos me preocuparía bastante) y, a pesar de cada vez ser más tolerante con casi todo y casi todos, también me encuentro con que soy más irritable, más iracundo, más vehemente cuando defiendo mis opiniones…
…y a veces meto la pata o digo «más de lo que quisiera», o de peor forma de lo que debería.
Se me ha pasado por la cabeza, bastantes veces, dejar de opinar; guardarme mis consideraciones para mí solo. Otras veces, en esos estados de vehemencia que me poseen de vez en cuando, he pensado exactamente lo contrario: contestar a todas y cada una de las cosas que me molestan o me resultan insultantes para con mis ideas, mis principios o mis creencias. Supongo que, como dice el aforismo, «in medio virtus», en el centro está la virtud, así que trataré de seguir esa máxima. Antes de escribir algo estando enfadado o molesto, trataré de hacer lo que dice el título de esta entrada: contar hasta diez.
Para acabar, qué mejor que otra frase del mismo santo con que abro la entrada:
«Hacer crítica, destruir, no es difícil: el último peón de albañilería sabe hincar su herramienta en la piedra noble y bella de una catedral.
Contruír: ésta es la labor que requiere maestros».