Sintra. Mis tres días lejos de la realidad.

Día 3

El tercero fue el día del Castelo Dos Mouros, otra de mis obsesiones desde que era pequeñito: los castillos. Da igual si están en ruínas, si en perfecto estado de conservación, si solo quedan unos pocos muros… Y la muralla del de Sintra está bastante bien conservada.

Parece que el rey Fernando II se hizo con él durante el siglo XIX y consiguió detener su avanzado estado de degradación, llevando a cabo algunas obras de reconstrucción. Cuentan que el mismo rey se hizo construír un mirador desde el que se podía ver el Palacio da Pena, para poder plasmarlo en sus pinturas. Y esa es una de las vistas que también pude contemplar.

El camino, por supuesto, fue subir, y subir, y subir…

…y una vez dentro, de nuevo, se para el tiempo; te trasladas a épocas de reyes, soldados y vasallos. Esa época de cuentos de hadas y dragones; de princesas y héroes… (Lo sé, la época real, la histórica, no era tan bucólica. Pero en mi cabeza, los castillos me evocan más eso que no guerras sangrientas por poder, tesoros y tierras. Yo soy así).

Por cierto, el día se había levantado con bastante aire, y andar por las murallas, sin apenas protección y allá en altura, te daban siempre la sensación de poder salir volando en un golpe repentino del dios Eólo. Si he de ser sincero, hubo momentos en los que daba miedo asomarse o acercarse al borde de las almenas.

Y, por supuesto, de vuelta, tuve que hacerle otra foto a mi casa comodín de este viaje.

Para el día siguiente, el de vuelta, había dejado la Quinta da Regaleira: una casa que el acaudalado mercante Antonio Carvalho, conocido como el de los millones  debido a la gran fortuna que había hecho en Brasil gracias a sus negocios de café y de vino, compró a su dueño a finales del siglo XIX y que encargó diseñar al arquitecto, pintor y escenógrafo italiano Luigi Manini, al que conoció en una visita que este hizo a Lisboa para una representación de una ópera. El resultado son cuatro hectáreas de terreno con un palacio, jardines, lagos, grutas y edificios enigmáticos, dentro de una amplia variedad de árboles y plantas, muchos de ellos traídos de Brasil, y que crean un  lugar relacionado con la alquimia, la masonería, los templarios y la rosacruz, mezclando diversos estilos arquitectónicos como el románico, el gótico, el renacentista y el manuelino imperante portugués… pero como diría Michael Ende «esa es otra historia que será contada en otro momento» (quizás mañana).

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