LA HIPOCONDRIA

La web de Juanma Suárez
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Etiqueta: cosas serias

De escaparates, tipos chungos e Instagram

Está claro que una tienda, de lo que sea, a pie de calle, se publicita con sus carteles y escaparates. Cuanto más llamativos, mejor. Luces, composiciones, colores… todo debe contribuir a que el paseante se detenga y sienta curiosidad. Pero si en el escaparate hay productos que luego nada tienen que ver con lo que la tienda vende, es muy probable que quien entre se sienta engañado. Cabe la opción de que, si lo de dentro es extremadamente bueno, olvidemos lo que vimos fuera, pero ¿cuántas posibilidades hay de que eso ocurra? ¿Y si el escaparate es extremadamente vistoso pero luego, en el interior, apenas hay stock de casi nada?

Por otro lado, ¿cuántas veces no hemos cambiado de acera al avistar desde lejos a alguien con unas pintas «extrañas»? Nos alejamos de gente y ambientes en los que nuestro sentido común, y sobre todo el de la vista, nos advierte que podrían ser peligrosos. O sea, juzgamos las circunstancias y a las personas por su aspecto exterior, por cómo se nos muestran. Todos tenemos una imagen en la cabeza cuando hablamos de tipos chungos…, y nos alejamos de ellos. Tal vez, si nos atrevemos a plantarles cara, podríamos llegar a descubrir a magníficas personas tras un aspecto que produzca miedo o, cuanto menos, prudencia. Pero la primera reacción es la de defensa: alejarnos de lo que nos parece sospechoso.

…y ahí tenemos Instagram, la red social donde cada vez más personas se empeñan en mostrarse medio desnudas para demostrar, según dicen, empoderamiento, libertad, seguridad…

¿Podemos unir los tres párrafos? Si en tu escaparate te muestras con poca ropa, no esperes a que la gente entre en tu tienda a pedir presupuesto para un seguro de vida. Si lo que muestras es tu cuerpo, lo mismo quienes se acerquen a ti no irán buscando una conversación filosófica, (aunque seas capaz de darla profundísimamente). Si quieres demostrar empoderamiento, lo mismo desnudarte es una forma, pero permite que te diga que facilona y falta de originalidad.

Tu cuerpo es tuyo y puedes mostrarlo cómo y cuánto quieras, faltaba más. Pero si vas por la calle con tu cartera llena de billetes en la mano, no puedes pretender que los amigos de lo ajeno huyan de ti. Mucha gente te mirará y pasará de largo, pero no olvides que en todas partes hay ladrones al acecho… Somos lo que mostramos más de lo que podamos pensar.

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Usa las gafas

Cuando aún era joven…; sí, admitámoslo ya, uno va llegando a una edad en la que nadie le considera joven, aunque puedan suavizar la cosa con un «te conservas bastante bien» o el no menos socorrido «pues estás igual que siempre», a pesar de que seamos conscientes de que no es cierto, pero se agradece la caridad y el cariño…

Cuando aún era joven, decía, había pocas cosas de las que solía presumir (y de las que podía, para qué vamos a engañarnos). Una de ellas, de la que me pavoneaba a menudo, era mi vista aguda de elfo. Mis amigos acostumbraban a sorprenderse cuando era capaz de ver, en lontananza, «¿qué ven tus ojos de elfo, Legolas?», el número del autobús cuando aún apenas se vislumbraba el vehículo a lo lejos más que como una visión de un oasis en el desierto. Sí, así de bien veía. Y me gustaba alardear de ello, seamos sinceros.

Pero entonces la edad se encargó de ponerme en mi sitio y, en un momento determinado de mi existencia, las páginas de los libros empezaron a hacérseme neblinosas. Sin haber bebido, las letras se emborronaban en mis narices, se volvían apenas trazos indistinguibles que me obligaban a achinar los ojos para distinguirlas. Se hizo irremediable la visita al oculista, del que salí, por supuesto, con un par de gafas para leer. «Vista cansada; lo normal de la edad», me dijeron.

De forma suave y elegante me avisaron de que había salido de la juventud por la puerta de atrás…, o sea, que la juventud me había expulsado de la sala en la que yo creía poder estar hasta los setenta, por lo menos. Pero yo, que siempre he presumido, otra de las cosas de las que sigo haciéndolo sin rubor, de ser un buen perdedor y un magnífico contrincante, acepté el tanto y elegí dos pares de gafas para leer con los que me veía hasta interesante. De hecho, aquí ando escribiendo esta entrada con mis gafas de montura metálica negra y un gintónic para refrescar la tarde (probablemente una bebida de persona mayor, qué le vamos a hacer…).

¿Y a qué viene este preámbulo? Pues voy al desenlace, sin más dilación (sí, quería usar la expresión):

Otra de las cosas que el tiempo ha tenido a bien regalarme, desde hace ya alguna década que otra, es mi alopecia.

Tengo la suerte de que la gran mayoría de mis amigos, ahora mismo, ya me conocieron siendo un trasunto del teniente Kojak que, cada semana más o menos, acostumbra a pasarse la maquinilla eléctrica por el cráneo para que mi cabeza luzca siempre con su debido brillo y los milímetros de cabello adecuados e igualados a la baja. Y aquí llegamos al meollo de la cuestión: siempre he presumido (sí, ya van varias circunstancias de las que suelo alardear, parece increíble) de dejar el baño como una patena después de llevar a cabo mis rutinas capilares: ni una micra de pelo perdido podrá ver jamás quien entre después de mí en el baño… o eso creía, hasta que me dio por afeitarme con las gafas puestas (porque sí, mi vista empezaba a engañarme también en ese menester, la maldita. Con lo que ella y yo habíamos sido…).

Y quise hacer la prueba: una mañana llevé a cabo todos los rituales sin las gafas, incluso el de limpieza posterior. Al acabar, posé sobre mi nariz los anteojos y, ¡¡oh, fatalidad!! Allí quedaban restos minúsculos de mis maniobras capilares por todas partes, ocultos a mi mirada présbita, saliendo a relucir ante mis ojos, cual prueba incriminatoria ante las luces azules del CSI, cuando los armé con las maravillosas gafas que me ayudan a leer. ¡¡Qué engañado estaba, y qué paciencia infinita la de los que viven conmigo, que jamás me han echado en cara que dejase el lavabo como una peluquería de barrio tras la visita de un motero!!

Así que, lo que está claro y yo he aprendido para siempre, es que jamás hay que fiarse del criterio propio que no esté apoyado en bases fiables. Es posible que creamos algo sólo basado en nuestras percepciones que, a veces, pueden no ser completas. Habrá que ser humildes y aceptar que la realidad, de vez en cuando, pueda darnos lecciones que desmonten nuestra propia visión de las cosas, ¿o no?

Y, por favor, si usáis gafas, afeitaos con ellas puestas o, por lo menos, usadlas para dejar el baño, después, en perfecto orden.

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Cosas de la edad

Cuántas veces no habremos dicho eso de «me encantaría tener diez años menos pero sabiendo lo que sé ahora». Es verdad que, cuando llegas a una edad, lo de cumplir años te va dando un poquitito de vértigo. Sobre todo porque te da por mirar los sueños que tenías cuando eras joven, y te das cuenta de que la mayoría no eran más que luces brillantes que se han ido apagando.

Pero ahora, con la edad, con el poso (y el paso) del tiempo, es cuando te vas percatando de lo que te rodea, de cómo funciona casi todo, pero, fundamentalmente, cómo funcionas tú. Y, qué le vamos a hacer, de momento estoy encantado de haberme conocido. Tengo mis manías, mis defectos, mis virtudes… He aprendido a aceptarme, a conocerme, a saber qué soy y qué no. Y me siento cómodo.

…y sí, tuve pelo.

Ahora prefiero estar en casa, tranquilamente; una peli, una serie, un libro… y silencio. Nada de eventos multitudinarios, salvo conciertos de vez en cuando y de personas muy determinadas que, quienes me conocen, identifican perfectamente.

Disfruto cuando me reúno con dos, tres, cuatro personas, para charlar, comer, beber…, pero no soporto, en absoluto, las «reuniones sociales»; siempre me siento fuera de lugar, a pesar de, es una de mis pocas virtudes, ser capaz de integrarme casi en cualquier sitio sin ningún problema.

Ahora tengo mis propias ideas, pocas, pero muy claras; mi forma de ver el mundo, la sociedad, la política, el arte… Me doy cuenta de que soy intransigente con respecto a mis opiniones, pero soy capaz de tolerar la mayoría de las de los demás

Sigo sin soportar la hipocresía, el doble rasero, a la gente que piensa que está por encima de todos. Sigo sintiendo pena por la gente que no tiene fe, porque a mí me llena de tranquilidad y de paz.

Soy capaz de entender y disculpar cualquier comportamiento, siempre que no suponga el dañar a otros, (e incluso, a veces, hasta en esas circunstancias). Intento no juzgar a la gente (lo confieso: no siempre lo consigo), porque sé que ellos también podrían juzgarme a mí, y tal vez no saliera muy bien parado.

Sigo disfrutando de los abrazos fuertes, largos, pegaos…, los que van con beso, sobre todo. Sigo enamorándome de sonrisas, indistintamente de quién sea el dueño. Por contra, me estoy volviendo arisco, cascarrabias, huraño… aunque más cuando estoy a solas o nadie puede ser testigo o sujeto directo.

No sé. Cabrían muchas cosas aquí. El Juanma actual conserva muchos rasgos del adolescente; muchísimos. Pero tal vez ha perdido un poco el brillo de aquel, porque el tiempo se encarga de irte echando capas de realidad encima y eso, quieras que no, va formando una pátina que, al final, no dejas de ser tú, con las luces y las sombras que te tocan.

Al fin y al cabo, lo único que nos queda es esperar que las luces hayan sido siempre un poco más fuertes que las sombras…, a pesar incluso de uno mismo.

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Mientras corro

Corriendo en solitario

Corriendo en solitario

Corro, a veces, sí. Poco y mal, pero corro a veces. Y últimamente voy pensando muchas cosas mientras sudo con mi trote cochinero y mi música sonando en los auriculares. Cosas sobre los demás, sobre mí mismo, sobre la vida, sobre cómo nos vemos y nos juzgamos, faltando a la justicia y a la más elemental empatía…

¿Y qué cosas pienso mientras corro? Pues estas son algunas de ellas:

  • Siempre va a haber pequeños escollos que nos van a querer convencer de que no es un buen momento, de que podemos retrasarlo, de que tal vez mañana sea mejor…, y no es verdad. El mejor momento es cuando lo tenemos previsto.
  • Cuando empezamos, a menudo, puede haber algún pequeño dolor, una ligera molestia, un pinchazo. Si seguimos adelante, sin prestarles mucha atención, suelen desaparecer mientras hacemos camino.
  • El ser humano es capaz de soportar más sufrimiento del que creemos.
  • No somos mejores que nadie por adelantar ni peores porque nos adelanten. Simplemente, cada uno tiene su ritmo y en nuestras manos está ir superándolo y acrecentándolo o, por el contrario, abandonarnos y perderlo por completo.
  • Jamás juzgues a alguien justo al cruzarte con él; no sabes el tiempo que lleva en el camino, ni contra lo que está luchando, ni la cantidad de sacrificio que está empleando para seguir avanzando…
  • Al final todos somos corredores de fondo: todos tenemos una Meta que alcanzar. La velocidad, el camino, el equipo, la música, el ritmo… son algo que cada uno elige en función de su preparación y sus posibilidades. Lo importante es el Final.
  • Una sonrisa, un saludo, un mínimo gesto, a menudo, son lo único que alguien necesita para seguir luchando.

Correr

Corredores

Estas son algunas de las cosas que pienso cuando salgo  a correr de vez en cuando. Cosas que me susurra mi propio cerebro, tal vez para distraerse y distraerme sobre lo quemadísimo que estoy y la falta de deporte que tengo, yo, que hace años era capaz de hacer kilómetros y kilómetros en bicicleta sin casi despeinarme…, aunque eso sigo haciéndolo ahora. Lo de no despeinarme, digo.

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Breverismos

Sí, he usado un acrónimo que me he sacado de la manga para titular esta entrada porque pretendo usarlo más veces en el futuro. Y me gusta la mezcla entre aforismo y brevería, dos vocablos bastante literarios. Estos breverismos primeros, como no podría ser de otra forma, tendrán algo que ver con la Semana Santa.

  • He vuelto a correr. Después de bastantes meses. Lo sé, soy un cobarde; el frío y la lluvia, antes, no me importaban para hacer deporte. Ahora, con la edad (sí, es una forma eufemística para no decir la pereza), prefiero los días de sol. Y sí, las agujetas del día siguiente han sido de cine.

 

  •  ¿He dicho ya alguna vez que me encantó la película «El gran showman»? La banda sonora es potente, de las que animan. Solo un consejo: si lo flipas tanto como yo, no la uses para correr. Dan muchas ganas, con ella sonándote en los oídos, de esprintar continuamente. Si estás en forma es perfecto, pero si estás hecho polvo, igual que yo, no es nada adecuado.

This is the greatest show

 

  • Llevo dos semanas sin entrar en redes sociales, salvo Instagram. Mi ánimo y mi tiempo me lo han agradecido mucho. He retomado un libro infantil al que llevo casi un par de años dándole vueltas en la cabeza y que ahora avanza poco a poco, pero con paso firme. Por supuesto, mi musa personal, Verónica, también tiene mucho que ver en esto.
    También estoy leyendo más de lo que lo hacía. Está claro que no hay color, aunque ya lo sabía, pero soy idiota, sí.

 

Enganchados a las redes sociales

  • Lo de volver a las redes sociales es algo que he pensado bastante. ¿Cómo hacerlo? ¿Dejo de seguir a la gente que tiene opiniones contrarias a las mías? Me quedaría solo con un par de personas o tres. ¿Empiezo a seguir a más gente con mis mismas ideas? Tal vez sea excesivo y aburrido. ¿Lo mejor? Dejar de leerlo TODO. Dedicarles solo un rato al día y no entrar en debates. Mis opiniones las expresaré en mis propias redes. Nada de discusiones. Se acabó.

 

  • Hay algo que me hace darle muchas vueltas a la cabeza: ¿por qué la misma gente que se empeña en visibilizar y jactarse de con quién se acuestan, que siempre he pensado que es algo personal e íntimo y que no le debería importar a nadie, es la misma que se empecina en que yo tengo que vivir mi fe de forma privada y oculta? Si lo suyo es una forma de vida, lo mío también.Antonio Corradini y sus velos

 

  • Cualquier ateo, en el momento en que acepta una mínima expresión artística, indirectamente, está aceptando a Dios. Eso, o admitimos que los garabatos de la mona Chita son igual de artísticos que las esculturas en mármol de Antonio Corradini o las pinturas de Dalí.El arte de Chita

 

  • Una cosita: los «muñecos» que los critianos sacamos a la calle en Semana Santa representan exactamente lo mismo que ese trozo de papel satinado que llevas tú en la cartera con la cara de una señora mayor.

 

  • Otra cosita, mínima: para un cristiano, el día más importante de la Semana Santa, es el Domingo de Resurrección, no la Madrugá.

 

  • ¿Qué nos está pasando con el humor?El gran Quino delimitando los límites del humor¿Nos estamos sintiendo ofendidos por cosas que antes no nos ofendían o de las que, simplemente, pasábamos? ¿Hay gente que está escudándose en el humor para insultar, humillar o dar rienda suelta a sus odios y traumas? ¿Dónde trazamos la línea? ¿Estamos dando demasiado altavoz a gente con escasa capacidad artística y excesiva necesidad de protagonismo?

 

  • Es conveniente que no confundas mi tolerancia con mi transigencia. Que acepte tu opinión no significa que te dé la razón.

 

Estas son las cosas tal y como yo las veo. No tienes por qué compartirlas. Groucho Marx decía: «estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros». Por supuesto, era humor. Yo diría: «estos son mis principios. Si no te gustan, búscate los tuyos».

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Pasando por lo alto

Como llevo una semana sin entrar en las redes sociales, voy enterándome de las noticias por la radio, mientras voy al trabajo por la mañana. ¡Y oye, que muy bien, ¿eh?!

También me entero de algunas otras cosas por los compañeros del curro. Hablaré de algunas que me han dado qué pensar así, como dice el título de la entrada, «pasando un poco por lo alto», sin entrar en muchas disquisiciones (que no me apetecen nada ahora mismo, aunque cualquiera de estas cosas daría para una entrada individual).

 

La adolescente y la viga.La chica y la viga Ya es una historia conocida: adolescente se sube a una azotea para hacerse foto colgada de una viga, adolescente se pone nerviosa y es incapaz de salir de ahí, bomberos tienen que ir a rescatarla… Hasta ahí, una chiquillada, una ida de pinza que, mirando las fotos, realmente tampoco era tan peligrosa a menos que allí soplara un viento de 120 kilómetros por hora.

Lo que me ha llamado la atención de todo esto es la cantidad de personas que se han apresurado a poner verde a la pobre chavala, llamándola de todo. Y me llama la atención porque parece que esas personas nunca han sido adolescentes. Ninguno ha hecho travesuras peligrosas. Todos han sido ciudadanos modélicos y responsables toda la vida.

Esa chavala tendrá suficiente con lo que le habrán dicho sus padres. No creo que necesite que miles de personas, que ni siquiera la conocen, la abronquen, la humillen, la insulten… En serio. ¿Y si dejamos de querer ser los padres de todo el mundo y nos preocupamos de no hacer el imbécil nosotros mismos?

 

Willy Toledo

Willy Toledo. Los tribunales la tienen tomada con él, está claro. De repente se ha cagado en Dios y en la Virgen, el pobre. ¿Qué opino? Pues que siempre consigue lo que quiere: atención mediática. Y eso, en España, es muy fácil, porque los que podríamos ofendernos con estas cosas somos muy torpes. Porque les seguimos el juego. Porque echamos espumarajos por la boca cuando alguna persona con necesidad de atención hace estas cosas de niño pequeño con berrinche, que es lo que quieren. Ya lo dice la sabiduría popular: «no hay mejor desprecio que no hacer aprecio». No sé en qué contexto diría esos exabruptos, pero él sabe perfectamente qué tiene que decir para que le echen cuenta, y lo hace. Porque, admitámoslo, no es más que eso: una pataleta de niño malcriado y caprichoso que quiere ser el centro de atención de los padres.

 

Una de redes. Manipula que algo queda

Qué fácil es crear un tuít falso y colgarlo en las redes, ¿verdad? En cinco minutos o menos tienes montada una noticia falsa o una declaración inventada. La sueltas en el proceloso mar de internet y, mientras que una persona busca si es verdad dicha información, un millón ya se han tragado la mentira y la están difundiendo por todas partes, casi al instante. Y la persona o el medio atacados no tendrán posibilidad alguna de borrar esa calumnia al cien por cien JAMÁS.

 

Stephen Hawking. El gran divulgador científico, llevándole la contraria a todos sus médicos, murió a la edad de 76 años. Fue un ejemplo de superación, de buen humor, de trabajo… para mucha gente. Decía no creer en Dios, pero trabajó en la Pontificia Academia de las Ciencias, donde resaltan «la enorme contribución científica que ha dado a la cosmología cuántica» y su fidelidad a la academia, en palabras de sus máximos responsables. Supongo que, ahora mismo, el bueno de Stephen estará comprobando de primera mano todas esas cosas que quiso desentrañar en vida; ha dado, por fin, con esa fórmula científica que lo explica todo. D.E.P.

Stephen Hawking y Pablo VI

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Desconexión

Cortando por lo sano

Mira que llevo tiempo sin escribir por aquí y vuelvo a hacerlo para decir que paso. Que ya vale. He decidido desconectarme de las redes sociales. No abandonarlas, porque volveré a ellas…, en algún momento, pero no por ahora.

Entras y solo hay odio, insultos, idiotas creyéndose listos, y listos haciendo el idiota, gente deseándole el mal a otro ser humano simplemente por no opinar igual, otros con la piel tan fina que hasta el roce de una pluma les hiere, imbéciles sin criterio y criterios imbéciles, robots repitiendo las consignas del gurú de turno…

Y sí, podría no leer todo lo que hay, pero soy curioso por naturaleza, y mis defectos, muchas veces, vencen a mis pocas virtudes.

Y sí, podría bloquear a gente a la que me incomoda leer por su agresividad, por su falta de respeto, por su escasa empatía…, pero eso lo hago desde hace mucho, y sigo leyendo demasiado de todo eso.

Así que cortaré por lo sano: nada de redes sociales; tal vez salve Instagram, porque ahí, aún, se respira bien, y porque sigo a poca gente; nada de malos rollos… de momento. Sé que a nadie le va a importar esto, pero quería dejarlo por escrito en mi web, porque es mía y porque aquí digo lo que me da la gana.

Aprovecharé mejor mi tiempo y dejaré de estar cargado con tanta negatividad y odio, que es lo que se respira desde hace tiempo en internet. Y tengo mis propias teorías sobre esto, pero me las guardo, porque sé que producirían más de eso de lo que quiero huir.

No le sale rentable a mi estado de ánimo el ver, cada día, cómo nos hemos cargado la sociedad, cómo nos estamos degradando como personas, cómo, de repente, empezamos a descuartizarnos nosotros mismos… y también tengo mis teorías sobre eso.

Leer, escribir, tocar la guitarra, componer… Mi mente y mi ánimo me agradecerán volver a ello.

Así que aquí y ahora corto la comunicación. Hasta más ver.

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