No me preguntéis dónde lo he leído, pero fue leerlo hace un par de días y pensar: «¡qué buen comienzo!»
Así que desde hace eso, un par de días, le doy vueltas en la cabeza a cosas que podrían comenzar así. ¿Un relato, una novela, un poema…? Quién sabe.
Hace cuatro días fue mi cumpleaños, de nuevo. Sí, tengo la manía de cumplir años cada 365 días aproximadamente (supongo que como todos), y volví a percatarme de la cantidad de gente que me tiene en su lista a pesar de, a veces, no merecérmelo. Y no lo digo como una frase hecha de esas que se dicen por cumplir; lo digo totalmente en serio.
Me parece increíble tener a tanta gente que me quiere, que me tiene afecto o, simplemente, que me ha dejado entrar en sus vidas aunque sea de forma temporal y en un rinconcito. Es algo que siempre agradeceré: esa gente que me rodea, y de la que me rodeo, en cada momento, en cada etapa. Y soy consciente de no tener el tiempo necesario para agradecerlo convenientemente, ni aún viviendo tres vidas seguidas (Dios no lo quiera).
…y de repente se me aparece esa frase, como saliendo de debajo de algún sitio y alzándose dentro de mi cabeza, gritándome, obligándome a continuarla.
Podría ser objetivo hablando del primer largometraje de Dani Zarandieta, pero, ¿por qué tengo que serlo? No creo que los críticos de cine lo sean cuando nos recomiendan una película u otra. En el fondo, de lo que nos hablan siempre, por supuesto apoyado en sus conocimientos sobre la materia, es de sus vísceras; de éso que les dice una película en sus cabezas, en sus corazones, en sus sentimientos, en sus perspectivas, en sus formas de ver la vida y la de quienes les rodean…
Por avatares de la vida tengo la suerte de ser amigo de dos de los artífices de esto, cada cual en su respectivo rol. ¿Influye en mi forma de ver, entonces, la película? Por supuesto. ¿Los críticos de cine viven en una burbuja de cristal sin amigos, conocidos, filias, fobias, etc.? Pues éso.
Yo no soy crítico de cine, ni tan siquiera soy lo que se considera un cinéfilo; sólo me dejo llevar por historias que me gustan o no. Y estoy seguro de que si Dani volviera a rodar esta película dentro de diez años sería muchísimo mejor. Y quiero dejar claro que uso a sabiendas el adverbio «muchísimo» porque ya me resulta muy bueno el primer acercamiento al largometraje de alguien que sabe perfectamente lo que quiere. Pero la experiencia es un grado que se obtiene con trabajo, y de eso Dani Zarandieta sabe de sobra.
La historia de Encontrados en NYCes sencilla; de esas historias que no requieren grandes explicaciones que alargan el metraje innecesaria y pesadamente. Todo transcurre relativamente rápido, pero con el alma del dicho «sin prisas, pero sin pausa». Estamos acostumbrados a oir el término road-movie para definir esas pelis que transcurren en carreteras, o en viajes de un lugar a otro. Siendo un poco osado, yo bautizaría esta como una walking-movie o…, si me apuráis, running-movie. Una historia que se desarrolla mientras los personajes deambulan de un lugar a otro, buscando a alguien… o a sí mismos.
Como Don Quijote y Sancho Panza, los personajes de Encontrados en NYC van cambiando a lo largo de todas esas caminatas, esas carreras, esos paseos… Pasamos por un «- Who are you? – Vete tú a saber…» que uno de los protagonistas responde a una desconocida, a «…la ciudad tiene muchas cosas que enseñarte. Da igual si las quieres aprender o no…, y ésta tiene mucho que enseñarte», para terminar en un «Llevamos toda la puta vida intentando vivir aquí arriba esperando a que algo pase y yo, sinceramente, prefiero empezar a vivir aquí abajo». Esa es la declaración de intenciones de esta película: unos personajes perdidos que tratan de encontrarse saliendo de sí mismos, de su vida cotidiana y fácil, partiendo hacia un lugar desconocido que, pardójicamente, les ayuda a conocerse.
Se nota mucho cariño del director por sus personajes, por sus historias, por sus vidas y sus problemas… porque cada uno lleva un trocito del propio Dani. Pero eso no impide que cada uno de ellos sea distinto al otro, que todos tengan sus personalidades perfectamente marcadas, sus defectos, sus virtudes…
Y se nota también el cariño del director por la ciudad de Nueva York. Esas imágenes en blanco y negro, casi fotográficas, de «la ciudad que nunca duerme» al principio de la película te retrotraen a otro lugar, lejos, hasta que el color nos devuelve a la realidad. Pero ya han quedado en la retina las imágenes anteriores, como en penumbras, como ensoñaciones que la memoria retiene. Y esas imágenes flotarán en el cerebro mientras llegamos a Nueva York de la mano de los protagonistas, ya en color, llena de realidad.
Eso es Encontrados en NYC: una historia que se bifurca en dos reaidades para volver a confluir en una sola. En definitiva, la vida misma.
Me lo ha dicho alguien esta mañana al otro lado del teléfono. Obviamente estaba enfadado, pero se me ha quedado grabada la frase en la cabeza durante todo el día.
Tenía que hacer esfuerzos para entenderle, pero se expresaba relativamente bien en español. Como a otros muchos, le habían vendido una cosa y luego le habían dado otra; pero esa forma de denominarse a sí mismo…
Y a lo mejor tenemos mucha parte de culpa. Tal vez estamos tan obcecados con nuestros propios problemas, con nuestra crisis, con nuestros enfados con los políticos, con nuestro odio a todo lo que huela a banquero, con nuestras peleas intestinas entre los que opinan lo contrario que nosotros…, que no nos damos cuenta de que muchos extranjeros que vienen aquí a ganarse la vida, también lo pasan igual de mal, o peor, que nosotros.
Y me acuerdo de todos esos chistes que hacemos sobre los rumanos, de todos esos prejuicios y acusaciones que somos capaces de emitir contra un pueblo entero porque algunos de ellos pueden ser delincuentes o mafiosos. Pero, ¿es que somos mejores nosotros, los españoles? Yo creo que no.
Y si un rumano que está trabajando honradamente en España para ganarse el pan se denomina a sí mismo «puto rumano» es que le hemos hecho ver tanto nuestro odio hacia lo que supone su país y su gente, que lo ha llegado a interiorizar. Y es bastante triste.
Con lo que siempre hemos odiado los prejuicios, con lo que nos molesta que a los andaluces nos digan vagos, a los madrileños chulos o a los catalanes rácanos…, resulta que nosotros, en un alarde extraordinario de estupidez, hemos sido capaces de prejuzgar a todo un pueblo por lo que hacen unos pocos; y, para más vergüenza propia, ellos lo captan y lo sienten hasta el punto de soltárnoslo como si lo viéramos así de forma generalizada: «puto rumano», así se definió.
Quizás deberíamos empezar a mirar a los demás como queremos que nos miren a nosotros. Tal vez tendríamos que fijarnos más en la persona de forma singular y no juzgar a un conjunto por los hechos de un individuo.
Toda la mañana he estado sintiendo la necesidad de pedirles perdón a todos los rumanos que hay ahora mismo en España, trabajando o buscando trabajo honradamente, porque a veces los españoles podemos ser muy idiotas. Tanto que somos capaces de despreciar a un pueblo entero por culpa de unos pocos de esos que nosotros también tenemos en casa.
Hace como dos o tres años, a Tappy y a mí se nos pasó por la cabeza hacer algo parecido a lo que ocurría en la serie Studio 60, de la que ya he hablado aquí alguna vez.
Por una cosa o por otra nunca habíamos concretado nada, hasta este verano. De repente se nos dio la oportunidad y, junto a Mel, estuvimos pensando ideas, criterios, bromas, secciones… Cosas que podríamos hacer en Garufa, que es como nuestra segunda casa desde hace muchos años, y que fuesen divertidas. Y así nació Garufa Comedy Station a grandes rasgos.
…y lo estrenamos el pasado 1 de octubre, con nervios, ganas y mucha ilusión. Hubo errores, por supuesto, pero creo que la gente que allí estuvo se lo pasó bien que, en definitiva, es lo que queríamos. Ahora nos queda seguir andando. Ver adónde nos lleva esto; si lejos o a la próxima esquina del camino, justo aquí al lado. Por ahora tenemos muchas ganas de seguir recorriendo trechos y quemando etapas. Ideas hay para mucho tiempo.
La verdad es que ya ni me acuerdo la de veces que me he propuesto ponerme a hacer deporte de nuevo, pero aprovechando que ahora mismo tengo unos días de vacaciones, he decidido proponérmelo de nuevo. La idea es salir a correr días alternativos, y por ahora vamos cumpliendo.
He descubierto un parque en Sevilla en el que mi trote cochinero pasa casi desapercibido, así que alguna que otra mañana ando por allí, oculto de miradas curiosas que puedan verme patalear la tierra a paso de caracol reumático. Me noto muy oxidado, todo hay que decirlo, yo que hace años pillaba la bici y me metía alguna centena de kilométros en un día. No creo que vaya a conseguir hacerlo de nuevo, pero nunca se sabe. Está claro que la edad te resta velocidad, pero no resistencia, así que qué mejor forma de gastar tiempo de vacaciones que tratando de poner el cuerpo a funcionar un poco mejor de lo que lo hace.
¿En qué quedará todo esto? Pues yo, sinceramente, espero que acabe en una rutina que, tal vez, en algún momento, me anime a participar en alguna carrera con mi amigo Tappy… y alguno que otro que se quiera unir. Por ahora seguiré haciendo deporte a escondidas.
Había pintado su cuarto de azul y había metido en cajas todos sus recuerdos, sus regalos, sus notas, sus cartas… todo lo que a lo largo de siete años había ido guardando de ella. Estaba dispuesto a cerrar, definitivamente, esa etapa de su vida. Lo llevó todo al contenedor de basura y, sin mirar atrás, lo dejó allí.
Mientras volvía a casa tuvo la certeza de que jamás encontraría un contenedor donde dejar su propio corazón.
Está claro que a Mark Knopfler le gusta España. No deja de ser un dato que suela cerrar sus giras por aquí.
Después de verlo en el Royal Albert Hall hace casi exactamente dos meses, y sabiendo que vendría cerca de casa, no podía dejar pasar la oportunidad de verlo de nuevo, y allí me fui ayer, a Málaga.
Gracias a la lista de correos de Spanish City (¡bendita lista!) alguien me vendió una entrada de pista (Manu, gracias de nuevo por todo), así que cuando llegué a eso de las 21’00 me encontré con que aún no había mucha gente y con que quedaban huecos delante del escenario. Y allí me quedé.
¿Qué puedo decir de Mark que no haya dicho ya cientos de veces? Salió al escenario casi con puntualidad británica y se detuvo el tiempo. Luces apagadas, gritos, aplausos, y el señor Paul Crockford justo enfrente mía gritando eso de: «¡Buenas noches, señoras y señores. Please, welcome to Málaga, Mark Knopfler!«… Paul los pilló a todos colocándose los instrumentos, así que hubo unos segundos, escasísimos, en los que sólo se oía al público aplaudiendo y gritando. Luego, Ian Thomas y sus baquetas marcaron, como siempre, el principio de todo; dos horas de música, dos horas de músicos, dos horas de éxtasis…
No quiero enumerar las canciones que tocó, sólo decir que todas suenan grandiosas, llenas, vivas. Por muchas veces que Mark las haya tocado, sigue sintiéndolas. Se le ve cuando cierra los ojos mientras puntea; cuando se separa del micro unos pasos y se echa a un lado. Ahí es cuando piensas «ahora viene lo importante«.
A Mark Knopfler le encanta España, le encanta el público español, y le encantan las plazas de toros. Hubo tres o cuatro momentos en los que se acercaba al micrófono para cantar apenas pudiendo contener la risa. Miraba a sus músicos, sonreía; se movía al ritmo de sus canciones… Es cierto que Mark no es de hacer alardes, de hablar con el público, de escenografías grandilocuentes… Sobre sus escenarios sólo hay música, que es a lo que uno va a sus conciertos: a oír música. ¡Y vaya si la oye! Si acaso, en España, se arranca a improvisar unos segundos, junto con el público, el característico «¡Oe, oe, oe!» que ya sabemos que hace años quedó como uno de los rituales de sus conciertos aquí. Mark lo sabe, y nosotros también, así que siempre hay esa especie de interacción entre el maestro y su público en algún momento determinado.
¿Y mis impresiones? Cada vez que veo a Mark Knopfler, al salir del concierto, me queda esa sensación de que he vivido algo que no era real; una ensoñación. Me quedan recuerdos de instantes: sonrisas de Mark, movimientos, gestos, momentos en los que la piel se me ha erizado, momentos en los que las lágrimas han llamado a las puertas… momentos.
Mark ha sido la banda sonora de mi vida desde hace casi 30 años, y seguramente lo seguirá siendo hasta que me vaya. Y, ¿qué queréis que os diga? para mí es todo un lujo.