Era uno de estos grandes almacenes que tienen los chinos. Había ido a comprar un par de cosillas. En la cola, delante mía, una madre con sus dos hijos, y delante de ella, un hombre con varias cajas de zapatos, esperando que alguien le trajera de dentro del almacén la caja correcta de uno de los pares. Al cabo de unos cinco minutos, alguien la trajo y la china que estaba cobrando le dijo el total: 50’35. El hombre sacó la cartera, registró los bolsillos y, al final, llegó a la conclusión de que le faltaban 35 céntimos. La chica de la caja le miró y le dijo que dejase algo, que ella lo apartaría. La mujer que estaba delante mía sacó un euro de su monedero y se lo acercó al hombre: «¿Te faltan sólo 35 céntimos? Toma, total, no vas a dejar aquí los zapatos por una menudencia«, a lo que el hombre respondió algo parecido a: «Ya ves. Después de cincuenta euros que me llevo, por treinta y cinco céntimos…«
Con el euro de aquella mujer todo quedó zanjado, y el hombre se fue con todos sus paquetes.
Mi conclusión número uno: aún queda gente generosa que es capaz de prestarle dinero a un desconocido por hacerle un favor.
Conclusión número dos: Tenemos mucha cara. Lo explico:
Aquel hombre va a comprar a un chino, por supuesto, porque es más barato y no lleva dinero suficiente, así que espera que el chino le regale el poco que le falta. Porque eso es lo que pretendía. Y alguien puede pensar «bueno, sólo eran 35 céntimos». Sí, pero ¿y si todo el mundo hiciese lo mismo? «Sólo son 10 céntimos. Perdónamelos«. «Sólo son treinta céntimos», «sólo son diez…«, «sólo son quince...»… ¿Cuánto resultaría eso al final? Es más, que alguien haga la prueba: que vaya al Corte Inglés, por ejemplo, y lleve el dinero de su compra menos 35 céntimos, y que le diga a quien le atiende que se los perdone… ¡¡Es que ni siquiera se le ocurriría a nadie!! Entonces, ¿por qué sí en un chino? ¿por qué sí en una tienda de barrio?
Nos molesta sobremanera que jueguen con nuestro dinero, pero hacerlo nosotros con el de los demás no nos importa en absoluto.
Mi hermano, que tiene una tienda de alimentación en un barrio de Sevilla, tiene un tablón detrás del mostrador con los «céntimos» que le van dejando a deber sus clientes. Algunos no vuelven nunca, otros le dejan a deber a él y, acto seguido, se largan al Día para terminar de hacer sus compras; por supuesto allí pagarán todo. Pues si sumamos todos los «céntimos» que mi hermano tiene en ese tablón, os aseguro que da para varios días de comida en su casa. Y nadie piensa que ese dinero que le dejan a deber a mi hermano es dinero que él no puede usar para alimentar a su familia.
Y nos escandalizamos de que los políticos hagan lo que hacen con el dinero de nuestros impuestos. Pero, ¿qué esperamos? Nosotros somos exactamente iguales en nuestra pequeña parcela.