2014

…y se acaba otro año

fin2014No soy mucho de escribir el último día del año, pero tampoco era mucho de afeitarme la cabeza hace relativamente poco.

Lo de ir enumerando qué fue bueno y qué malo ya lo llevo peor. Suelo tratar de olvidarme de los momentos funestos y cada vez tengo peor memoria para recordar los buenos. Sí me quedan sensaciones agradables, reflejos en la memoria de instantes en los que me he sentido bien, mal o regular, dependiendo de la circunstancia.

Si hago memoria, creo que este año ha sido bastante musical, bastante literario y bastante cómico. También ha habido trances tristes, muy alegres, de encuentros, de despedidas, de silencios, de gritos, de enfados, de chistes… En definitiva, ocasiones para todo.

Y hoy llega 2015.

Parece que cuando acaba un año sentimos como si la vida nos diera la oportunidad de volver a intentar cumplir esas cosas que tenemos pendientes y que, año tras año, nos proponemos y nunca cumplimos. Yo también he dejado de hacerme ese tipo de listas, aunque en mi cabeza, inconscientemente, se me amontonen intenciones. enblancoEso sí, este año quiero escribir. Escribir mucho. Escribir cosas que tengo pendientes y cosas que vayan surgiendo. A ver si soy capaz de hacer que mis musas vuelvan de sus ya larguísimas vacaciones, o de conocer a otras que sustituyan a las antiguas, a las que, de ser así, guardaré un gratísimo recuerdo, por supuesto.

Solo espero que este año nos dé la oportunidad de dejarnos ver cómo acaba para empezar otro nuevo. Los deseos de felicidad, de bienestar, de paz, de amor, de trabajo…, todos esos deseos para los demás y para nosotros mismos, tendríamos que tratar de irlos estirando a cada día. Probablemente ese sea el secreto. No perdemos nada en intentarlo, ¿no?

¡¡FELIZ AÑO NUEVO!!

2014

Invierno

invierno

Dicen que hoy llega el invierno, pero yo creo que hace ya algunos días que había adelantado su visita.

Hace frío, sí. Frío de no querer levantarse de la cama y dejar que las mantas sigan sobre ti un rato más, por ejemplo todo el día. Frío de no querer salir de debajo del agua calentita de la ducha. Frío de no querer quitarse el pijama de pelitos o dejárselo puesto debajo de la ropa de salir a la calle. Ese frío hace. Frío de invierno.

Y la Navidad se acerca a pasos agigantados, como cada año.

A mí me gusta la Navidad. Me siento distinto en estas fechas. ¿Es una tontería? Pues puede que sí…, o que no. ¿Quién sabe? Entiendo a la gente a la que no les guste por distintos motivos. Siempre falta alguien en estas fiestas, y sus huecos son difíciles de rellenar, pero el mundo sigue girando, y seguirá haciéndolo cuando los que faltemos seamos nosotros. Que uno se divierta en estos días, que esté feliz, que cante, baile y salga a comer con amigos, no significa que uno se olvide de los que no se sientan ya a nuestra mesa. Por el contrario, están más presentes que nunca.

Pero entiendo a quienes prefieren recordar a los ausentes.navidadAUSENCIAS

A los que no soporto son a esos adalides de la moralidad ajena. Esos que a todo le ponen una pega. Esas personas que nacen, simplemente, para salvaguardar las almas de todos menos las de sí mismos. Esa gente que habla del espíritu consumista de estas fiestas, de ese afán desmedido que nos entra por comprar regalos, caprichos, deseos, sueños… Esa gente que no es capaz de disfrutar nunca porque están demasiado preocupados en mirar lo podrido que está el mundo, – que lo está -.

En una época del año en la que nuestro afán consumista es, por lo general, pensando en los demás, en esos regalos para otros, amigos invisibles, Reyes, Papá Noél, fin de año…, por mi parte, doy la bienvenida a ese consumismo, por supuesto, con sentido común.

…y en todos sitios dicen que ya estamos en invierno, como si no nos hubiésemos dado cuenta. Por suerte, después del invierno vuelve la primavera. Mientras tanto, habrá que abrigarse bien y disfrutar de los días que llegan.

2014

En este punto

cruce_de_caminosDe nuevo doce de diciembre.

De nuevo un alto para seguir avanzando.

Creo que estoy ahora mismo en ese punto en el que he dejado de ser joven pero sigo sin considerarme mayor del todo.

Ese punto en el que voy haciendo desaparecer de mi vida las cosas que creo prescindibles, y las imprescindibles van reduciéndose hasta ser un número bastante asequible.

Ese punto en el que cada vez me da más igual lo que la gente opina de mí.

Ese punto en el que, lo reconozco, gruño más de lo que solía hacerlo cuando algo me «toca la fibra».

Ese punto en el que ya sé que las cosas en las que creo las creo por mí mismo, no porque me educasen de una forma determinada.

Ese punto en el que he decidio tener fe por encima de lo que dicten las modas, la sociedad o el mundo, en lugar de tratar de suplantarla con cosas caducas o materiales que terminan marchitándose con el tiempo. reloj

Ese punto en el que me importa más la poesía de la vida que la prosa del momento.

Ese punto en el que lloro cada vez más a menudo con escenas humanas, con canciones, con instantes fugaces y profundos…

Ese punto en el que sigo sin entender porqué hay tanta gente que me quiere a pesar de mí mismo.

Ese punto en el que el pasado, que a veces vuelve obstinado para hacer daño, ha empezado a ser solo eso: un instante convertido en polvo sobre el calendario.

Ese punto en el que el futuro no me importa más allá de lo que voy a hacer un instante después del momento en el que esté.

Ese punto en el que me parece estar perdiendo el tiempo, ¡la vida!, si me quedo cinco minutos más en la cama.

Ese punto en el que algo en mi interior me recuerda constantemente la de cosas que tengo a medias en mi vida, como un juez implacable que me condena por desidia.

Ese punto en el que la gente de mi edad tiene hijos y esposa; y una historia larga que contar sin que yo aparezca siquiera como extra.

Ese punto en el que ya he perdido a tanta gente por el camino que he aprendido que tengo un cuaderno en blanco para escribir una historia, mi historia. El número de líneas está marcado; lo que diga en ellas es cosa mía…

Ese punto es muchos puntos. Muchos más de los que soy capaz de enumerar.

Ese punto es este punto. Y será otro distinto a cada instante, pero yo ya he ido poniendo palos rojos a los lados del camino para no perderlo cuando la nieve lo cubra.

…y en ese punto estáis todos: los que sois, los que fuisteis, los que seréis…, aunque a veces pueda parecer que no os observo. Aunque a veces pueda estar como ausente.

Hoy es, de nuevo, doce de diciembre.

2014

Llevarlo todo al extremo

Sé que muchos me vais a crucificar por esto, así que voy a asentar las bases de todo:

1. Estoy en contra de CUALQUIER MALTRATO ANIMAL.
2. Me parece totalmente repugnante y reprobable, a parte de una falta de responsabilidad, esa gente que abandona animales cuando dejan de ser «graciosos» porque han crecido.
3. Siempre he pensado que un animal debe vivir en un entorno adecuado y, perdonadme, creo que un piso no es un entorno adecuado para casi ninguno.
4. Una sociedad que maltrata a sus animales domésticos es una sociedad enferma (fundamentalmente porque es una sociedad que ha empezado a portarse como si la naturaleza fuera una posesión y no un regalo).

animalistasDicho todo esto, la imagen de aquí al lado me resulta, cuanto menos, indignante. Me parece perfecto que haya asociaciones que luchen por defender a los animales, pero de ahí a comparar un perro o un gato con un niño va un mundo. Lo siento, pero si tengo un gato, soy padre y resulta que mi hijo es alérgico al pelo del animal, daré en adopción al gato. Y si ocurre al revés, (que sea el gato el alérgico al niño, – cosa supongo bastante improbable -), también daré en adopción al gato.

Entiendo el fondo de lo que se quiere decir con el anuncio, pero la forma es, a mi manera de ver, tan errónea como falta de cualquier sentido.

Lo siento, pero jamás entenderé cualquier intento de igualar a un animal con un ser humano. Jamás.

Igual que creo, y ya lo he escrito antes, que una sociedad que maltrata a sus animales es una sociedad enferma, también creo que una sociedad en la que un animal se pone por delante de un ser humano es una sociedad moribunda, condenada, justamente, a desaparecer.

Me hace gracia cuando leo comentarios del tipo «cuanto más conozco a los humanos, más quiero a mi perro», frase por cierto que dijo, entre otros, Adolf Hitler. No es que los animales puedan ser más humanos, a veces, que los propios humanos; simplemente es que los humanos, a veces, podemos llegar a ser mucho más salvajes que los animales. No es mérito de ellos, es demérito nuestro.

No llevemos las cosas al extremo. No al maltrato animal, pero ocupémonos con más intensidad de las necesidades básicas del ser humano.

2014

Milagros

milagrosJulio. Siente dolores, cansancio, dificultad para hacer tareas cotidianas… Un día, bajando unas escaleras se detine en seco: «No puedo seguir andando». Un dolor intenso la paraliza. Se sienta con dificultad porque también es un infierno el sentarse.

En la consulta del médico le diagnostican un cáncer de huesos muy avanzado, con metástasis por todo el cuerpo. Quimioterapia urgente.

Tras la primera sesión la cosa se agrava y tienen que mantenerla acostada por los dolores. Segunda sesión. El cáncer coge parte del hígado, los riñones y algún que otro órgano. Los médicos, prácticamente, la deshaucian.

Nuevos análisis para preparar la tercera sesión de quimio. Llaman a su casa por teléfono para que vaya a recoger los resultados. El médico aparece en la consulta y dice unas pocas palabras: «¡No me lo explico. No hay nada de nada. Una pequeña mancha en el hígado, como una cicatriz de algo muy anterior, pero nada más!». «Celébralo, esto no pasa. Celébralo», es lo que le dicen por los pasillos. Y una última frase de una médico tras otra prueba para corroborar que todo estaba bien: «¡Este TAC es espectacular!». Parece que el cuerpo médico no tenía explicación para aquéllo.

Sería un buen guión para una película sino fuese una historia real. Tan real como que estás leyendo esto ahora mismo.

Estos meses he asistido, estupefacto, a gente que crucificaba a la hermana Paciencia (sí, esa que se curó del ébola, que ya parece no estar tan de moda aunque sigue llevándose por delante a cientos de personas en África cada día) por darle las gracias a Dios por su curación. Se le decía que porqué le agradecía a Dios y no a su médico el estar sana de nuevo. Que, si enfermaba otra vez, no fuera al hospital; que rezara, que Dios la curaría (a cierta gente se le da bastante bien el sarcasmo, sí). Que los cristianos, porque tienen fe, no tienen derecho a ir a un hospital; que recen.

Me pregunto porqué esas personas no les dan las gracias a las farmacéuticas que fabrican las medicinas con las que se sanan de sus enfermedades. El médico simplemente les receta la medicina que alguien fabrica. ¿Por qué nadie agradece a la industria farmecéutica su curación? ¿Por qué alguien tiene que decirme a quién darle o no darle las gracias? ¿En qué cabeza cabe que la hermana Paciencia no le agradezca al médico su tratamiento? ¿Y por qué un cristiano no puede dar, a la vez, gracias a Dios? ¿Cuál es el problema?

Lo siento, los milagros existen. Yo siempre lo he dicho: vivo con dos. Y ahora, de repente, conozco a otro. Vosotros creed lo que queráis. Dejadme que yo agradezca a quien me dé la gana.

2014

Rutinas

saliendodenuevoDe vez en cuando, llega un momento en la vida en que decides cambiar algunas de tus rutinas diarias. Yo he llegado a ese punto y esta mañana he comenzado a hacerlo.

He vuelto a recordar lo bien que sienta estar solo en la carretera, dando pedales, con tu propia respiración y el viento empujándote o frenándote. Y la mente concentrada en no más que lo que tienes alrededor; nada de problemas, nada de agobios, nada de estrés, nada de decepciones, nada de tensión… Solo la carretera, tus latidos y tu cadencia.

Claro que, la pérdida de la práctica te juega malas pasadas. Siempre hay algo que te hace recordar que lo dejaste hace mucho y que no puedes volver así como así; que el asfalto es peligroso y no se ablanda si tus huesos lo visitan. Por suerte estaba parado. Los calapiés son traicioneros si no los dominas, y si te vas a parar, asegúrate antes de haber sacado de ellos los dos pies, no solo uno. Por lo general la bici tiende a volcarse hacia el lado en el que aún tienes el pie prisionero del pedal y, por supuesto, el suelo se acerca mucho más rápido de lo que tu perdida pericia es capaz de liberarte del enganche.

La primera reacción, como no, desde el suelo, fue mirar si alguien me había visto. No había nadie: estaba en un polígono. Mejor.

El caso es que ha sido una buena cosa volver a la carretera. Siempre se ve todo mucho más claro cuando has estado a solas con tu esfuerzo, tu cansancio y tu respiración. Ahora habrá que seguir avanzando, cambiando rutinas.