Esta tarde, de repente, me ha dado por sentarme un rato en mi terraza, sin más compañía que un cuaderno y un bolígrafo.
Cuando estás a solas contigo mismo, en silencio, te das cuenta la de cosas que nos perdemos, que nos dejamos perder, con tanta tecnología. Estamos creando una sociedad en la que nos da miedo el silencio. Necesitamos hablar, contar, sentir que alguien nos mira, nos observa, nos aprueba…
Sentimos que desaparecemos del mundo si no dejamos costancia en las redes sociales de lo que hacemos. Y está claro que el hombre es un animal social, que necesita, necesitamos, de los demás para ser. Pero estamos olvidando que también somos espirituales, por más que algunos se empeñen en convertirnos en simples trozos de carne. Necesitamos oírnos de vez en cuando a nosotros mismos. Oír nuestra voz interior; esa voz que nos aconseja, que nos abronca, que nos impulsa, que nos recrimina, que nos anima… Comprender que no somos el centro del universo sino una simple mota de polvo en una inmensidad que jamás seremos capaces de abarcar.
Una sociedad que le teme al silencio, a lo espiritual de cada ser, es una sociedad que está perdiendo la parte más importante de la persona. Es una sociedad enferma, que solo reacciona ante los gritos, las alocuciones grandilocuentes por más vacías que estén de contenido… Una sociedad que está abocada a devorarse a sí misma y a desaparecer.