Mi anterior entrada iba sobre esto, así que hoy daré otra pincelada a este cuadro que voy a tratar de ir pintando y que sé que nunca quedará terminado.
Salgo de trabajar a las 15’00 h., o algunos minutos más, dependiendo de si soy capaz de acabar a tiempo o no lo que ande haciendo justo antes de esa hora. Hoy sí he salido a mi hora. Como cada día, he recogido mis cosas y me he puesto a caminar hasta donde suelo aparcar el coche, a unos diez minutos andando. Atravieso un parque en mi camino, el Parque de los Príncipes, y me gusta el color a luz de verano que ya se ha apoderado de sus jardines y sus árboles. La gente suele sentarse en el césped a comer, a leer, a dormir la siesta…
Hoy, cuando he entrado, sin esperármelo, sentada en un banco, me he encontrado con una persona conocida que no he sido capaz de situar, lo reconozco, en las primeras décimas de segundo en que la vi. Después sí. No la hacía por allí, así que a mi cerebro le ha costado un poco situarla.
No sería capaz de decir desde cuándo conozco a Maricruz, pero sí sé que es una de las mejores personas que conozco. Y sí, es guapa y encima, inteligente, sensible, divertida, cariñosa… Para mí sólo tiene un defecto: tiene novio, pero ese defecto lo suple porque él es otra de las personas a las que admiro y quiero…
¿Por qué he metido a Maricruz (y Víctor) en esta entrada? Porque es otra de las cosas que puedo decir que son como esos trocitos del cielo que puedes experimentar aquí en la tierra: esa sensación de alegría que te da el ver, sin esperarlo, a alguien a quien no ves desde hace algunos meses; alguien a quien quieres, respetas y admiras, no necesariamente por este orden.
Otro trocito más de cielo para mí.