Está claro que vivimos en la sociedad de la imagen; que todo lo medimos por el envoltorio. Que nos tiramos horas en el gimnasio, sudando a mares; que pasamos hambre y fatiguitas de muerte para perder tallas; que nos gastamos un pastizal en cremas rejuvenecedoras o reafirmantes (y sí, han crecido exponencialmente también los potingues masculinos, y los hombres que los usan)… todo por, no nos engañemos, gustar a los demás. No por el mero hecho de sentirnos bien, sino más bien por sentirnos ad-mirados (del participio «mirados»).
Y, por culpa de estos estereotipos, a menudo, miramos con cierto recelo y sospecha a los guapos con los que nos cruzamos por la calle.
Lo he vivido en mis propias carnes, por eso lo cuento: al cruzarme con una mujer guapa , después de admirarla, por supuesto, el primer pensamiento casi siempre es: «será un poco tonta».
Es absurdo, pero sentimos la extraña necesidad de defendernos de los guapos como si su atractivo físico fuese un ataque a nuestra integridad personal. ¿Y cuál es la primera defensa? Dudar de sus capacidades.
De verdad, los guapos pueden ser inteligentes, divertidos, artistas, buenas personas… No es algo que esté vetado solo para los feos. Claro, pensamos, si encima es guapo, o guapa, nos hunde a los demás. No tenemos nada que hacer si no somos guapos y los guapos, encima, son buena gente. Esa es la trampa de esta sociedad. Y los guapos no tienen culpa de ello. La tenemos nosotros por creernos esa tontería.
Y a menudo, con los prejuicios, miramos más con lupa a los guapos que a los demás. Observamos al milímetro su comportamiento, su forma de hablar, de vestir, de mirar, de moverse, de sentarse… Sospechamos, cuando tienen éxito, de la forma en que han llegado a él. Y la culpa es de los guapos que la sociedad nos intenta vender como modelos. Esos sí que están ahí, en los medios de comunicación, en la prensa, en las televisiones… solo por su envoltorio en la mayoría de los casos. Pero hay muchos guapos y guapas en el mundo que nada tienen que ver con esas creaciones ficticias y huecas de la tele. Esos son los guapos y guapas a los que deberíamos librar de la maldición de nuestros prejuicios.
xiib says:
Me ha gustado esta forma de pensar. Ojalá muchos muchas otras personas piensen como tu