LA HIPOCONDRIA

La web de Juanma Suárez
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Categoría: 2023

De escaparates, tipos chungos e Instagram

Está claro que una tienda, de lo que sea, a pie de calle, se publicita con sus carteles y escaparates. Cuanto más llamativos, mejor. Luces, composiciones, colores… todo debe contribuir a que el paseante se detenga y sienta curiosidad. Pero si en el escaparate hay productos que luego nada tienen que ver con lo que la tienda vende, es muy probable que quien entre se sienta engañado. Cabe la opción de que, si lo de dentro es extremadamente bueno, olvidemos lo que vimos fuera, pero ¿cuántas posibilidades hay de que eso ocurra? ¿Y si el escaparate es extremadamente vistoso pero luego, en el interior, apenas hay stock de casi nada?

Por otro lado, ¿cuántas veces no hemos cambiado de acera al avistar desde lejos a alguien con unas pintas «extrañas»? Nos alejamos de gente y ambientes en los que nuestro sentido común, y sobre todo el de la vista, nos advierte que podrían ser peligrosos. O sea, juzgamos las circunstancias y a las personas por su aspecto exterior, por cómo se nos muestran. Todos tenemos una imagen en la cabeza cuando hablamos de tipos chungos…, y nos alejamos de ellos. Tal vez, si nos atrevemos a plantarles cara, podríamos llegar a descubrir a magníficas personas tras un aspecto que produzca miedo o, cuanto menos, prudencia. Pero la primera reacción es la de defensa: alejarnos de lo que nos parece sospechoso.

…y ahí tenemos Instagram, la red social donde cada vez más personas se empeñan en mostrarse medio desnudas para demostrar, según dicen, empoderamiento, libertad, seguridad…

¿Podemos unir los tres párrafos? Si en tu escaparate te muestras con poca ropa, no esperes a que la gente entre en tu tienda a pedir presupuesto para un seguro de vida. Si lo que muestras es tu cuerpo, lo mismo quienes se acerquen a ti no irán buscando una conversación filosófica, (aunque seas capaz de darla profundísimamente). Si quieres demostrar empoderamiento, lo mismo desnudarte es una forma, pero permite que te diga que facilona y falta de originalidad.

Tu cuerpo es tuyo y puedes mostrarlo cómo y cuánto quieras, faltaba más. Pero si vas por la calle con tu cartera llena de billetes en la mano, no puedes pretender que los amigos de lo ajeno huyan de ti. Mucha gente te mirará y pasará de largo, pero no olvides que en todas partes hay ladrones al acecho… Somos lo que mostramos más de lo que podamos pensar.

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Dejarnos cuidar

No somos superhéroes. Tampoco somos humildes y eso es lo que nos pierde. Lo primero es algo con lo que tenemos que vivir; lo segundo, algo que nos impide ver más allá de nuestro ombligo.

Cuando somos pequeños no tenemos rubor alguno en asirnos de la mano de nuestros padres si vemos algo que no nos gusta, desconocemos o si presentimos algún peligro. Salimos corriendo desde nuestros juegos, agarramos su mano y, automáticamente, nos sentimos protegidos.

Al crecer nos hacemos a la idea de ser fuertes, valientes, autosuficientes…, y la adolescencia exacerba eso, tal vez para que seamos capaces de encontrar nuestro propio hueco en el mundo. Y huimos de cualquier demostración que pueda hacernos parecer débiles, sensibles, vulnerables…

Es cuando somos realmente vulnerables cuando más necesitamos de una protección, pero en esta sociedad individualista nos hemos convencido de que estar enfermos es estorbarle a los demás, que cada cual debe luchar sus propias batallas sin la ayuda de nadie. Y muchas veces somos tan soberbios que no aceptamos que alguien nos ayude; porque nosotros somos capaces de salir solos del barro.

No somos más humildes que cuando aceptamos nuestra debilidad y dejamos que los demás nos auxilien. Y los demás no son más grandes que cuando nos ayudan. Deberíamos desterrar de una vez por todas el «es que no quiero molestar» por el «necesito que me ayudes». Estar enfermos o necesitar de los demás no nos convierte en una carga; nos da la oportunidad de ser humildes y agradecidos. Y quien nos ayuda fortalece la paciencia, el cariño, el espíritu de servicio…, en definitiva, el amor, que no son poca cosa en esta sociedad con la que nos ha tocado zafarnos.

En palabras del, ahora en el Cielo, papa Benedicto XVI: «una sociedad que no logra aceptar a los que sufren y no es capaz de contribuir mediante la compasión a que el sufrimiento sea compartido y sobrellevado, es una sociedad cruel e inhumana».

Queramos y dejémonos querer.

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