Hay gente que cree en las cartas, otros en los horóscopos, o en el poso del café, o en las señales de las aves, o en las pitonisas de la tele, o en los telediarios y los periódicos, o en los políticos (aunque, por suerte, a estos cada vez los cree menos gente), o en su equipo de fútbol, baloncesto o petanca… Yo creo en el cielo. Es en serio, ¿por qué no?
Creo que mis abuelos y algunos de mis amigos están allí, vigilándome, quitándome piedras del camino o poniéndome otras para que no haga el idiota (más de lo que ya lo hago). Y no, no creo que sea ese sitio aburrido que nos quieren describir los que no creen en él. No creo que allí todo sea vestir con una horterísima túnica blanca casi transparente, unas sandalias, alitas y una mierda de arpa que vete tú a saber quién aprende a tocarla, a menos que te pongan al gran Chico Marx de profesor particular.
Yo creo que el cielo es un sitio, como se dice ahora, guay. Un sitio divertido, pacífico, tranquilo, siempre de fiesta, de buena fiesta, con gente genial, amigos, familiares, desconocidos divertidos y algunos, también estoy seguro, más serios…
Esta tarde alguien me ha hecho ver que también tenemos breves adelantos de lo que es el cielo aquí abajo. Como si nos enseñaran una gota de agua y nos dijeran «esto, multiplicado por infinito, es el mar». Así que he decidido hacer como una especie de «sección» dentro de mi página, donde pondré lo que para mí son esos trozos de cielo conforme los vaya viviendo, o cuando recuerde alguno de ellos. Pero no es tan complicado. Todos tenemos muchos trozos de cielo a lo largo de un solo día. Son momentos en los que estamos agusto, tranquilos, en paz, felices… ¿Ejemplos?
Así, a bote pronto, me viene a la cabeza cuando cojo una galleta, la parto por la mitad, y la meto en el vaso de Nocilla; ese sabor de la infancia, dulce, cremoso. O el primer día de vida de mi sobrina, cuando me acerqué allí, en el hospital, a su cuna, la miré y vi una sonrisa dibujada en su cara. O cuando soy capaz de hacer reír a carcajadas a mi padre. O ese recuerdo de mi infancia, viajando en autobús con mi madre para ver lo que sería nuestro nuevo piso, y esa sensación de ir medio dormido, en sus brazos, con la certeza de estar totalmente a salvo de todo. O las carreras de velocidad en el parque, con mi abuela… Estos son algunos de mis trozos de cielo, y estoy seguro de que hay y habrá muchos más.