Podría ser objetivo hablando del primer largometraje de Dani Zarandieta, pero, ¿por qué tengo que serlo? No creo que los críticos de cine lo sean cuando nos recomiendan una película u otra. En el fondo, de lo que nos hablan siempre, por supuesto apoyado en sus conocimientos sobre la materia, es de sus vísceras; de éso que les dice una película en sus cabezas, en sus corazones, en sus sentimientos, en sus perspectivas, en sus formas de ver la vida y la de quienes les rodean…
Por avatares de la vida tengo la suerte de ser amigo de dos de los artífices de esto, cada cual en su respectivo rol. ¿Influye en mi forma de ver, entonces, la película? Por supuesto. ¿Los críticos de cine viven en una burbuja de cristal sin amigos, conocidos, filias, fobias, etc.? Pues éso.
Yo no soy crítico de cine, ni tan siquiera soy lo que se considera un cinéfilo; sólo me dejo llevar por historias que me gustan o no. Y estoy seguro de que si Dani volviera a rodar esta película dentro de diez años sería muchísimo mejor. Y quiero dejar claro que uso a sabiendas el adverbio «muchísimo» porque ya me resulta muy bueno el primer acercamiento al largometraje de alguien que sabe perfectamente lo que quiere. Pero la experiencia es un grado que se obtiene con trabajo, y de eso Dani Zarandieta sabe de sobra.
La historia de Encontrados en NYC es sencilla; de esas historias que no requieren grandes explicaciones que alargan el metraje innecesaria y pesadamente. Todo transcurre relativamente rápido, pero con el alma del dicho «sin prisas, pero sin pausa». Estamos acostumbrados a oir el término road-movie para definir esas pelis que transcurren en carreteras, o en viajes de un lugar a otro. Siendo un poco osado, yo bautizaría esta como una walking-movie o…, si me apuráis, running-movie. Una historia que se desarrolla mientras los personajes deambulan de un lugar a otro, buscando a alguien… o a sí mismos.
Como Don Quijote y Sancho Panza, los personajes de Encontrados en NYC van cambiando a lo largo de todas esas caminatas, esas carreras, esos paseos… Pasamos por un «- Who are you? – Vete tú a saber…» que uno de los protagonistas responde a una desconocida, a «…la ciudad tiene muchas cosas que enseñarte. Da igual si las quieres aprender o no…, y ésta tiene mucho que enseñarte», para terminar en un «Llevamos toda la puta vida intentando vivir aquí arriba esperando a que algo pase y yo, sinceramente, prefiero empezar a vivir aquí abajo». Esa es la declaración de intenciones de esta película: unos personajes perdidos que tratan de encontrarse saliendo de sí mismos, de su vida cotidiana y fácil, partiendo hacia un lugar desconocido que, pardójicamente, les ayuda a conocerse.
Se nota mucho cariño del director por sus personajes, por sus historias, por sus vidas y sus problemas… porque cada uno lleva un trocito del propio Dani. Pero eso no impide que cada uno de ellos sea distinto al otro, que todos tengan sus personalidades perfectamente marcadas, sus defectos, sus virtudes…
Y se nota también el cariño del director por la ciudad de Nueva York. Esas imágenes en blanco y negro, casi fotográficas, de «la ciudad que nunca duerme» al principio de la película te retrotraen a otro lugar, lejos, hasta que el color nos devuelve a la realidad. Pero ya han quedado en la retina las imágenes anteriores, como en penumbras, como ensoñaciones que la memoria retiene. Y esas imágenes flotarán en el cerebro mientras llegamos a Nueva York de la mano de los protagonistas, ya en color, llena de realidad.
Eso es Encontrados en NYC: una historia que se bifurca en dos reaidades para volver a confluir en una sola. En definitiva, la vida misma.